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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Una liberación interminable

Una prueba de que Zaplana pierde reflejos es que se conforma con renunciar a la presidencia regional de su partido cuando acaso le convendría pedir destino en un país con el que no haya tratado de extradición

Arde Irak

No parece que el pueblo iraquí estuviera muy ansioso por liberarse de Sadam Husein, a juzgar por la resistencia feroz que opone a sus presuntos libertadores. El régimen del partido Baas sería todo lo ignominioso que se quiera, como en tantos otros lugares y bajo otros regímenes, pero era más una amenaza para sus súbditos que para el orden internacional. A no ser que cualquier sátrapa sin principios lo sea, y entonces no habría otro remedio que intervenir cuanto antes contra Estados Unidos, bajo mandato de la ONU, a fin de que los norteamericanos se libren cuanto antes de la grave amenaza que Bush bis y su pandilla más próxima supone para sus conciudadanos y para la paz entre las naciones. En Irak la situación es insurrecta contra los ocupantes, vengan de donde vengan, y tiene toda la pinta de acabar en tragedia mayor para las fuerzas invasoras.

Medicalizados todos

Está muy extendida entre amplios sectores del libertarismo confortable la creencia de que la ingesta de sustancias tóxicas debe librarse de la vigilancia médica, que vendría a ser la del Estado, ya que la libertad del usuario iría unida a un sentido de la responsabilidad que induce a la moderación. Lástima que las cosas no ocurran de ese modo, y que los expertos en salud pública estén más bien inquietos ante las consecuencias de la politoxicomanía social. Podría decirse que uno es muy libre de tomarse una copita de lejía para acompañar al café de sobremesa, de no ser por el coste que ese hábito tendría para la sanidad pública y los estragos que produciría en el consumidor. Los médicos de atención primaria son los que más saben de medicalización, presionados a recetar millones de pastillas y sin tiempo social para llevar a buen puerto la sabiduría clásica de una razonable exploración preventiva.

El final de la utopía

Ya casi nadie se acuerda de Herbert Marcuse y de sus pedagógicas palizas en forma de ensayos sobre el hegelianismo tardío o la temprana reconversión de las categorías psicológicas en consignas políticas. Este alemán trasplantado a las Américas creyó ver en la supremacía de Estados Unidos sobre la por entonces Unión Soviética la señal inequívoca del final de la utopía, en el sentido de que clausuraba cualquier solución de cambio radical. Sólo le faltó añadir que la utopía más salvaje -y más duradera- es la del capitalismo que encuentra su fórmula magistral en clave de lectura norteamericana. Una lectura democrática que alimenta la ilusión de que todo el mundo puede alcanzar las metas terribles de un Bush cualquiera o prosperar lo bastante como darle su apoyo. Un capitalismo de grandes corporaciones financieras que va a la suya y que es una de las más atroces utopías de la historia.

Medicinas correctas

Cada vez abundan más los narradores y poetas de pulcra escritura que abjuran de la generación, por así decir, precedente, tan necesitada de algún paraíso artificial como estímulo de los receptores cerebrales atentos a los estímulos. Su virtud sería escribir un tanto a la manera de Antonio Gala, con ponderación y mucho amor, pero sin uno sólo de los fogonazos de talento que alumbraron para siempre obras como las de Faulkner o Conrad, Beckett o Benet. Son tan distraídos como aburridos, en su prosa funcional, y a veces incluso se manifiestan bajo forma de matrimonio bien avenido donde uno hace el papel del serio y la otra de santa payasa irreverente. Sin la cirrosis de Faulkner no habría sido escrita la asombrosa borrachera de Santuario, por lo mismo que si Lowry no le hubiera dado a la botella no dispondríamos de las mejores páginas de Bajo el volcán. ¿Vale la pena arruinarse el hígado a cambio de legar páginas inolvidables? ¿O es una pregunta tan estúpida como la prosa del abstemio militante?

Adiós, Zaplana, adiós

Bueno, no es una noticia tan estimulante como la retirada de Aznar, pero algo es algo. Si no se trata de una más de sus argucias, parece que el (no se sabe bien por qué misterio) portavoz de la oposición en el Congreso se ha decidido a dejar en paz a su sucesor en la Generalitat renunciando a la presidencia de los peperos valencianos. Astuta maniobra de Rajoy para atar en corto a personaje tan temible o no, lo cierto es que cuesta creer que esa decisión responda al libre albedrío del personaje. Un personaje al que, por cierto, puede salirle al paso en el momento menos pensado un empresario Vilar cualquiera y ponerle en más dificultades que el calvario iniciado por Carlos Fabra. Quién sabe si entre los agradecidos empresarios que piden el indulto para L. F. Cartagena se afila ya la daga que cercenará la apasionada carrera de su compinche.

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