Novillos de peluche
Vaya por delante que los toros que salieron ayer al ruedo de la Maestranza eran impropios de la categoría que dicen que tiene esta plaza. Novillos mejor presentados han salido a este ruedo en cualquier festejo veraniego. Pero a ver quién es el guapo que le pone el cascabel al gato y adopta la decisión de rechazar una corrida de Juan Pedro Domecq en Sevilla, y se expone a la suspensión del festejo en sábado de preferia. Pura ciencia ficción.
La realidad es mucho más cruel. La autoridad aprueba una corrida impresentable a sabiendas de que el público festivo no se sentirá defraudado ni herido en su dignidad ni en su cartera.
Y así ocurrió. Salieron uno a a uno, sin trapío, sin pitones, sin hechuras de toro, inválidos por más señas, y sólo se devolvió el quinto, cuando otros tres debieron seguir el mismo camino.
Domecq / Conde, Jiménez, Manzanares
Toros de Juan Pedro Domecq -el quinto, devuelto-, anovillados, inválidos y nobles. El cuarto, encastado y de calidad. Javier Conde: media estocada (pitos); estocada, un descabello -aviso- y cuatro descabellos (vuelta). César Jiménez: pinchazo y estocada (ovación); estocada (silencio). José María Manzanares: pinchazo y estocada (palmas); estocada (palmas). Plaza de la Maestranza. 24 de abril. 10ª corrida de feria. Casi lleno.
Después está su comportamiento. El ganadero ha conseguido desnaturalizar el toro bravo y convertirlo en un novillo de peluche, blandito, dulce, frágil, y tan suave que dan ganas de acariciarlo. El ganadero ha erradicado de sus pagos el toro poderoso, con cuajo y seriedad, que impone respeto y miedo.
Y el público festivo, tan contento y feliz.
A estos novillos los matan tres jóvenes considerados artistas que, en líneas generales, ejecutan un toreo de acompañamiento y se olvidan de aquellas reglas tan obsoletas de parar, templar y mandar. Toreros que más parecen bailarines, muy ceremoniosos, pendientes de su compostura, empalagosos en las formas y cursis hasta la exageración en momentos de auténtico trance personal que rozan la más absoluta ridiculez. Ellos, como los toros, han cambiado el poderío por la suavidad de las formas, y su toreo es tan efímero como sus contoneos.
Pero a muchos les entusiasma y están en su derecho. A Javier Conde, por ejemplo, se le escapó un gran triunfo por el mal manejo del descabello. Su faena al magnífico cuarto de la tarde levantó al personal de sus asientos por su gran plasticidad. Lo citó de largo por el lado derecho y consiguió tres buenas tandas de redondos, en los que sobresalió la calidad del animal, aunque hubo ligazón. Entró en trance al tomar la zurda y dibujó el larguísimo pase de pecho y después tres circulares abrochados con un pase del desprecio que llevaron el delirio a los tendidos. Es Conde torero de inspiración y creatividad, pero parece más pendiente de sí mismo que de su toreo. Mejoró, no obstante, la negativa impresión que había dejado en su primero, manso y descastado, ante el que se mostró sin ideas y temeroso.
Tampoco le anda a la zaga en cursilería César Jiménez, si bien toreó con más hondura a su primero, al que citó desde los medios en un pase cambiado por la espalda que repitió tras ser desarmado y cerró con un magnífico de pecho.
Embarcó la embestida por el lado derecho, pero mejoró mucho en una tanda de naturales largos y templados. Un garboso molinete dio paso a un pinchazo que esfumó toda posibilidad de triunfo. Antes había toreado bien a la verónica y en un ajustado quite por chicuelinas. El quinto era un muerto en vida.
El más joven, Manzanares hijo, ha quedado inédito por la invalidez de su lote. Parece, sin embargo, que es el que menos se mira en el espejo y más torea. Tiene buenas maneras y torería en sus ademanes. Pero los artistas de Domecq le dieron calabazas.
Babelia
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