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Columna
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El sueño de Zaplana

Hace días, pocos, Eduardo Zaplana soñó en su cama de Madrid/Valencia/Benidorm que era portavoz del Gobierno en el Congreso de los Diputados y a la vez, presidente de la Generalitat y ministro de Trabajo y Asuntos Sociales. El sueño era feliz, iba por el buen camino, la noche todavía muy larga y el tiempo plácido en Madrid, cálido en Valencia y tórrido en Benidorm. Zaplana, moreno y mediterráneo, soñaba dichoso y a estas nuevas felices que vivía se fueron uniendo otras, menores, que hacían el viaje onírico más humano y contingente. Porque Zaplana soñaba que era también el mayordomo de una cofradía penitencial de Cartagena, el contramaestre de una orden civil, el padrino de una militar y el delegado regional del paddle. Y detentaba, por último, un cargo de gran relieve desde el 14-M: Jefe Estatal del Diálogo y del Buen Talante. Ya en la alta madrugada, cuando llegó al clímax de la ubicuidad, Zaplana se admiraba de sí mismo. Sobre todo, de cómo era posible ser el ministro de lo social, y a la vez el severo parlamentario que desde la oposición arremetía contra ese ministro. Era aquí y allá la misma persona, y en medio de esta dualidad prodigiosa, Zaplana quiso ver algo celeste, algo mágico que, sin embargo, se rompió pronto, después de algún ruido nocturno. A partir de ahí, ya en una duermevela confusa, el soñador se manejó sólo con dos destinos: el de portavoz y el de presidente de la Generalitat. Mas, a medida que las horas pasaban, y que los rayos del sol incendiaban el partido, quiero decir la mañana, Zaplana tuvo que bajar un peldaño hacia el realismo, y en su nuevo sueño -ahora despierto- caviló un gran premio para Ripoll, que no era sino un ataque contra Francisco Camps, ese franciscano campesino que tanto dolor le infunde. Y así vino la mañana grande, la que Madrid gobierna, la de los sueños rotos, y sonó la hora de la verdad, y las órdenes que tanto duelen, y al fondo se observaba un repliegue de adeptos, y un cambiar de caballos en medio del río, y una turbamulta de cargos en el alero. Y gente diversa que corría abrumada, delante de las tropas que ya vuelven de Nayaf.

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