Son desconocidos, son iguales

Estamos lejos, o estamos cerca de los nuevos socios europeos? Cualquier sondeo urgente a nuestro alrededor demostrará que pocos saben mencionar quién entra, que pocos se sienten cercanos a unos países que comparten continente y que, sin embargo, no vemos. Como dos caras opuestas de una misma moneda: imposible verse. Sin embargo, cualquier repaso también urgente a los fríos números estadísticos revelará que estamos cerca, que somos iguales y que hacemos las mismas cosas para divertirnos, en Tallin, en Nicosia o en Madrid. Los nuevos miembros tienen 74 móviles por cada 100 habitantes (78 en los Quince), 31 ordenadores por cada 100 habitantes (34 en los Quince), leen Harry Potter y acuden masivamente al cine a ver El señor de los anillos. Los programas más vistos por televisión son, como aquí, los reality shows, los informativos o el deporte.
Con este perfil, ¿estamos hablando de España, Francia o el Reino Unido? No. Hablamos de países lejanos que, como Letonia, Lituania y Estonia, ni siquiera teníamos identificados en nuestra memoria colectiva, porque sólo eran parte de una Unión Soviética feroz. O Eslovaquia, que jamás conocimos porque no era más que la segunda parte de Checoslovaquia. O Eslovenia, que tampoco era un país, pues era un miembro más de la federación yugoslava.
Los mapas que conocimos, los mapas de hace apenas 15 años, ya no valen hoy. Son viejos. Nuevos países se han hecho un hueco y sólo algunos de ellos, los 10 más avanzados, han aprobado el examen para entrar. La geografía nos ha hecho compartir un espacio, y, hoy, la voluntad política nos hace compartir un destino. Por ello, la ampliación de la UE cierra una llaga histórica y nos hará compartir pasaporte con los pueblos de Václav Havel, Milan Kundera o Kertesz. Con los nuevos socios, también entrarán importantes minorías de rusos y ucranios. Y los pueblos europeos lo han comprendido así. En casi todos los países hay ilusión, hay confianza.
A pesar del desconocimiento mutuo, a pesar de la gran brecha entre las opiniones públicas y la fría burocracia de Bruselas; a pesar de que nuestras empresas llegan tarde, los españoles de a pie ya sabemos muchas cosas: sabemos, por ejemplo, que miles de polacos trabajan hoy recogiendo nuestra fresa o cuidando a nuestros hijos, que las multinacionales huyen a Eslovaquia en busca de bajos sueldos, y que los fondos que antes financiaron nuestros metros, autovías y líneas de alta velocidad ahora servirán, por ejemplo, para el desarrollo checo, chipriota o para cerrar una central nuclear lituana con graves fallos de seguridad. Es su hora.
Así lo hemos comprendido, y así lo reflejan las estadísticas. La integración real de sus productos en nuestros mercados, de sus ciudadanos en nuestras fronteras o de las monedas vendrá más tarde. Pero Europa está, al fin, unida.
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