Tiempo de Ventanas
Apenas ha salido el sol sobre la huerta de la Rioja después de muchas jornadas oscuras. Es una luz amarilla, todavía pálida, en contraste con la memoria de las tardes de verano sobre los mismos árboles. Han sido unos días asomado a las Ventanas de Manhattan de Antonio Muñoz Molina, que hace un par de semanas presentó en Sala de la Muralla del Rector Peset.
Es una prosa de paseo urbano, que ocupa el tiempo de las caminatas campestres que no hemos hecho, recluidos detrás de otras ventanas, en esta primavera de lluvias y fríos. Viajar, nos dice Muñoz Molina, sirve sobre todo para aprender sobre el país del que nos hemos marchado. Leer, para conocer lo que no hemos si quiera soñado.
En esa misma sala, unos días después, Antoni Furió y Justo Serna hacían bromas sobre la idea de paraíso en Joan Fuster: un tiempo permanentemente dedicado a la lectura, decía uno; y a la escritura, apostillaba el otro. Leer y escribir, tiempo de felicidad, en cualquier caso.
Tiempo renovado que es el material del que está hecha la literatura y la vida. Y desde luego, este nuevo libro de Muñoz Molina, que interpela continuamente al propio tiempo: "Sola la vida humana corre a su fin más ligera que el viento", nos recuerda en una cita del Quijote. Y a nosotros nos trae otra a la memoria: "Corre el tiempo, vuela y va ligero, y no volverá..."
El 11-S está en las Ventanas de Manhattan, como experiencia de la fragilidad, como "el descubrimiento de la sustancia frágil y precaria de lo que parece más firme, de que 'todo lo sólido se desvanece en el aire', como escriben con extraña poesía Marx y Engels en el Manifiesto Comunista". Pero éste no es, para nada, un libro sobre la hecatombe de las Torres Gemelas. Una falsa impresión provocada por algún capítulo aislado publicado en la prensa.
La caminata es una forma de conocimiento y una manera de vivir, nos dice Muñoz Molina en este libro que no tiene nada de indefinido, sino que es memoria del discurrir de diez años, que son bien precisos en la vida de alguien que no olvida nunca el tiempo que se va. De alguien que a la vez es capaz de aferrarse al amor, "como si caminara en el interior de la burbuja de tiempo e imágenes que es una canción".
El tiempo es el paseante. En Niebla, Unamuno se adelanta al verso machadiano del camino: el sendero nos lo hacemos con los pies según caminamos, a la aventura. Muñoz Molina visita el estudio neoyorkino de Manolo Valdés. El pintor le muestra con entusiasmo lo que el tiempo ha hecho en una cornisa de bronce. El escritor evoca a Goya, "el tiempo también pinta", para concluir que el artista es un forjador que acelera o quiebra la labor del tiempo.
Entre estas ventanas magníficas, hay una terrorífica. La del visor fotográfico de una enfermera que retrata a una moribunda a la que ha traído a Central Park en una cama de ruedas. La escritura es tiempo, o "carrera contra el tiempo en la que uno siempre se queda rezagado y acaba vencido", nos dice un Muñoz Molina, al que le ha llegado ese momento en la vida del que Cernuda decía que "el tiempo nos alcanza", en el que nos vemos obligados a contar con él.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.