Oscuro pecado
Cuando supo la noticia, una cuchillada directa al corazón, Olga, catequista de parroquia en la vicaría VI de Madrid, no pudo reprimir un doloroso grito de reproche: "Lo sabía, lo sabía, lo sabía". La noticia era que los padres de dos monaguillos de la parroquia habían llegado a la desgarradora convicción de que sus hijos habían sido violados por el sacerdote responsable de catequesis. Obviamente, no es que Olga hubiera tenido conocimiento, con anterioridad, de los tocamientos, masturbaciones y penetraciones a que fueron presuntamente sometidos esos dos niños de 10 y 12 años. Es que tanto ella como el resto de sus compañeros catequistas: Carlos, Paloma, José Antonio, recelaban íntimamente del comportamiento de este cura. Recelaban hasta el punto de que llegaron a preocuparse por la posibilidad de que "alguien pudiera pensar que podía estar pasando lo que de ninguna manera podía estar pasando".
No hay equivalencia entre los casos detectados judicialmente y el número de clérigos pederastas que han pasado por psicólogos religiosos para tratarse
La España franquista de los seminarios e internados religiosos acuñó la figura del "cura sobón". Eran los tiempos de las "vocaciones" entre niños de 10 años
No se sabe el número de sacerdotes que incumplen el voto de castidad: el porcentaje del 60% que algunos religiosos juzgan disparatado otros lo aceptan
Y como no podía estar pasando, habían comentado entre ellos que sería bueno que el padre Sanz dejara de agasajar a los niños con bicicletas y otros regalos, no fuera a ocurrir que alguna mente turbia creyera que lo que el cura buscaba era seducir y violar a los pequeños. Porque según la denuncia que investiga el Juzgado de Instrucción número 21 de Madrid, don Rafael mimaba a sus monaguillos preferidos, les distinguía otorgándoles un mayor protagonismo, incluso en los oficios religiosos. "Veíamos algo extraño, latente, en ese hombre; tenía un patrón de conducta pastoral y personal diferente, enseguida separó a los niños de la niñas en la catequesis y luego creó su propio grupo; era misógino, fuerte con los débiles y débil con los fuertes".
Hoy por hoy es sólo una investigación judicial más que no despoja al sacerdote en cuestión de la presunción de inocencia, pero los últimos tiempos han sido pródigos en noticias mucho más indubitadas. "El Supremo confirma la condena de ocho años de prisión impuesta al párroco de la iglesia de El Salvador de Alcalá la Real (Jaén), Luis José Beltrán Calvo, por delito continuado de abuso sexual sobre un menor cuando éste tuvo entre 11 y 14 años de edad" (...). "La Audiencia Provincial de Pontevedra ha condenado al sacerdote Edelmiro Rial a 15 años de cárcel por 10 delitos de abusos sexuales y otros dos en grado de tentativa a seis adolescentes alumnos y monaguillos suyos" (...). "La Audiencia Provincial de Madrid ha impuesto una pena de 10 años de prisión para el canónigo y miembro del Tribunal Eclesiástico José Luis Martín de la Peña por las vejaciones a las que sometió a la hija de su casera desde que ésta tenía tres años y hasta que cumplió los doce" (...). "La Audiencia Provincial de Córdoba ha condenado al sacerdote de la parroquia de Peñarroya José Domingo Rey Godoy a 11 años de prisión por abusar sexualmente de seis niñas de entre ocho y diez años" (...). "La de Sevilla confirma la condena por abuso sexual al sacristán de un pequeño municipio que realizó tocamientos a dos menores monaguillos de su iglesia" (...). "El Supremo ratifica la condena de 28 años de prisión para el director de un centro cristiano de Sant Josep de Llagosta (Barcelona), Ramón López Sánchez, por abusos sexuales a tres menores...".
Delito y pecado
Tan horrendo es el delito, tan ignominioso el pecado, tan estruendoso el derrumbe del templo de valores que se abate sobre los niños violados en su inocencia, que la opinión pública tendría ciertamente todo el derecho del mundo a escandalizarse aun en el caso de que únicamente hubiera un sacerdote pederasta. Pero lo que ocurre es que éste es un problema mayor, siempre ha sido un problema mayor, que no cabe enterrar en la filantropía vital de tantos y tantos religiosos, en la rectitud espiritual de unas vidas generosas de desprendimientos y renuncias, de consagración amorosa a Dios y a sus semejantes. ¿Qué es lo que hace que algunos sacerdotes se transformen en monstruos violadores de niños? ¿Cómo es posible que algunas sotanas y casullas cobijen a depravados incapaces de controlar unos instintos aberrantes? ¿Cómo consiguen sobrevivir en la impostura? ¿Tiene que ver el celibato católico con todo esto?
Conviene delimitar la sospecha, porque el diablo anida y se camufla precisamente entre las huestes consagradas del Señor, porque el pecado y el delito ensucian la tarea evangélica, a menudo heroica, socialmente santa, podríamos decir, de todos aquellos religiosos honestos entregados en cuerpo y alma a los demás. Así que la cuestión es conocer las dimensiones y la naturaleza actual del problema, una tarea nada fácil, ya que no existen, que se sepa, estudios al respecto en la Iglesia católica española. Lo primero que llama la atención es la falta de correspondencia entre los casos detectados judicialmente y el número de clérigos pederastas que han pasado por los gabinetes de psicólogos y psiquiatras religiosos para someterse a tratamiento. "En lo que se refiere al abuso de niños, puede que no haya mucho más de lo que trasciende a la opinión pública", apunta un especialista del centro médico-psicológico CONFER, dependiente de la Conferencia Episcopal.
Es una apreciación que contrasta fuertemente con el dato, establecido por los especialistas, de que en España únicamente se denuncian entre el 10% y el 15% de los abusos sexuales a menores. Y no parece haber razones que inviten a pensar que los abusos cometidos por religiosos den mayor motivo a la denuncia judicial. Por el contrario, las manifestaciones de feligreses y la recogida de firmas en defensa de los sacerdotes enjuiciados, así como las muestras públicas de apoyo moral a los condenados ofrecidas hace bien poco por los obispos de Jaén y de Alcalá de Henares producen más bien un efecto inhibidor. Todo el mundo sabe, por lo demás, que en estas situaciones lo que obsesiona generalmente a los padres es preservar a sus hijos del escándalo, ahorrarles el estigma del violado.
La secular tendencia de la Iglesia católica a recelar de estas denuncias parece haberse acentuado a raíz de la epidemia desencadenada al otro lado del Atlántico -en las últimas décadas, más de 4.000 sacerdotes han sido acusados de pedofilia en EE UU-, un fenómeno que la jerarquía española atribuye en gran medida a la codicia de falsas víctimas ansiosas por cobrarle una jugosa indemnización a la hasta hace bien poco rica Iglesia americana. Fiados, quizá, a su clásica formación freudiana -"Freud, el maestro de la sospecha que de todo sospecha"-, los psicólogos religiosos tienden igualmente a poner en sordina no pocas de las acusaciones aunque, como profesionales, se muestran dispuestos a abordar estos asuntos con seriedad. "Sabemos que en EE UU ha habido denuncias falsas, pero no todas serán mentira", indica el jesuita psicólogo y profesor de la Universidad de Comillas José Antonio García Monge. Durante sus 35 años de ejercicio como psicoterapeuta, García Monge apenas ha encontrado en su consulta pacientes con esta patología. Esto se explica, a su juicio, por la misma naturaleza secreta del delito y del pecado de pedofilia. "La cárcel les da miedo", señala, "porque, además, los presos castigan a los violadores violándoles o matándoles. No hay estudios ni investigaciones, y es muy difícil que los haya", añade. No debe haberlos. Tampoco el director de comunicación de la Conferencia Episcopal española, Jesús de las Heras, tiene conocimiento de que existan esos estudios.
Pero fuera de la Iglesia católica sí hay un estudio realizado hace 10 años bajo la dirección del catedrático de Psicología de la Sexualidad de la Universidad de Salamanca, Félix López Sánchez. Ese trabajo se sustenta en una encuesta realizada a 2.000 personas que en buena parte pasaron por colegios o internados religiosos. En líneas generales, los resultados son similares a los de otros países occidentales, aunque algo mayores, ya que incluye en el concepto de abuso sexual el exhibicionismo. Según ese informe, el 15% de los varones y el 23% de las mujeres recuerdan con detalle una escena de abuso sexual sufrida antes de cumplir los 17 años.
Lo significativo es que el 9% de los abusos padecidos por los varones fueron cometidos por adultos religiosos, curas o frailes. "Es una cifra muy elevada, superior incluso a la de los abusos practicados por los propios familiares de las víctimas", subraya el autor del estudio. En contraste, sólo el 1% de los abusos a mujeres fueron realizados por religiosas, una prueba más de que los agresores son casi siempre hombres. El estudio desmonta, por lo demás, el prejuicio que atribuye genéricamente a los educadores una mayor comisión de abusos sexuales, puesto que establece que únicamente el 1% de los abusos a menores fueron practicados por educadores no religiosos.
Un serio problema
La Iglesia católica tiene, pues, un serio problema, por mucho que la inmensa mayoría del clero sea completamente ajena a estas prácticas. Lo creen así los religiosos con experiencia en la materia y, desde luego, esa Iglesia paralela de comunidades de base organizadas en red y al margen de la jerarquía eclesiástica que dibujan a sus pastores con los oídos y las bocas tapadas, que les acusan de negar el problema, de practicar el obstruccionismo a la justicia -denunciado también por algunos fiscales-, de actuar guiados por el exclusivo afán de ahogar el escándalo. La Conferencia Episcopal no ha respondido a la invitación cursada por este periódico para que se pronunciara sobre estos hechos.
Es verdad que la jerarquía católica acostumbra a actuar a remolque de los acontecimientos: interviene ante la familia para frenar la denuncia, traslada de parroquia al sacerdote acusado cuando la situación se hace insostenible, recurre las sentencias, respalda públicamente al condenado, cuestiona la certeza del fallo y, llegado el momento, reclama el indulto. Se diría que sólo puede contemplar los hechos desde el prisma del pecado y del perdón, y no desde el delito. Félix López Sánchez sostiene que la Iglesia católica española ha adoptado un comportamiento antisocial al negarse a afrontar directamente el problema. Según él, entre el 15% y el 20% de los niños víctimas de los abusos sexuales quedan afectados dramáticamente para el resto de sus vidas si no reciben ayuda psicológica, y uno de cada tres tiende a reproducir de mayor lo que hicieron con él.
Aunque se resista a aceptarlo abiertamente, la Iglesia sabe que tiene un problema. Lo ha tenido desde siempre, y no hace falta remontarse al siglo XVI, cuando la Barraganía era una institución que agrupaba a las mujeres de los curas. Sólo que ahora las violaciones de menores se han hecho socialmente insoportables socialmente. Los actuales seminaristas, que viven en un ambiente mucho más abierto que el de años atrás, son invitados sistemáticamente a someterse a una serie de pruebas que tratan de medir su madurez psicosexual, una iniciativa que puso en práctica el cardenal Tarancón y que llevan a cabo diligentemente los psicólogos del centro CONFER, creado en 1973.
Es un filtro dirigido a detectar las psicopatologías, y es que, paradójicamente, en medio de una enorme sequía vocacional, la Iglesia se ve obligada a recelar de los que se acercan a ella. Teme particularmente a los homosexuales inmaduros que, por razones que no se terminan de explicar: un refugio espiritual ante una homosexualidad frustrada, el encuentro religioso con otros hombres, "el susurro al oído, la sotana, la mano apoyada en el hombro del hermano en Cristo", apunta un militante gay... se sienten particularmente atraídos por la vida religiosa. Aunque los porcentajes de homosexuales en la Iglesia española varían mucho según las fuentes (no muy superior a la media, apunta el psicólogo religioso del centro médico CONFER, José Luis Martínez; un 30%, según el periodista Pepe Rodríguez autor de Pederastia en la Iglesia), nadie niega hoy esa mayor presencia de la homofilia.
El primer beso
La España franquista de los seminarios, internados y colegios religiosos acuñó la figura del "cura sobón". Eran los tiempos en los que la Iglesia "reclutaba" vocaciones entre niños de 10 años. Al igual que en el antiguo ejército, en las cárceles y en el resto de los ambientes cerrados exclusivamente mas-culinos, las necesidades afectivo-sexuales reprimidas de los sacerdotes, desatadas a menudo en plena madurez, terminaban en algunos casos por proyectarse sobre los alumnos. De ahí nacen muchos de los episodios graves o intrascendentes, las anécdotas amargas o jocosas que afloran en cualquier tertulia de antiguos escolares cuarentones o cincuentones. "¿Mi primer beso? Pues no guardo muy buen recuerdo porque me lo dio un cura", fue la sorprendente respuesta que el director de cine Juan Manuel Martín de Blas ofreció en una entrevista televisiva a una pregunta lanzada con una intención mucho más irrelevante. "Había curas sobones y también curas besones. En mi caso no pasó de ahí", indica el realizador. Por el contrario, la última película de Almodóvar alumbra esa época de manera marcadamente dramática.
De acuerdo con el psiquiatra redentorista Alfonso Ruiz Mateos, la figura del cura "sobón" se corresponde con lo que los especialistas llaman la "homosexualidad sustitutoria", donde el sujeto es en realidad heterosexual, y el objeto, mas-culino. Dice que a este respecto hay una distinción marcada entre el sacerdote que ha vivido en contacto con la sociedad y el que se ha dedicado a la enseñanza y, en consecuencia, ha estado sometido al "roce" continuo con los niños. "En esos casos se busca el modelo de chico guapo, y es muy frecuente encontrar en esos ambientes a profesores con mala conciencia por culpa de sus inclinaciones", afirma. Son religiosos que a duras penas soportan la ley del celibato, que se ordenaron muy jóvenes sin ser conscientes de la penitencia que, en su caso, conllevaba el voto de castidad, que sobrellevan muy mal "el aguijón de la carne" del que hablaba san Pablo, un apóstol martillo de homosexuales al que, por cierto, se le atribuye precisamente una tendencia a la homofilia.
Como hombres que son, también los sacerdotes experimentan una evolución-transformación de su personalidad con el paso de los años. Y es que la posición excepcional que ocupan en la sociedad, su particular simbolismo, la espiritualidad y el desinterés que les hace acreedores de la confianza social, no les preserva siempre contra las crisis: personales, de fe, de confianza en su Iglesia, que les depara el camino, no les ahorra las dudas ni las depresiones por la ausencia de estímulos pastorales, por su declive físico, por el sentimiento de orfandad afectiva, de desolación. Por eso, sus miserias humanas se manifiestan de manera mucho más descarnada. Y por eso caen por su propio peso los argumentos defensivos de que también hay pederastas entre los fontaneros o los periodistas, por ejemplo.
El voto de castidad
No se sabe el número de sacerdotes que incumple el voto de castidad -el porcentaje del 60% que algunos religiosos juzgan disparatado es aceptado por otros sin pestañear-, pero el verdadero escándalo no está ahí, no está en el sacerdote que reconoce abiertamente su incapacidad para dominar sus instintos sexuales. "Cuando no aguanto más, acudo a una chica bastante maja que me cobra muy poco, y luego me confieso", admite un sacerdote. Ya dijo san Pablo: "Antes casado que quemado". Tampoco genera ya gran escándalo el sacerdote homosexual que mantiene relaciones libremente consentidas, que acude a ligar a los bares de ambientes gay. Aunque sea pecado para la Iglesia, el auténtico escándalo está en aquellos que hacen caso omiso de la advertencia de Jesús en el Evangelio según San Mateo: "Quien se atreva a molestar a los más pequeños, que se cuelgue una piedra al cuello y se arroje al fondo del mar". Según Alfonso Ruiz Mateos, la homosexualidad sustitutoria ha empezado a desaparecer y lo que domina más, tras el fenómeno de secularización de mediados de los sesenta, son las personalidades tímidas, poco capacitadas para el encuentro heterosexual. "Todos conocemos a sacerdotes que miran a los chicos como a un rayo de sol", indica un fraile. En los ambientes eclesiásticos es un secreto a voces que determinados conventos están "coloreados" por una manifiesta presencia homosexual. No faltan quienes hablan incluso del "poder rosa" y de un "ambiente de verbena" que disturba la atmósfera de reflexión y meditación seculares en ámbitos en los que tradicionalmente el fraile afeminado era recibido con agrado porque se suponía que se encargaría gustoso de las tareas de limpieza.
Al igual que el resto de las personas que padecen esa patología, el cura pedófilo es un neurótico que padece una seria distorsión de la conciencia. "Piensa que sus aberraciones son hechos intrascendentes, fruto del cariño, nada más. Le cuesta enormemente ver que su conducta es un crimen", subraya el psicólogo director del centro CONFER, Jesús Gallego. Según el jesuita José Antonio García Monge, en el cuadro patológico del pedófilo hay un ingrediente de baja autoestima. "Es una persona que se autoagrede y que tiene sentimientos de culpabilidad. Se siente tan mal que a veces busca compensaciones en los comportamientos sexuales compulsivos para eludir un dolor interior. Piensa que como ya se ha manchado las manos, pues va a ensuciarse todavía más. Se deja llevar por el principio del placer, no de la realidad, tienen también un problema de inmadurez".
En su opinión, otro componente es el vacío existencial y la angustia vital. "Para rellenar esa angustia se hunde más y más en la espiral del pozo, se autodegrada, se desprecia a sí mismo y vuelve a caer. Tienen difícil solución", añade, "pero se les puede ayudar si se les mantiene en la terapia dos o tres años, si se les hace ver el dolor que provocan y el origen de su enfermedad, que, en otras muchas variantes, puede ser un complejo de Edipo mal resuelto, una infancia traumática, desgraciada, de abusos sexuales".
Menos piadosa es la opinión de otros expertos no religiosos. En opinión de estos últimos, muchos de los delitos de pedofilia no son cometidos por pedófilos patológicos, sino por personalidades cobardes que como no se atreven a enfrentarse a su propia sexualidad y a actuar en consecuencia, sea reprimiéndose o estableciendo una relación sexual con adultos, optan por servirse de los más inocentes y más débiles: los niños.
En cualquiera de los casos no es difícil suponer el tenebroso mundo interior de la culpa y pecado en el que habitan estos sacerdotes. "No puede usted imaginárselo", responde el sacerdote jesuita y psicólogo Carlos Domínguez. "He conocido de cerca uno de esos casos y le aseguro que es una de las experiencias espirituales que más me han impactado". Profesor de teología en Granada, Carlos Domínguez narra el "calvario personal" de un sacerdote pedófilo no español. "Es la historia de un seminarista que quería ser como san Luis Gonzaga y que, en consecuencia, se prohibía a sí mismo tocar a su familia cuando iba a visitarle, renunciaba a todo contacto físico para evitar la tentación. Cuando se ordenó sacerdote y salió a la acción pastoral, todos los diques de represión interna estallaron. Entró en una dinámica infernal que le llevó incluso a negarse a sí mismo y a negar lo que estaba haciendo. Sólo las denuncias de abusos sexuales a menores que cayeron sobre él muchos años más tarde le obligaron a enfrentarse a sus hechos. Sí, es un mundo de culpas terrible. Llegó un momento en el que tenía miedo hasta de rezar el vía crucis porque le aterraba llegar al paso en el que a Cristo le despojan de sus vestimentas. Yo creo", enfatiza el profesor de teología, "que tenemos que ir más allá de la condena y la separación si no queremos caer en la hipocresía. Estamos obligados a replantearnos los términos, a abordar seriamente el problema, a acabar con los tabúes".
Contra lo que opinan otros especialistas, los psicólogos de la Iglesia cuestionan, en general, que exista una relación clara entre la pedofilia y la ley del celibato, aun admitiendo que la hipersexualidad cultural de la sociedad actual hace más difícil que nunca resistirse a la tentación de la carne. "No hay estudios que demuestren esa conexión, la pedofilia también se da entre los curas protestantes y entre hombres casados y con hijos", apunta José Antonio García Monge. "El celibato introduce, en efecto, una problemática diferente, pero está por ver que eso lleve a una patología", dice también Carlos Domínguez.
"Creo que la mayoría de los homosexuales mantiene su celibato sin mostrar su tendencia sexual", afirma José Luis Martínez. Tras indicar que, en su opinión, los casos de abusos sexuales a niños son escasísimos, el sacerdote psicólogo añade: "Es más frecuente el abuso de adolescentes y jóvenes, y creo que por parte sobre todo de personas de tendencia homo". No es el único que piensa así, pese a que todo el mundo tiene buen cuidado en señalar que un homosexual compulsivo no tiene por qué ser pedófilo. También José Antonio García Monge sostiene que la pedofilia "se cronifica especialmente entre los que se sienten atraídos por personas del mismo sexo". Y Carlos Domínguez piensa igualmente que esa patología es mayor entre los homosexuales, "de dentro y de fuera de la Iglesia", matiza, porque desgraciadamente ése es un mundo reprimido socioculturalmente y con enormes problemas para madurar su relación. Precisamente, estos y otros expertos juzgan fundamental que los religiosos homosexuales aborden claramente su orientación sexual. "Los sacerdotes homosexuales y la propia Iglesia", afirma Emili Boïls, religioso valenciano impulsor de un colectivo que pretende vivir su homosexualidad dentro de la Iglesia, "sin trampa ni cartón".
¿Celibato opcional?
Muy crítico con los clérigos que incumplen el voto de castidad, pero sin dejar de defender el celibato opcional, Emili Boïls sostiene igualmente que "todo sacerdote o monje que no haya aceptado su sexualidad es un ser incompleto". En su opinión, la pederastia no habría existido en los tiempos modernos si la Iglesia hubiera abordado el problema con rigor. "La sexualidad no está en los genitales, sino en el cerebro", indica. "Si la sexualidad es reprimida durante toda tu vida, entonces terminas volviéndote loco", subraya. "¿Cuántos artistas", dice," han reprimido su genitalidad para volcarla en el arte? ¿Por qué no podemos hacer lo mismo y transformar nuestra libido en oración? ¿Acaso no se ve algo especial en esos monjes contemplativos que siendo célibes han alcanzado un alto nivel espiritual? Y no es que yo aborrezca el sexo", aclara.
Emili Boïls habla con dolor de la "inautenticidad" que se vive en la Iglesia, de esos curas que se resisten a colgar la sotana por miedo a quedar desasistidos económica y socialmente, de la frivolidad con la que actúan algunos clérigos homosexuales, de la angustia existencial con que muchos de ellos se han acercado a la Iglesia creyendo erróneamente que encontrarían allí un refugio seguro. Habla del sufrimiento del homosexual por ser homosexual, de las toneladas de dolor y escarnio, de las depresiones, los suicidios. "Dentro de la Iglesia, los peores enemigos de los homosexuales son los homosexuales frustrados", asegura.
Hay efectivamente un clamor para que la Iglesia pecadora y divina acabe con sus fobias, con la política del secreto y con su contradictoria doctrina en materia sexual, para que encare el asunto, para que no pueda ser vista como un "club protector", para que deje de esperar a que pase la tormenta. Y es que no parece que esta tormenta vaya a pasar por sí sola.
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