Salto y levitación de Aznar
Fue una alegría. La foto de Aznar ensayando su particular saltiró de la cardina, publicada hace dos domingos en las páginas de España de EL PAÍS, me llenó de júbilo y me retrotrajo de inmediato a otros saltos no menos memorables. A la hora del vermú, observé primero a ese Aznar vertical, vestido de mitin de partido -sin traje y con jersey oscuro, cuello almidonado y zapatos brillantes-, y a continuación leí el pie de foto: "José María Aznar salta, secundando el grito de ¡un bote, dos botes, socialista el que no bote!". Impresionado, estudié otra vez la imagen, fijamente, y comprendí entonces lo que sucedía: Aznar no saltaba, no daba un bote: Aznar levitaba. El fotógrafo Gorka Lejarcegi había capturado ese instante mágico en que por fin Aznar conseguía su propósito máximo. Milagro. La gente sí saltaba y gritaba a su alrededor, arropándole y aupándole, y los focos y flases captaban ese gran momento. Tras una temporada viviendo y actuando sin tener los pies en el suelo, finalmente Aznar levitaba.
Todas las fotos e imágenes de saltos deberían exhibirse en un improbable Museo del Salto. La pieza estrella sería la levitación de Aznar
Me detuve luego en su cara, el gesto de ilusión de quien finalmente lo ha conseguido, y lo comparé con otros saltos reales y memorables. Los saltitos de Maragall en Barcelona, cuando se sabía ya que la ciudad sería olímpica, con esa gabardina larga y holgada y dibujando la señal de victoria con dos dedos de cada mano. Los saltos sin compás de Jordi Pujol en el balcón de la Generalitat, durante la celebración de un triunfo del Barça, casi forzado por un Stoichkov pletórico. Josep Lluís Carod Rovira manifestándose en las calles de Valencia, saltando al grito de "boti, boti, boti, espanyol qui no boti". Los saltos seniles, en fin, de Ramón Mendoza, el desaparecido presidente del Real Madrid, mientras los aficionados gritaban a su alrededor "al bote, al bote, polaco el que no bote".
Las fotos e imágenes de todos esos saltos deberían exhibirse en un improbable Museo del Salto, pensé el domingo, cuya pieza estrella sería la levitación de Aznar. En el hilo musical sonaría el Salta, de Tequila, o el Jumpin'Jack Flash de los Rolling Stones, y no faltaría tampoco una fotografía exhibida estos días en Barcelona: se trata de esa instantánea magnífica de Dalí en suspensión que puede verse en la exposición que Caixafòrum dedica al pintor. La imagen se llama Dalí Atomicus y fue tomada por el fotógrafo Philip Halsman, de la revista Life, en 1948. Seguro que la recordarán: Dalí saltando por los aires, junto a una silla y frente a dos de sus cuadros, acompañado por tres gatos y un amplio chorro de agua que traspasa la foto. La imagen, tan surrealista, parece tomada en la Luna, sin gravedad, y desprende una gran ligereza en suspensión. Sin embargo, el fotógrafo contó que para conseguirla tuvieron que realizar 26 intentos, con sus respectivos gatos lanzados al aire y mojados por el chorro de agua.
De haber vivido todavía, Philippe Halsman habría apreciado la levitación de Aznar en la plaza de toros de Vistalegre. Halsman, nacido en Riga (Lituania) en 1906 y fallecido en Nueva York en 1979, fue un gran retratista de personajes célebres y en su carrera publicó más de 100 portadas en la revista Life. Entre sus retratos más célebres se encuentran auténticos iconos de la imagen, como Einstein, Marilyn Monroe o Richard Nixon y, de hecho, Halsman merecería una sala aparte en el Museo del Salto, porque en 1959 publicó Jump Book, un precioso libro de retratos saltarines. A lo largo de sus años como profesional, tras fotografiar a múltiples personalidades para las entrevistas de Life, Halsman se atrevió a pedirles una foto saltando. "Durante el salto", escribió Halsman, "el sujeto vence la gravedad. No puede controlar sus expresiones, sus músculos faciales. Cae la máscara".
Los retratos que el fotógrafo reunió en Jump Book, cerca de 200, son el catálogo de una fauna variopinta y muestran las expresiones más inesperadas. El retrato de Dalí quizá sea el más elaborado de todos, pero otros brillan por su naturalidad y sencillez. Imposible resumirlos todos aquí, y menos sin el apoyo de la imagen, pero la interpretación de algunos saltos fue memorable. Como el de Grace Kelly, sin zapatos, con una sonrisa de complicidad que se afianza en la falda negra levantada. O como Marylin Monroe, un salto infantil junto al fotógrafo, ocultando las piernas en la falda y "lleno de timidez", tal como el fotógrafo describió el momento. Richard Nixon saltó sin desabrocharse la americana, brazos abiertos, y Walter Gropius realizó un salto equilibrado de brazos y piernas, perfectamente racionalista. Groucho Marx saltó con puro incluido y el reciente fallecido Peter Ustinov, fumando y leyendo un guión de cine. Los escritores no mostraron menos fervor: el salto de un François Mauriac ya mayor revelaba una gran vitalidad, y Aldous Huxley se divertía saltando una y otra vez. Los bailarines y deportistas no saltaban, volaban directamente, y Harold Lloyd intentó saltar "hacia abajo". En la introducción al libro, Philippe Halsman habló de los saltos, de "la elocuencia de las piernas", como de un test psicológico más fiable y rápido que el test de Rorschach. Habría sido interesante ver, bajo su prisma, el leve salto de José María Aznar captado en el mitin, un salto hacia atrás en el tiempo.
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