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Entrevista:RICARD PÉREZ CASADO | Presidente de la Comisión Delegada del Institut de la Mediterrània

"La amenaza de la inmigración es la marginalidad"

Miquel Alberola

En su época de alcalde de Valencia entre 1979 y 1988 orientó hacia el Mediterráneo los ejes de su política, incluso tuvo el designio de impulsar una institución similar a la que ahora acaba de incorporarse tras presidir la Unión de Ciudades del Mediterráneo. Sin embargo, no encontró el apoyo político para hacerlo. En 1996 fue administrador de la Unión Europea en Mostar y en la actualidad es miembro del Comité Federal del PSOE.

Pregunta. ¿Qué retos le impone este nombramiento?

Respuesta. He tenido siempre esa vocación mediterránea y de componedor, creo que el currículo lo acredita. En este caso es un prueba de confianza de tres instituciones que merecen un gran crédito: el Ministerio de Exteriores, la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona. Y una prueba de confianza del presidente de la Generalitat, que es quien me ha designado. El origen más inmediato del Institut es el de Proceso de Barcelona de 1995, de reencuentro de los pueblos mediterráneos y de la cooperación económica, social y política, la estabilidad y la paz.

"Las instituciones catalanas y valencianas no pueden estar de espaldas"
"Tras el 11-M el diálogo entre las dos partes del Mediterráneo es más necesario que nunca"

P. Son conceptos desacreditados en los últimos tiempos.

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R. Sí, durante la ola conservadora. La idea del Institut es las antípodas de las Azores. Estamos por la cooperación y el diálogo en el momento en que se sabe que es crítico. El Institut quiere contribuir a ello reuniendo a gente conocedora, cooperando directamente en misiones económicas. Queremos analizar en 2005 qué ha pasado: los Balcanes no se han estabilizado, Chipre está sobre la mesa, hay que ver si Turquía forma parte de la Unión Europea o no, y las relaciones prioritarias desde Barcelona y Valencia con el Magreb. La violencia que se ha creado en los últimos tres años en Marruecos es la peor herencia que tendrá el nuevo Gobierno de España, y ahí el Institut, como institución común y acreditada, puede ser un vehículo magnífico. Mi primera misión es ir a Libia, precisamente.

P. ¿Usted ve a Turquía en la Unión Europea?

R. Sí. Hay cinco millones de turcos dentro de Europa, y algún país tiene hasta tres millones: la segunda ciudad turca es Berlín (Polonia es el caballo de Troya de los Estados Unidos, porque Chicago es la segunda ciudad polaca, y de algún modo tenemos que compensarlo). Las relaciones económicas y sociales son intensísimas, y además, tener un régimen islámico que es laico y al ejército turco controlado de aventuras nos conviene.

P. Después del 11-M...

R. El diálogo entre las dos partes del Mediterráneo es más necesario que nunca. La Administración norteamericana no percibe tan claro como nosotros cuáles son lo peligros. Hay millones de personas de menos de 20 años en un mundo comunicacional en el que ellos perciben los mensajes de aquí. Negar eso es tirarse piedras encima.

P. ¿Lo que separa a ambas riberas del Mediterráneo es la religión o la economía?

R. La economía es interdependiente, y cada vez más. A menudo los gobiernos no se han enterado, y éste que había no se ha enterado nada. Nuestros empresarios ya están en Marruecos, Argelia, Libia o Egipto. Y al revés, tenemos a millones de inmigrantes aquí. Esa interdependencia ya está, lo que no hay es una relación política y cultural fluida. Me desmentiría: cultural a nivel de acciones privadas, sí. Hay iniciativas muy buenas, pero como políticas estatales no. Quizá sólo Francia y Alemania las tienen.

P. ¿La amenaza terrorista islamista se soluciona sólo con diálogo?

R. Esa amenaza es real. No se combate sólo poniendo barreras policiales, eso ha quedado claro. Sí que se combate en un esfuerzo de diálogo descomunal. Vamos a ver en el Fòrum Barcelona qué da de sí ese encuentro multicultural, porque la multiculturalidad existe.

P. A menudo la multiculturalidad ha servido de excusa a algunos jueces para exculpar a padres musulmanes de matar a sus hijas.

R. Sí, es cierto. Hay que entender por multiculturalidad que hay un sistema de valores que contiene la Carta de las Naciones Unidas, y que ese sistema, que son las declaraciones solemnes del siglo XVIII al XX, debería de ser común. Otra cosa son los factores identitarios o de referencia para cada uno. Ése es el camino que habría que hacer de Turquía a Marraquech.

P. ¿Qué tenemos que hacer nosotros con los inmigrantes y qué tienen que hacer ellos con nosotros?

R. Nosotros hemos sido emigrantes: yo lo he sido en Alemania. Yo llegué sin papeles en 1963 y lo primero que me hicieron son los papeles. Después, me sindicaron para exigir mis derechos como trabajador invitado. Y ése es el camino: la plena normalidad y la plenitud de derechos. Y a cambio, las mismas obligaciones que tienen los ciudadanos que acogen, de respeto a las instituciones y al sistema de valores, que es lo que permite que haya inmigrantes. Ésa es la contraprestación. Y algún día habrá que plantear también la plenitud de derechos civiles, entre los que está el voto.

P. Con la inmigración, las ciudades de Europa comparten los espacios pero no los tiempos.

R. Hay un enorme riesgo de guetización. Es el gran problema. Todo sucede en las ciudades, que es una frase de Octavio Paz. Yo creo en el papel mediador de la ciudad. Donde tienen derecho al voto urbano, la conflictividad es menor, sin excluir la conflictividad. Recuerdo el caso de Estrasburgo, con el 22% de población magrebí, donde ya hay un teniente de alcalde musulmán. ¿Qué políticas pueden hacer las ciudades? Evitar la guetización, evitar que exista el barrio de los kurdos, el barrio de los turcos, el de los magrebíes. Eso implica políticas activas de vivienda, una intervención. Durante años, en muchas administraciones locales de España y Europa, los conservadores han estimulado por inacción la marginalidad. Los casos de París y Marsella son muy sintomáticos. La marginalidad es la gran amenaza de la inmigración.

P. No hay voluntad de mestizaje.

R. Por parte de nadie. Sólo se ha producido mestizaje entre afinidades: matrimonios mixtos entre polacos y alemanas, cosa que era impensable en 1945, pero es muy raro un turco y un alemana. El gran esfuerzo es hacer compartir el sistema de valores y mantener la complicidad en los signos identitarios que no causen repugnancia, como por ejemplo la ablación clitórica.

P. Algunos sectores laicos no le perdonan que como alcalde de Valencia ofreciera un solar para levantar una mezquita.

R. La donación se efectuó para hacer un centro cultural islámico que tenía un oratorio.

P. Se han invertido los términos.

R. Habría que preguntar por las responsabilidades porque el convenio se firmó entre el Ayuntamiento, la Organización de Ciudades Árabes y la Federación Musulmana. Ambas partes tenían obligaciones de crear una biblioteca, traducciones,... Que yo sepa no se ha hecho nada. Se ha permitido convertir lo que era un instrumento cultural en un templo de oración.

P. En esta parte del Mediterráneo también hay otro tipo de tensión entre Barcelona y Valencia.

R. Eso es intolerable. Estas dos sociedades y sus instituciones no pueden estar de espaldas. Sólo hay que coger el Euromed cualquier día y a cualquier hora y escuchar las conversaciones de móvil para constatar los negocios que se hacen entre Barcelona y Valencia. Yo lo he definido como competencia cooperativa, es decir hay que competir y el que sea más listo que se lo quede. Pero hay que cooperar. Es insensato que no haya alta velocidad de ancho europeo entre Alicante y Barcelona. Es una rémora que pagaremos carísima. ¿Eso será favorecer a Barcelona? No: si tú eres listo, el puerto de Valencia puede ganar. Necesitamos ese instrumento de conexión con la red, y eso le conviene también a Barcelona.

P. Esa competencia económica puede sustanciar de nuevo la amenaza vaporosa del anticatalanismo.

R. Al contrario, la competencia es sanísima. Nuestro espacio natural se llama eurorregión y que nadie se moleste: forma parte de la Constitución europea que vamos a aprobar de aquí a unos meses. Es nuestro espacio, el que ha sido siempre. Necesitamos un camino hacia Europa, y desde hace 2.000 años va por la costa.

P. La mala relación...

R. Yo creo que es institucional. Lamento decir que, incluso cuando estuvimos nosotros en la Generalitat, no se han hecho bastantes esfuerzos por normalizar la relación. No es posible que no haya relación institucional cuando las relaciones económicas y sociales, incluso afectivas, están a la orden del día.. Hay que hacer un esfuerzo, y yo desde luego me aplicaré.

P. ¿Para qué necesita Valencia a Barcelona y para qué Barcelona a Valencia?

R. El espacio económico es el mismo. Tenemos lo que llaman sinergias. Es una suerte tener una gran capital metropolitana que estructura un territorio que va de Montpelier a Alicante y formar parte de él. Y al revés, nosotros también tenemos ventajas comparativas y de capacidad de competencia que le vienen muy bien a Barcelona. Lo que no es posible es pensar que competir significa excluir. Tú haces el Fòrum y yo la Copa del América. Perfecto.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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