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Columna
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Cómicos

Una de los alicientes que voy a echar a faltar, al menos durante los primeros nuevos tiempos, va a ser mi amena forma de enredarme a alaridos dialécticos con los presentadores de TVE. No era yo sola. Algunas noches abría las ventanas que dan al patio interior y aquello parecía una escena de Network, con todo el personal replicándole a gritos al telediario. Espero tolerar bien el regreso a la normalidad: a indignarme por lo que ocurre, no por cómo cuentan o no lo que ocurre.

Estoy más que contenta por el hecho de que una Caffarell, la catedrática doña Carmen, haya accedido a la dirección del fascinante Ente RTVE. He escrito Caffarell, pero veo que todo el mundo pone Caffarel, igual que en la filmografía de su padre observo que unas veces figuraba la segunda ele y otras no, y pienso que tal vez la propia letra, resignada a la falta de interés en pronunciarla que existe en general fuera de Catalunya, haya decidido dimitir.

Da igual. Don José María Caffarell o Caffarel no sólo fue uno de esos inmensos actores a quienes nuestro cine lo debe casi todo, sino también un personaje imprescindible de mi vida de cinéfila, desde la más dura infancia; así como un miembro de mi familia elegida, la que se reunía los sábados y festivos por la tarde en la pantalla de un cine de barrio, en la película española, antes de dar paso a la segunda, también llamada la americana o la buena.

Pasada la hegemonía de los apellidos compuestos y las dinastías señoritingas de la política, recibamos con placer el nombramiento de la hija capaz y estudiosa de un gran currante, un gran cómico que se fue al otro mundo con 136 películas en su haber y un montón de intervenciones televisivas. Un hombre cuyo arte atraviesa el cine español desde finales de los cincuenta y en cuya lista de directores hay de todo, de Ignacio F. Iquino a Luis Buñuel, de Forqué a Fernando Fernán-Gómez. Si hasta coincidió con el recién desaparecido Juanito Valderrama en El emigrante. Y con Omar Sharif en Doctor Zhivago.

Que esta Televisión que debe volver a ser de todos sea también de nuestro cine, de nuestros cómicos, quienes no merecen que su dignidad se vea manoseada por tanto pianista relamido y tanta presentación putrefacta.

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