El país que se rebeló
Con algo más de 38 millones, Polonia suma tantos habitantes como los otros nueve países que ahora ingresan en Europa. Polonia es una gran nación que desde el año 1772 hasta 1939 ha sufrido cuatro divisiones y repartos entre sus vecinos. Incluso llegó a desaparecer del mapa durante más de un siglo. La entrada de Polonia en la UE supone reparar una deuda histórica de Europa con el país más castigado por la barbarie nazi y víctima de la dictadura comunista por el injusto reparto acordado en Yalta y que desencadenó la caída del comunismo con el movimiento sindical independiente Solidaridad a principios de los ochenta.
Con una tradición cultural de romanticismo y un acusado victimismo nacionalista, producto de su azarosa historia, los polacos depositaron grandes esperanzas en la entrada en Europa como panacea de todos los males. El choque con la dura realidad de las negociaciones en Bruselas, desde las subvenciones agrícolas hasta los periodos transitorios para la libre circulación de la mano de obra, ha abierto los ojos a muchos polacos, que han pasado a sumarse a las filas de los euroescépticos. El entusiasmo del referéndum sobre el ingreso en la UE, ganado el pasado 8 de junio con un 58,9% de participación y un 77,5% de votos favorables, se agota a ojos vistas mientras crece el número de polacos dispuestos a seguir las consignas de los populistas que agitan contra Europa.
Al mismo tiempo que entra en Europa, se desencadena una crisis de gobierno con la dimisión, el día siguiente, del primer ministro
Su alineamiento con EE UU y su fuerte oposición al proyecto de la futura Constitución Europea le ha convertido en un socio incómodo
Su ingreso obliga a Polonia a afrontar y profundizar en la solución de problemas estructurales de su economía
Al mismo tiempo que entra en Europa, se desencadena en Polonia una crisis de gobierno con la dimisión anunciada para el día siguiente del primer ministro, Leszek Miller, y dudosas perspectivas de que se consiga formar un Ejecutivo que logre una mayoría en la Dieta (Parlamento).
La división fomentada desde Washington entre la vieja y la nueva Europa, con motivo de la guerra de Irak, llevó al Gobierno de Polonia, formado por los antiguos comunistas de la Alianza de la Izquierda Democrática (SLD), a alinearse con Estados Unidos con arreglo a una simple ecuación: EE UU y la OTAN satisfacen las necesidades de defensa, y a la UE le toca ocuparse de las económicas. El alineamiento de Polonia con EE UU y su fuerte oposición al proyecto de la futura Constitución europea ha convertido a Polonia en un socio incómodo sobre el que pesa la sospecha de que pueda asumir el papel de caballo de Troya de Washington en la UE ampliada. Polonia se ha quedado sola ante el peligro tras la caída del Gobierno del PP en España. La precaria situación de su Ejecutivo no facilita nada las cosas en sus primeros pasos en la UE. Su ingreso obliga a Polonia a afrontar y profundizar en la solución de problemas estructurales de su economía. Grandes complejos fabriles obsoletos e incapaces de resistir la competencia, resultado de los años de megalomanía comunista, y una agricultura desproporcionada y retrasada. Las minas de carbón de Silesia, las siderurgias como la de Nowa Huta en Cracovia, la industria textil de Lodz y los legendarios astilleros de Gdansk, cuna del sindicato independiente Solidaridad, son hoy páramos industriales con una dura reconversión pendiente. La agricultura polaca, según datos de la Comisión Europea, contribuye con un exiguo 2,5% al producto interior bruto (PIB) de Polonia y se lleva al 19,5% de la población activa.
La reconversión tendrá que salir adelante en medio de una situación social inquietante con casi un 20% de paro. Este panorama social, unido a la crisis de un sistema político donde en los 15 años transcurridos desde la caída del comunismo no han conseguido implantarse de forma sólida los partidos, hace temer por la estabilidad del nuevo socio europeo.
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