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Crónica:NACIONAL
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una sencilla historia de horror

No voy a hablar aquí ni del seísmo de las elecciones regionales, ni de la soledad de Jacques Chirac, ni de Mel Gibson. No tengo ánimos para ninguno de estos acontecimientos, temas nobles e importantes. Hoy quiero hablarles de un acontecimiento ínfimo del que seguramente ningún otro periódico, ninguna otra agencia de prensa, se hará eco: quiero hablarles de una muchacha, Homa Safi, periodista en prácticas en Nouvelles de Kaboul (la revista mensual franco-afgana que lancé hace dos años), de cuyo suicidio me acabo de enterar. Homa tenía 21 años. Era una de las innumerables mujeres de Kabul a las que la caída de los talibanes parecía haber devuelto la vida. Era hermosa. Muy hermosa. La recuerdo, por habérmela cruzado en los inicios de la aventura de Nouvelles de Kaboul, como una chica alta, vestida con una larga túnica y que llevaba, dependiendo del día, un ligero pañuelo gris perla o verde sobre el pelo. Tenía una boca tierna y maquillada de forma casi imperceptible. Unos grandes ojos curiosos que a veces se apagaban en un arranque de timidez. Pero, según me cuenta Eric de Lavarène, el jefe de redacción de la revista, bastaba una palabra, un gesto de ánimo, el encargo de un artículo que le gustase, una sonrisa, para que su bello rostro se reanimase y recobrase la alegría.

Homa ha muerto no exactamente por la maldad, sino por la infinita estupidez que lleva en sí el fundamentalismo

En realidad, Homa estaba enamorada. Había conocido a un muchacho que trabajaba para una ONG occidental y, como todas las jóvenes de su edad, deseaba compartir su vida con él. Pero cuando hace algunas semanas, tras el Año Nuevo afgano, se reunieron las dos familias, cuando los parientes del joven fueron a su casucha en un barrio miserable de la periferia de Kabul para pedir su mano a su padre, éste la negó por el doble motivo de que el pretendiente era chií y porque ella, de todos modos, estaba prometida al hijo de una familia amiga. En aquel momento, Homa no se reveló. No huyó, como en las novelas de antes, con el hombre al que su corazón había elegido. Sólo pidió un adelanto sobre su salario. Compró medicinas en una farmacia próxima a la revista. Habló una última vez, por teléfono, sin dejar entrever en absoluto sus intenciones, con algunas de sus amigas. Y decidió abandonar un mundo donde la libertad de una mujer es algo desconocido o incongruente.

Tradición

Lo peor, me dicen, es que el padre de Homa mantenía una estrecha relación con su hija y probablemente no pensase, al comunicarle su decisión, que la destruiría. Era un padre estúpido pero cariñoso. Apegado a la tradición, pero al mismo tiempo orgulloso de su pequeña Homa y de este nuevo oficio de periodista que la llevó a participar, sin que a su padre le molestase demasiado, en nuestro número especial sobre las mujeres de Kabul, su condición, sus derechos y sus esperanzas. Era como tantos padres afganos que no son ni unos monstruos ni unos canallas integrales, sino que simplemente piensan que el casar a su hija con un desconocido es conforme a la ley divina y natural. Y hoy me dicen que, loco de desesperación, postrado, jura a quien quiera oírle que, si pudiera volver atrás, si Dios le devolviese a su querida hija a la que ha matado, por supuesto que la entregaría al hombre al que amaba...

Dicho de otro modo, Homa ha muerto, no exactamente por la maldad, sino por la infinita estupidez que lleva en sí el fundamentalismo. Homa, al igual que las 300 mujeres que el pasado año, tan sólo en la ciudad de Herat, la capital de Ismael Jan, el jefe militar del oeste afgano, se inmolaron en el fuego para escapar a la condición de esclavas conyugales -que es el destino reservado a la inmensa mayoría de las jóvenes afganas-, ha muerto por este fanatismo que se llama islamismo y que no ha desaparecido, ni mucho menos, con la derrota militar de los mulás. El caso de Homa es ilustrativo de un país magnífico pero terrible en el que, cuando una mujer como Massouda Jalal es candidata a las elecciones presidenciales, se la registra con la etiqueta: "Una mujer". Sí, tan sólo "una mujer", ese sexo al que hay que callar o mencionar como si fuera una infamia o, como en la película Osama, empezar por disfrazarla de hombre para tener una posibilidad de hacerla acceder a la luz del día.

Para quienes amamos Afganistán y seguimos creyendo, pese a todo, en su futuro democrático; para quienes no queremos ni podemos aceptar la idea de un mundo en el que sólo una mitad del género humano tenga derecho a los derechos del hombre y, sobre todo, de las mujeres, el suicidio de la pequeña Homa retumba como una invitación a actuar, no menos, sino más todavía; suena como la llamada al orden de una solidaridad que nos obliga aún más porque también ella tiene sus propios mártires.

Bernard-Henri Lévy es filósofo francés.Traducción de News Clips.

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