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Columna
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A cuenta de reinterpretar

Aunque el pintor guipuzcoano Manu Muniategiandikoetxea (Bergara, 1966) asegure que sus obras mostradas en la sala Rekalde de Bilbao son reinterpretaciones de trabajos de Rodchenko y de Oteiza, no pasan de ser banales variaciones superficiales. Basta saber cómo son las tres piezas de Rodchenko (Objeto espacial, una Construcción espacial y otra minúscula Construcción espacial, pieza extraída de unidades de madera en serie), para constatar la ausencia de cualquier atisbo reinterpretativo serio. En cuanto a la Caja vacía y la Construcción vacía con tres unidades de Oteiza, ahí las variaciones, aún siendo superficiales, gozan de cierta desparpajada gracia al agigantar la primera de ellas y llevarla a las tres dimensiones.

Pese a que en el último espacio, de los tres en que van insertadas las obras, se apunta una intención deconstructivista, en contrapunto con el constructivismo de las vanguardias históricas -lo que podía haber constituido una vía de trascendental interés-, al cabo la cosa se queda en un mero juego de oblicuidades que podía realizar un tramoyista teatrero con pretensiones.

A destacar la inclusión del contrachapado y el acertado tratamiento que hace de él, junto al salpicado aquí y allá de elementos cuyo contenido está relacionado con los mismos temas, para de ese modo crear una atmósfera unitaria de principio a fin. Sin embargo, resulta extemporánea e improcedente la inclusión de los dibujos sobre papel ubicados en el primer espacio. Por más que estén hechos con donosa soltura, la mayoría de ellos -salvo unos pocos-, ponen de manifiesto un exhibicionismo de frívola procacidad y prescindente trivialidad, lo cual se agrava debido a que no viene a cuento de nada.

Gratamente damos cuenta de la exposición de Merche Olabe (Bilbao, 1957) en la bilbaína galería Ederti. Ha crecido como artista, tanto en el aspecto técnico, como, y muy en especial, en lo que atañe a la inventiva. Sus obras de temple al huevo sobre tabla le sirven de refugio para plasmar escenas con ciertos visos de misterio, al lado de determinados símbolos laberínticos y un inquietante imaginario animalístico.

El exotismo que rezuma la obra queda aplacado -o no sé si lo acentúa- por ciertos elementos que proceden del mundo romano antiguo. El conjunto rezuma belleza, serenidad y silencio, no exento de todo ello de una extraña atmósfera misteriosa. Cuando pinta escenas de tipo cotidiano no consigue el mismo valor artístico. Se hacen visibles algunos pasajes átonos, poco brillantes. Creemos que tiene en lo imaginario su mayor aliado. Es posible que lo imaginario tenga razones que el intelecto desconoce.

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