La muralla veloz
No todo el mundo en el Deportivo estaba seguro de que el presidente, Augusto César Lendoiro, hubiese acertado hace dos años cuando se gastó 9 millones de euros en comprar al Oporto a Jorge Andrade, un central poco conocido fuera de Portugal. Un técnico del club hasta recibió una inquietante confidencia de un colega: "No es un futbolista para vosotros. No sabe jugar la pelota". El aviso tenía parte de verdad, porque Andrade no es precisamente de los que acarician el balón, pero escondía una enorme mentira. Si la función primordial de un defensa consiste en defender, Andrade lo hace como pocos. Valerón al margen, el portugués ha sido probablemente el jugador más valioso del Depor esta temporada. Con un físico exuberante y una rapidez poco frecuente en un futbolista que mide 1,82 metros, una sola campaña en A Coruña -la anterior apenas jugó debido a una lesión- le ha colocado bajo el escrutinio de las secretarías técnicas de media Europa.
Si le hubiesen preguntado a él mismo, tampoco engañaría a nadie, porque es el primero en reconocerlo: "Soy futbolista gracias a mi físico". Aunque un osado entrenador del Oporto, Otavio Machado, llegó a colocarle de medio centro, Andrade siempre supo que fueron sus músculos y no su habilidad los que lograron cumplir el sueño de su padre, un emigrante caboverdiano empeñado en que alguno de sus hijos hiciese en el fútbol profesional la carrera que él nunca pudo alcanzar. El explosivo físico de Andrade venció cualquier posible recelo en Javier Irureta, quien apenas le conocía cuando llegó y ahora le utiliza más que a cualquier otro jugador de la plantilla. Andrade no parece conocer la fatiga: estaba en plena forma en septiembre, y sin apenas descanso, así sigue siete meses después.
Jorge Manuel Andrade nació en 1978 en Amadora, un suburbio de Lisboa donde se amontonan las esperanzas de mejora social de miles de inmigrantes de las antiguas posesiones portuguesas en África. Se hizo futbolista casi por imposición paterna. Triunfó en el equipo local, el Estrela, e iba fichar por el Benfica cuando se interpuso el Oporto. Su trayectoria fue tan fulgurante como la que luego tendría en A Coruña.
En los últimos meses, mientras crecía como futbolista en A Coruña, ha empezado a enseñar una personalidad escondida. Hasta hace poco, parecía un hombre serio y huidizo. Hace dos semanas, ante el Milan, acabó el partido con un gesto desconcertante: una bronca a Valerón por perder la pelota.
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