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SOMBRAS NADA MÁS. | José Antonio Alonso, ministro del Interior
Columna
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Toño, el juez que fue cronopio

Juan Cruz

Angel Acebes, su antecesor, le llamó miserable, cuando tenía la posibilidad de llamarle Toño, como hace todo el mundo.

Pero el ex ministro de Interior del Gobierno popular no sabe que José Antonio Alonso, hijo del peluquero de El Crucero, el barrio obrero de León, lector de Julio Cortázar y de Jorge Luis Borges (como su jefe actual, su amigo José Luis Rodríguez Zapatero), es un hombre profundamente literario, por lo cual puede interiorizar ese adjetivo como más propio de la obra insuperable de Víctor Hugo que como un insulto.

Un amigo suyo, de noches y madrugadas en el barrio húmedo leonés, nos dijo cómo hubiera reaccionado en otros tiempos ante un calificativo tan arisco: "Podíamos haber tenido unas voces".

La verdad es que resulta imposible encontrarle nada en su biografía que pueda merecer ese abrupto adjetivo que le dedicó Acebes por las declaraciones que Alonso hizo acerca de la imprevisión política con la que el anterior Gobierno trató el asunto del terrorismo islamista.

Es juez desde muy joven, y es también un progre curtido en la militancia opaca, sin carnet, del Partido Socialista. En las últimas semanas casi sólo ha sonreído entre los altos cargos policiales de su departamento. Pero ninguno de los perfiles que se deducen de los testimonios de quienes le conocen le representa tan mohíno como ahora.

Por lo que dicen, es dicharachero y juerguista. Puede dejar una ruta para seguir otra más divertida, y pasar la noche de un lado a otro hasta que el último -que puede ser él- apaga la luz. Desde chico dispone de un acusado sentido de la responsabilidad: una Nochebuena regresaba de una larga juerga y encontró a un hombre en una situación pésima a las puertas del Ayuntamiento de León; asumió su condición de juez, requirió a la policía y se dispuso a sacar a aquel ser humano de la situación terminal en la que lo había sumido el hielo de la noche...

Los que coleccionan sus anécdotas tienen como principal la que cuenta cómo defendió a una fiscal de las arremetidas de un delincuente al que él había quitado las esposas... Él no cree ni en las virtudes curativas de las cárceles ni en el carácter disuasorio de los grilletes, pero a veces se ha encontrado que esa generosidad no ha hallado el favor de algunos delincuentes...

Si esto no es cierto, merecería serlo: fue un gitano al que juzgó quien le puso en el camino de una de sus grandes pasiones, la guitarra. Le enseñó Juan El Habichuela a tocar guitarra flamenca, pero ahora ese apasionamiento ha sido atenuado, primero que nada por su reciente paternidad tardía, que le ha hecho olvidar casi todas las restantes pasiones, entre ellas la pasión bien aprovechada de la noche... Acaso de ese trasnoche sucesivo le venga ese aire ahora un poco apesadumbrado que le dan las ojeras...

O acaso ha sido la lectura. Durante mucho tiempo hizo de Cortázar su bandera; hizo proselitismo con Historias de cronopios y de famas. Y él no es un fama -y acaso tampoco lo querrá ser como ministro-, a pesar de que siempre está dispuesto "a bailar en el cuarto con farolitos", sino un cronopio, despistado, que tiene ante la amistad -lo dicen sus cercanos- "la conmovedora alegría del cronopio".

Ha sido groupie de su hermano, un músico de rock; y de Zapatero, su amigo del alma. Por él es ministro, y acaso por él cambió las tizas de colores de los cronopios por esos trajes tan oscuros de los ministerios. No debe tener tiempo ahora -por la experiencia que he atesorado buscándole a través de sus múltiples filtros de Interior- ni de responder a un humilde periodista si por casualidad leyó alguna vez Los miserables, de Víctor Hugo.

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