Por la fortaleza, en una 'zodiac'

Mola", dice el pequeño Gerard a su padre cuando Joan Manuel, el guía, enciende un potente foco que, de pronto, corta la oscuridad con un haz de luz que descubre uno de los depósitos subterráneos de agua del castillo de Sant Ferran, situado en la parte alta de Figueres (Girona). La sensación de aventura se acrecienta cuando los excursionistas se suben por turnos a una zodiac y navegan unos minutos por estas galerías acuáticas, sorteando angostas cavidades que obligan a tenderse sobre la base de la embarcación para poder atravesarlas.

Pero esto no es más que la guinda de una multiaventura que empezó casi un par de horas antes, cuando el guía llevó al grupo sobre un pequeño promontorio para dar su primera explicación. Allí, con el valle del Empordà a los pies, Joan Manuel contó cómo y por qué en 1753, bajo el reinado de Fernando VI, se empezó a construir esta maravilla de la ingeniería militar, con un perímetro exterior de 3.125 metros y otro interior de 2.100, sobre una superficie de 320.000 metros cuadrados. Una fortaleza, de las mayores y más bellas de Europa en el siglo XVIII, diseñada en un sistema de baluartes cuya disposición recuerda la figura de una tortuga. Sant Ferran estaba emplazado estratégicamente en un lugar fronterizo con Francia que controlaba los dos accesos a España: el marítimo (bahía de Rosas) y el terrestre (Coll de Pertus, en los Pirineos). Con él se pretendía tener un potente bastión, pensado para acoger a unos 4.000 soldados, que frenase cualquier posible intento invasor.

Esta muestra arquitectónica protegida cuenta con un curioso y variopinto anecdotario. Aquí hizo su instrucción militar el recluta Salvador Dalí (1922); tuvo lugar la última reunión de las Cortes de la II República (1939), y fue confinado durante una década Antonio Tejero, uno de los responsables del intento de golpe de Estado del 23-F.

El fuerte de Sant Ferran fue utilizado como prisión militar hasta 1992. Luego cayó en un profundo letargo hasta que fue rescatado en 1997, abriéndose a las visitas públicas como monumento lúdico donde se imparten clases de historia y estrategia militar.

En grupos de hasta nueve personas, se sube a unos 4×4 que descienden hasta las fosas para recorrer unos tres kilómetros. El guía se detiene en varios puntos para explicar detalles, como la composición de las murallas o el lanzamiento de latas con metralla que, al rebotar en la muralla, se esparcía arrasando al enemigo que había penetrado en los fosos. Protegidos por un casco con luz, similar al de los mineros, se penetra además a pie en uno de los llamados túneles de contramina, pasadizos subterráneos de unos 80 metros, que formaban parte de la defensa.

Algunas zonas del castillo están pendientes de rehabilitar, pero el tortuoso paso sobre ellas es un aliciente para los niños, que disfrutan con las cabriolas del 4×4. La visita concluye en el patio de armas, bajo el que se ocultan cuatro cisternas donde se almacenaba el agua. Por una escalinata se desciende hacia una de ellas, que es la que se visita en zodiac.

La jornada familiar, sin salir de Figueres, puede completarse con una visita al Museo del Juguete (Sant Pere, 1; 972 50 45 85), o al Museo Dalí (Plaza de Gala y Salvador Dalí, 5; 972 51 18 00), en plena celebración del centenario del nacimiento del pintor.