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Columna
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Memoria

En su autobiografía, publicada en 1873, John Stuart Mill recuerda cómo, cuando tenía siete u ocho años, su padre inventó para su provecho un pasatiempo poco corriente. Consistía en el intento de reconstruir por escrito, de la manera más pormenorizada posible, todo lo que había hecho el día anterior, desde el momento de levantarse hasta el de acostarse. Había que incluir no sólo lo experimentado a través de los cinco sentidos, sino pensamientos, reflexiones, intuiciones, conversaciones. A veces se introducía una variación, mucho más dificultosa: el mismo ejercicio, pero referido a tal o cual día de la semana o mes anterior. Leí aquel libro hace más de cuarenta años y a lo mejor recuerdo mal el pasaje en cuestión. Si es así, demuestra una vez más que la memoria, por buena que sea, es un instrumento bastante imperfecto y que, en realidad, retenemos con precisión muy poco de lo que nos ocurre a lo largo de nuestra vida. (Sobre todo de nuestra vida onírica. En este respecto, si Antonio Machado hubiera llegado a conocer al padre de Mill, tal vez habría expresado cierta disconformidad con el método mnemotécnico aludido, citando de aquel poema suyo donde se lee: "De toda la memoria, sólo vale / el don preclaro/ de evocar los sueños". Soñar y perder el sueño "como una pompa de jabón al viento" es una de las mayores angustias del ser humano.)

Podemos estar de acuerdo en que recordar bien es vital para afrontar con éxito el presente y el futuro. Se habla mucho hoy de la necesidad de recuperar la "memoria histórica" de la ignominiosa represión franquista. Sin duda es positivo que los investigadores, tras el silencio de los últimos casi treinta años -con tantos testimonios orales perdidos para siempre-, estén trabajando ahora, a marchas forzadas, en esta tarea. Cabe estimar que no se cerrarán del todo las heridas de la Guerra Civil hasta que no se lleve a cabo, con objetividad y minuciosidad, tal iniciativa. Pero para construir la España plural de verdad habrá que remontarse más en el tiempo y superar amnesias seculares, empezando con una revisión a fondo de la mal llamada Edad Media. Hace un año, con el país ya involucrado en la invasión de Irak, se publicó en este periódico un artículo titulado España contra sí misma. Su autor, José Luis Abellán, razonaba que la participación española en empresa tan descabellada le parecía, a la luz de la historia, "totalmente injustificada e injustificable". Recordaba Abellán que la labor de cristianos, musulmanes y judíos en la Escuela de Traductores de Toledo fue "germen del renacimiento filosófico europeo del siglo XII"; que Menéndez Pidal, nada menos, había identificado a España como "eslabón entre la cristiandad y el islam"; y que la filosofía española, en su raíz más honda, es "una negación de la religión del éxito" -de procedencia anglosajona y protestante- y una afirmación de la dignidad esencial del hombre tal como se plasma en el Quijote, suprema expresión del "humanismo español". Un año después parece que España, tras el desvarío aznarista, va recuperando la cordura. Urge un nuevo entendimiento con el mundo árabe. Y mucha, mucha memoria recuperada.

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