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Reportaje:EL REGRESO DE LAS TROPAS

Alegría de volver, nostalgia de irse

El ministro de Defensa, José Bono, pulsa en Diwaniya el ánimo de las tropas y exhibe su gestión de proximidad

Xavier Vidal-Folch

Sábado 8 de mayo, once de la noche, base militar de Torrejón. Destino: insuflar calor a los 1.238 soldados de la operación Irak en repliegue. Parte el Airbus para Kuwait. Unos periodistas llegan ya encandilados por la heterodoxia del ministro de Defensa, José Bono; otros, un punto distanciados del populismo que practica. Todos, colaboradores de Bono y cúpula militar incluidos -como el jefe del Estado Mayor de la Defensa, almirante Antonio Moreno, y el del Ejército, general Luis Alejandre-, sabedores de su pasional apuesta por la política de proximidad. Inquietud muda por los imprevistos.

Seis horas largas de vuelo. Bono pulsa con cuidada-espontánea habilidad las cuerdas de sus interlocutores, muchos discrepantes de la nueva situación: su lealtad sin retorno a Zapatero, sus charlas con Rumsfeld, su fe católica, su timidez bajo la era Felipe, su respeto a Trillo... un chorro. Cede su cama a un locutor.

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Desde Kuwait, un Hércules transporta esta singular patrulla a Tallil, la base aérea controlada por los estadounidenses: casco, chaleco antibalas. No es por la foto, esto no es una broma; sólo un sofoco. Ahí, tres helicópteros Cugar, grandes escotillas abiertas y pertrechados a babor y estribor de potentes ametralladoras, la trasladarán a Base España, Diwaniya. Arena, camellos, nómadas, palmeras aisladas, sorprendentes jaimas. Bono recibe el estadillo del repliegue, lo pliega bajo el calcetín, acaricia las balas de repuesto, espeta "ahí está el poder, no en vuestros bolígrafos", carcajea mientras volamos a sólo 25 metros del suelo, para sortear misiles, que dicen que así es más seguro, pero un vértigo. A las siete de la mañana, las nueve locales, aterrizaje en la base asediada. Más de 40 grados, un sofoco.

Revista a los legionarios del Alejandro Farnesio, un tercio 100% andaluz. "De ánimos, bien, siempre dispuestos a cumplir órdenes. Si les dicen ven, vienen; si vete, se van, es nuestro oficio", musita el comandante León. Todos, sin excepción, repetirán ese lema, no por aprendido menos asumido. Ponen sordina a su perceptible (en los ojos) alegría de volver, airean su inminente nostalgia. A los iraquíes "nosotros les gustamos más, desconfían de los prepotentes", se enorgullece el brigada José Lucia, comparándose con los norteamericanos. Lucia sabe árabe, trata con los periodistas locales.

Sesión de explicación táctica. Estos militares españoles, cómo han cambiado: en la fluidez, el concepto. Parecen británicos. Estos... y estas, la gran ruptura. Hay 40 legionarias, en ese cuerpo que fue macizo de la raza. "Como chica, no he tenido ningún problema", asegura, ametralladora en mano, la vigía del acorazado, Tania Parras, un carácter.

Llega el plato fuerte. El cuartel anexo del Cuerpo de Defensa Civil Iraquí (su nueva Guardia Civil). Son 600, entrenados por los españoles. Recinto impecable, así visto, así escrito. El jefe, Sadi al Malik, ex piloto represaliado de Sadam, ya añora. "Nos duele que se vayan; si me preguntan, les pido que se queden, no tendremos el apoyo que encontramos en los españoles. ¿Tan poco les importamos?; pero soy militar, respeto la autoridad, ¡qué le vamos a hacer!". "Les dejo como águilas que empiezan a volar, les echaré en falta", suspira el barbudo comandante Pepe Encina, su entrenador. "Si sigues, te corto la barba", vacila el ministro.

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