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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Imágenes desbocadas

Santa Águeda llevaba sus senos en una bandeja y santa Lucía hacía lo mismo con sus ojos. Marta María Pérez Bravo (La Habana, 1959) "se mutila" un pie y el antebrazo, convierte su espalda en un retablo o de sus dedos nacen ramificaciones de, por qué no, un granado. La piel de sus brazos es también la de una serpiente dispuesta a morder; pero cuando ésta muda la piel, se nos figura un ave incorpórea. Y hasta un pie parece haberse caído de una de aquellas máquinas estrafalarias de Tinguely. En su obra, la maternidad se vuelve una pesada almohada o simplemente es un oscuro espejo triangular, roto, donde la autora refleja parte de su rostro ("no sufre en la oscuridad"). Todo el cuerpo de Pérez Bravo existe como tajada, como magnífica ausencia, cubierto de barro o abrazado insignificantemente a una cruz. La fotógrafa cubana presenta en Barcelona parte de la serie fotográfica que realizó en 2000 con unas imágenes codificadas que hacen referencia a los oficios sincréticos caribeños -yorubas, abakuás y congos- y a elementos de la liturgia cristiana primitiva.

MARTA MARÍA PÉREZ BRAVO

Galería Llucià Homs

Consell de Cent, 315. Barcelona

Hasta el 30 de abril

En la obra de Pérez Bravo existe una redundancia minimalista de brazos, manos, piernas y pies. Los agujeros apenas si intervienen en estas escenografías de ritual si no es para actuar como recipientes (el cuenco que forman dos manos en El engaño) o sinécdoques (la imagen lésbica del brazo que golpea la campana en Hay que saber llamar). Pero entre tanto despedazamiento -de talante blanco- una piensa en lo que no se ve. La ausencia de rostros y torsos -los fragmentos privilegiados por la tradición académica- revela un talante surrealista que prefiere el choque poético entre la sexualidad imaginada y un objeto. Serpientes, peces, conchas de caracol, maderas flagelantes componen la fábrica del amor de esta autora comprometida con la estética de Louise Bourgeois, Ana Mendieta y Kiki Smith.

Uno de los aspectos más sorprendentes de las fotografías de Pérez Bravo es que tenemos la sensación de estar espiando un escenario privado: sobre un fondo de una blancura sacra apreciamos texturas -textos- visuales, cuerpos como espíritus desposeídos que flotan en un éter espacial, esculpidos por la luz, y esa fragmentación se ve reforzada por un encuadre ovoide, la matriz, que corta el cuerpo y deja imaginar el todo. La destilación de esa ausencia es inseparable de la fruición del ojo frente a la fotografía. Imágenes desbocadas, impregnadas de realidad.

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