_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Centenario

Si fuéramos personas decentes nos dejaríamos de tonterías oficialistas y nos prepararíamos para celebrar como es debido el centenario del nacimiento de Lex Luthor, muerto hace unos años en el más injusto de los olvidos, probablemente en una penitenciaria de tres al cuarto. Incluso es posible que a estas alturas algún jovenzuelo ignorante se pregunte quién era Luthor. Pues nada más y nada menos que el perpetuo y acérrimo enemigo de Superman en aquellas décadas felices en que el bien y el mal absolutos constituían los dos polos opuestos de la estupidez. Luthor, por supuesto, encarnaba un mal sin móviles, sin matices y sin paliativos, cuyo único objeto era enfrentarse al bien sin más armas que la inteligencia, el conocimiento científico, un presupuesto ilimitado y una total falta de escrúpulos. Naturalmente, así nunca ganaba al bien, encarnado en un simplón a quien todo le había sido dado sin esfuerzo, incluso una indumentaria original y llamativa, aunque algo incómoda a la hora de hacer pis. Pero a Luthor no le desalentaban las derrotas y pronto volvía al ataque con un plan nuevo y aún más disparatado. En este aspecto, Luthor no era humilde ni pusilánime: su proyecto consistía en destruir el mundo por las buenas, y a esta empresa se entregaba a conciencia, en la soledad de su laboratorio, con una elegante discreción. No como los actuales enemigos de James Bond, que apenas obtenida el arma definitiva dan una fiesta por todo lo alto, invitan a la jet set y se muestran como lo que son: unos mitómanos consumistas formados en los programas basura de la televisión en abierto. Por eso James Bond siempre se acaba colando en la fiesta y echándolo todo a rodar. Luthor era todo lo contrario: un hombre reservado, de pupitre, pizarra y biblioteca, lector de Platón y de Dante, quizás en versión de cómic, pero anclado en la tradición y con la vista puesta en los ejemplos más ilustres de la antigüedad. En resumen, un poeta. Este fue, sin duda, su talón de Aquiles: pensar que en el mundo había cabida para las abstracciones. Y como siempre sucede en estos casos, sólo le comprendió Superman, tan tonto y tan hegeliano como su eterno contrincante, y destinado como él a engrosar el panteón de los hombres grandes y risibles.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_