La excelente técnica suiza

Se nos ha ofrecido un maratón de nueva música suiza que ha presentado nada menos que a 30 compositores, el mayor de ellos -Fritz Hauser- nacido en 1953. Los había ya de cierta fama, como William Blank, Christoph Neidhöfer, Daniel Ott o Nadir Vassena, pero casi todos eran nuevos en esta plaza y en el catálogo personal de los oyentes. Como la carne es débil aunque el espíritu esté pronto, este crítico no asistió a las más de seis horas de maratón musical, pero lo escuchado sirvió para tener una idea general de la cuestión. En el lado positivo, la buena construcción general de las obras, la excelente técnica de estos creadores, personalmente destacaría a Valentin Marti, con su espectacular Sculture para violonchelo solo, y a Christoph Delz y su solemne y arrollador pianismo de Istambul. Como contras, una cierta uniformidad en el estilo, que da la sensación de que las miradas al exterior de estos músicos -muchos de ellos formados fuera de su país- se reducen demasiado a un ámbito concreto, que es el de lo que, para entendernos, llamaríamos la lección de lo que fue vanguardia aprendida de forma demasiado extrema. Hoy los tiros van por un poco más de corazón, por una mayor indulgencia hacia un lenguaje más comunicador, menos especulativo, del que la música suiza ha tenido siempre eximios representantes, de Schoeck a Frank Martin. ¿Matar a los padres? Quizá, pero eso, como sabemos, es sólo una parte del proceso hacia la madurez. Un sobresaliente para los intérpretes, con el Trío Arbós en primer lugar. Lo de estos chicos es para irse quitando el sombrero. Por cierto, todas las versiones hubieron de sufrir el no deseado bajo continuo de los motores del aire acondicionado, con lo que ni un solo pianissimo se escuchó como Dios manda y la obra de Michel Roth quedó sencillamente destrozada.