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Reportaje:

Suráfrica, del apartheid al desencanto

El debate de las terceras elecciones generales se centra más en el paro que en el pasado

La euforia de votar se ha evaporado en Suráfrica casi tan rápidamente como lo hizo hace diez años la amenaza de una guerra civil. La razón del desencanto se debe al aumento del desempleo, que alcanza al 42,1% de la población, y a unas míseras condiciones de vida que no han mejorado con la llegada de la democracia. En algunas zonas rurales, ocho de cada diez personas no logran encontrar un trabajo. La brecha entre ricos y pobres ha aumentado desde 1994, como también las diferencias entre los blancos y negros. A pesar de la desilusión general, el votante dará otra oportunidad al Congreso Nacional Africano (CNA) fundado por Nelson Mandela, pues no olvida que es el partido que luchó por su libertad.

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"Voy a votar porque es algo muy importante. Nos costó llegar hasta aquí y no voy a perder mi voto", asegura Mary Molefe, de 52 años. Pero ese sentimiento está en crisis. En 1994, cerca del 90% de los votantes potenciales participó en las primeras elecciones democráticas que coronaron a Mandela como el primer presidente negro de Suráfrica. En las segundas de 1999, ya con Thabo Mbeki como candidato, la participación descendió a 70%. Hoy podría ser incluso menos. Entre los abstencionistas forzosos estarán las 800.000 personas gravemente enfermas de sida que no pueden levantarse de la cama. Es una de las sombras que oscurecen los logros de estos 10 años.

La fe en el sistema se mantiene, a pesar de todo: ocho de cada 10 surafricanos cree que la democracia llegó para quedarse, según una encuesta realizada por The Washington Post, la Fundación Kaiser y la Universidad de Harvard. El dato es interesante, pues en 1999, sólo el 50% de los encuestados creía en su solidez. Aunque casi todos opinan que resta mucho por hacer y que la situación económica ha empeorado, casi nadie desea volver al régimen racista del apartheid.

"Creo que los blancos no saben la suerte que han tenido. La situación aquí podría haberse desbocado. Incluso hoy no existe razón alguna para que la gente que vive en las barriadas no diga al diablo con Mandela y Tutu, que quieren la reconciliación", afirma Desmond Tutu, el arzobispo emérito anglicano y premio Nobel de la Paz. "Como lo dijo el informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, a menos que la brecha entre ricos y pobres se achique, podremos decirle adiós a la reconciliación", dijo Tutu, agregando que el problema es que no sólo los blancos se están haciendo millonarios, sino también los negros.

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"No hay problema en ser millonario, pero nuestro sueño no era sólo cambiarle el color a quienes nos gobiernan, sino que teníamos un compromiso de cambiarle el espíritu y la textura de nuestra sociedad. Queríamos una sociedad compasiva, donde cada uno de nosotros contara. Hay demasiada pobreza. Temo que podamos estar sentados sobre un polvorín", dijo Tutu.

La integración racial está lejos de ser la norma en Suráfrica, pero prácticamente no existe un colegio que sea sólo para niños blancos. Si bien la mayoría de los blancos adinerados han cambiado sus hijos de los colegios estatales a los particulares, la nueva clase rica negra hizo lo mismo. "Yo no podría emigrar. Creo que vivimos en un país maravilloso. Y en la medida que mis hijos tengan una buena educación, creo que ellos tendrán buenas posibilidades de hacer algo bueno con sus vidas", señala Judy Stevens, dueña de una escuela para niños en edad preescolar.

Sivoyile Xayiya, de 43 años de edad, militante del CNA y ex prisionero en la Isla Robben por su activismo contra el apartheid, es uno de los nuevos burgueses negros. Él es el director encargado de Planificación Estratégica del Consorcio Mvelaphanda, entidad que tiene acciones en bancos, minas y propiedades. Llegó al cargo debido a su amistad con Tokio Sexwale, uno de los hombres más ricos de Suráfrica, también ex prisionero de la isla.

"Nuestro ingreso en el sector minero ha traído una mejor percepción de la gente. La industria minera en el pasado era una de las instituciones más represivas del país. Se utilizaba mano de obra barata y la gente era tratada como ganado. Ahora queremos que ellos obtengan algo de lo que se produce", explicó Xayiya.

Hay un punto que toca a todos por igual en Suráfrica: el aumento de la criminalidad. En 1994 se registraron poco más de dos millones de actos criminales. Para el año 2002, la cifra había crecido a 2,5 millones, un aumento del 25%. Unas 20.000 personas mueren asesinadas al año en Suráfrica. A pesar de estas cifras, los surafricanos mantienen su optimismo. Preguntado sobre si hoy Suráfrica es el país del arco iris que soñó, Tutu responde: "Todavía estamos creándolo. No creo que hayamos salido mal del apartheid. Las cosas podrían haber sido mejor, pero también podrían haber sido muchísimo peor".

Repartidores de propaganda electoral, en una calle de Johanesburgo.
Repartidores de propaganda electoral, en una calle de Johanesburgo.AP

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