La universidad perpleja
Desde la segunda mitad del siglo XX, la evolución de las universidades, en la mayor parte de los países desarrollados, experimenta cambios en un doble sentido. Por una lado, la realización de actividades de I+D va afianzándose como una misión fundamental de las universidades, que sin lugar a dudas, se ve favorecida por las contribuciones que estas actividades aportaron durante la Segunda Guerra Mundial y que permitieron mostrar la utilidad de la aplicación de los conocimientos científicos. Por otro lado, experimentan un aumento considerable en el número de alumnos como consecuencia de la explosión demográfica y del crecimiento económico posterior a esta contienda, lo que les hace perder una de las características que poseían desde sus orígenes en la edad media: su carácter elitista.
En este contexto, los países desarrollados incrementan sus apoyos a estas instituciones para conseguir un mayor desarrollo económico. Tal como indica V. Bush en 1945 en el informe Ciencia, la frontera sin fin al Presidente de los Estados Unidos: ".... una nación que depende de otras para generar conocimiento científico verá retrasado su progreso industrial y no alcanzará una posición competitiva fuerte en el mercado mundial".
A partir de los años ochenta, empiezan a aparecer estudios que ponen de manifiesto que, en muchos casos, el apoyo a la investigación básica no ha sido condición suficiente para el desarrollo tecnológico posterior o la resolución de problemas sociales, lo que, unido a una contención en el gasto público de los países por una disminución del crecimiento económico, provoca una modificación en el apoyo de los gobiernos a las universidades, que se materializa en una mayor exigencia de orientación de la I+D llevada a cabo en ellas. Dicho de otro modo, a cambio de las ayudas públicas, los gobiernos inciden en la autonomía de elección de la I+D, exigiendo una mayor orientación de las actividades universitarias hacia la aplicación y una mayor sensibilidad de los miembros de la comunidad académica hacia las demandas del entorno socioeconómico que les presta el apoyo financiero.
En el caso de las universidades españolas, esta evolución se ha realizado en un periodo de tiempo mucho mas corto, en los últimos veinte años. Así, por ejemplo, en este periodo, la Universidad Politécnica de Valencia ha visto, duplicar sus alumnos; se ha involucrado masivamente en la realización de I+D -los profesores comprometidos en estas actividades se han multiplicado por diez- y se ha intensificado su relación con el entorno socioeconómico -los fondos provenientes de contratación de I+D con agentes sociales se han multiplicado por quince.
Esta rápida evolución de las universidades españolas origina en la comunidad académica múltiples tensiones internas, agravadas por las actuaciones y mensajes, muchas veces contradictorios, que los miembros de esta comunidad reciben de las autoridades políticas; por ejemplo, resaltando la importancia de las actividades de I+D y disminuyendo, paralelamente, los fondos que aportan para la realización de las mismas (los recursos económicos por investigador han disminuido un 30%, en pesetas constantes, en estos últimos veinte años). Si tanto la sociedad como el Estado, que financia las universidades, les piden que asuman un papel prominente en la sociedad del conocimiento y del aprendizaje y unos mayores rendimientos y resultados de sus actividades educativas e investigadoras, deberán acompañar estas exigencias legítimas con políticas reales y no meramente propagandísticas que contemplen no solamente una adecuada distribución de los fondos públicos destinados a estas actividades sino, esencialmente, una gestión adecuada para su realización. Estos cambios deberán completarse con una desburocratización de las universidades y con un aumento del apoyo de gestión a las diversas actividades de los miembros de la comunidad académica, de creciente complejidad y diversidad.
La situación actual es desesperada, pero no grave, como dicen los italianos, y requiere restaurar la confianza entre los miembros de la comunidad académica, acompañando los discursos con las acciones y aumentando la coherencia de las mismas. En caso contrario, el desarrollo regional de muchas regiones españolas como la valenciana no podrá contar con el potencial y el dinamismo de unas instituciones que empiezan a situarse al nivel de sus homólogas europeas y cuya aportación es decisiva, en la época que vivimos, tanto para crear y absorber nuevas tecnologías como para ayudar a que surjan los nuevos empresarios que necesitan estas regiones.
Ignacio Fernández de Lucio es Director del Instituto de Gestión de la Innovación y del Conocimiento, INGENIO (CSIC-UPV)
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