El revolcón
El Partido Popular sufrió un revolcón en la plaza partida del Congreso. Pudo evitar la votación, pero no ser el enjuiciado, el despreciado, el criticado y condenado por aquello que hurtó entonces: el debate sobre el envío de las tropas a Irak, que esta España lenta y perezosa celebra sólo cuando se van. Un debate-trampa, diría Mayor Oreja, como repitió hasta empalagarnos de la tregua de ETA; allí estaba él, antiguo y perezoso, en una situación que no se sabe si es de ida o de vuelta. Luchó mucho este partido, y su pugnaz jefe, para ser un fortín de una pieza y una banderota grande, y ahora es una ruina con defensores agotados, sin horizonte, iguales a sí mismos cuando el mundo ha cambiado. Y digo que ha cambiado no sólo por esto, sino porque aquella guerra de "banderas victoriosas" es sólo una carnicería sangrienta dirigida por viejos curas de almas musulmanas, donde sólo queda gritando, como el último de El Álamo, el Bush que no es John Wayne ni dirige John Ford: las armas americanas de destrucción masiva -¡no hay otras!- que el lunes arrasaron Faluya porque es "la ciudad rebelde". ¿Rebelde? Está en su sitio, y sus gentes ya han advertido que Sadam Husein no era tan malo como Bush y los trataba mejor.
Si hubiera vergüenza, el PP moriría de ella en el país donde los nueve partidos de todo un arco tenso de la política los repudiaban; y donde ellos siguen nombrando para sus carguitos a los mismos políticos de plomo del ejército civil de Aznar, convertido ahora en periodista de Abc, donde su abuelo también escribió: pero aquellos eran los tiempos grandes de ese periódico, donde la tercera era la página de los primeros escritores. No se lo ha comido La Razón, como temían ellos -un periódico que quizá tenga ya que cerrar: perder mucho en un diario puede valer si canta a un Gobierno que puede resarcirlo con creces por otras vías, y no si ese Gobierno cae-, sino su autofagia.
No hace mucho tiempo, aquí mismo, se decía que el PP "es necesario", y me quedé algo perplejo. Supuse que se debía querer decir que es necesario un partido de la derecha porque hay muchos conservadores, y porque un órgano parlamentario necesita bramar por todos sus tubos. Pero el PP no es la derecha: es un arcaísmo de reliquias y encajes de vestido de imagen, con himnos que suenan por dentro y sueños imperiales. Una derecha un poco moderna tendrá algo que hacer. Sin franquismo, sin aznaridad; por algo que no les dé Zapatero, que supongo que entregará bastante.
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