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Reportaje:EL DIFÍCIL 'PUZZLE' DE EUROPA

La corrupción es común a la vieja y la nueva UE

Yolanda Monge

La corrupción es un mal endémico en Europa. Y parece que seguirá siéndolo por mucho tiempo. Según el Informe global sobre la corrupción 2004, elaborado por la organización Transparencia Internacional (TI), "es muy poco probable que la situación cambie una vez que los nuevos países entren en la Unión Europea". La razón: "La propia Unión carece de un marco anticorrupción coherente".

Pese a que las presiones de Bruselas sobre los Estados ex comunistas se han revelado fructíferas en la ratificación de los principales convenios anticorrupción, lo cierto es que "los problemas son peores de lo que la Comisión Europea dice, especialmente en las áreas de contratación, financiación política de partidos, redes de influencias y conflictos de interés", afirma TI. El Ejecutivo comunitario recordó a los 10 países que se incorporaron ayer al club de Bruselas que la corrupción sigue estando presente en sus instituciones públicas.

Tampoco la Comisión ha dado ninguna indicación sobre qué nivel de corrupción descalificaría a un país para ser elegido miembro de la UE

El organismo también se reserva críticas para los Quince. Países como Austria, Finlandia y España exhiben, por ejemplo, un nivel "bajo" de información pública sobre las donaciones a partidos políticos. Además, se observa una "tendencia preocupante a aumentar los privilegios de inmunidad de sus líderes políticos". Francia, Grecia e Italia han aprobado normas para blindar a sus gobernantes frente a las acusaciones de corrupción.

Un serio problema

A pesar del impacto positivo que ha supuesto la ampliación, para el Open Society Institute (OSI, fundación del magnate George Soros) también la corrupción es un "serio problema" en la mayoría de los países del este y centro de Europa que ayer ingresaron en la Unión. Y también coincide este organismo independiente en que la misma Unión Europea debe reforzar su propio marco anticorrupción para prevenir que se "expanda aún más la corrupción" en una UE a Veinticinco. Según el autor de las 621 páginas del informe del OSI, Quentin Reed, la corrupción sigue siendo un problema serio en "más de la mitad" de los nuevos socios de la UE.

Se asegura en OSI que la corrupción a la hora de crear leyes y normas en los 10 países nuevos se ha extendido. Mientras esto sucedía, la Comisión prestaba mayor atención a la velocidad con que se desarrollaba el proceso legislativo que a la calidad de tal proceso. Reed cree urgente que la UE mejore su propio, pero "casi inexistente", marco anticorrupción.

Desgraciadamente, unirse a la UE no ha resultado ser la panacea anticorrupción que se deseaba, en opinión de Reed. Transparencia Internacional define a dos antiguos países miembros de la UE, Italia y Grecia, como más corruptos que los nuevos Estados miembros de Eslovenia y Estonia, en su último Índice de percepciones de corrupción 2003.

Tampoco la comisión ha dado ninguna indicación sobre qué nivel de corrupción descalificaría a un país para ser elegido miembro de la UE. Por ejemplo, a pesar de que la Comisión ha juzgado repetidamente que la corrupción es "sistemática" en Rumania -que debería ingresar en la UE en 2007-, sus informes regulares dicen que el país cumple con los criterios políticos -más que con los económicos o administrativos- establecidos en 1993 en Copenhague por el Consejo Europeo como condiciones básicas para ser miembro de la UE. Los criterios de Copenhague incluyen tres categorías principales. Criterios políticos (estabilidad democrática e instituciones democráticas); económicos (una economía de mercado que responda a tal nombre), y sobre la capacidad del Estado candidato para cumplir con las obligaciones de los otros Estados miembros: en otras palabras, la capacidad para aplicar el acervo comunitario.

A los ojos de la Comisión, ningún país candidato ha sido capaz de cumplir todos los criterios de Copenhague debido a esa corrupción. Pero luchar contra la corrupción, en última instancia, representa una "carrera de fondo", declara Reed. Como demuestra la historia. Ya sea en el caso de Alemania tras Hitler o España después de Franco, la corrupción florece en épocas de transición. Ése sería el caso concreto de los países que salieron del comunismo -todos los que ahora ingresan, excepto Chipre y Malta-, y que aún se encuentran en el proceso de realizar transferencias masivas de activos del Estado al sector privado.

Los sistemas comunistas emplearon la corrupción como un modo de consolidar el poder, construyeron sistemas económicos que dependían de la corrupción para su propia supervivencia y -al menos en las últimas fases de su historia- terminaron siendo Estados dedicados al robo donde los altos niveles de corrupción y la malversación eran la norma. Esto dejó atrás un legado de patrones de conducta que no condujeron al establecimiento de un buen funcionamiento democrático o culturas que condenaran la corrupción. Y que ahora pasan factura.

Claves distintas para el mismo mapa

LA RECIENTE VICTORIA De los socialistas en España, el triunfo del PSF en las municipales de Francia y la incorporación de un país grande como Polonia, donde gobierna la izquierda, ha introducido nuevas variables en un mapa político que, hasta hace bien poco, estaba dominado por la derecha. Tras los años de predominio socialista en la Europa de los Quince, donde 11 gobiernos eran de centro izquierda, la llegada a La Moncloa de José María Aznar, la victoria de Jacques Chirac en Francia, de Silvio Berlusconi en Italia y de José Manuel Durao Barroso en Portugal, por ejemplo, marcaron momentos de triunfo para el centroderecha. Era un rotundo cambio de ciclo. Y la izquierda quedó abatida y limitada, prácticamente, a Suecia, Finlandia, Alemania y Reino Unido.

La lectura del mapa político de los nuevos socios, sin embargo, no puede ser interpretado con las mismas claves que en la UE de los Quince. Ocho de los diez países vivieron bajo terribles regímenes comunistas, que liquidaron cualquier amago de opinión contraria. Los partidos herederos de aquellos gobiernos deben ser interpretados como lo contrario de lo que son: allí lo socialista es ser conservador; lo progresista es la derecha. Y los nuevos partidos, invertebrados y formados al calor de revueltas inocentes e intereses a veces no tan inocentes, no han conseguido solidez. Por ello, extrapolar el mapa es casi ilegítimo. Funciona a veces como un espejo: la izquierda es la derecha, la derecha es la izquierda.

El 13 de junio, la Europa de los Veinticinco votará por primera vez unida, y dejará un Parlamento lleno de incógnitas. Los sondeos predicen una victoria del centroderecha, que también ha conseguido un impulso reciente con su victoria en Grecia. ¿Pero quién compartirá escaños con los grupos parlamentarios hoy establecidos? Será interesante.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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