El imperio exterior del catolicismo español
104 obispos y 20.000 sacerdotes y religiosos trabajan en el extranjero, la mayoría en países de misión
Nicolás Castellanos abandonó en 1991, a los 56 años, el palacio episcopal de Palencia para irse a vivir a una diminuta casa de ladrillos en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Fue un sonado desafio al boato del jerarquizado catolicismo español: un obispo que deja el poder de su diócesis y las solemnes asambleas de la Conferencia Episcopal para trabajar, sin báculo ni mitra, sin dinero y sin sotana, en los arrabales de una parroquia perdida en el rincón de los más pobres. Nicolás Castellanos recibió por ello el Premio Príncipe de Asturias a la Concordia y viaja de vez en cuando a España para recaudar dinero con que sostener su misión, dinero privado, pero también público: por citar dos ejemplos, la Diputación de Valencia le financió la construcción de viviendas y el Gobierno de Castilla-La Mancha paga dos proyectos escolares y un programa de lucha contra la desnutrición infantil.
"Si doy limosna a un pobre me llaman santo, si pregunto por qué hay pobres, comunista"
Un signo de este ingente ejército católico en misiones es la peligrosidad de su trabajo
Las razones del misionero Castellanos son meridianas. "Vine a Bolivia para practicar lo que he predicado. Si decimos a los curas y a los laicos que hay que ayudar a los pobres, ¿por qué un obispo no va a hacerlo?". Lo mismo piensa otro prelado español casi mítico: el catalán
Pere Casaldáliga. Es una celebridad en Brasil, donde lleva 35 años de obispo de São Félix de Araguaia, amenazado por unos poderosos que llegaron a matar a su vicario, João Bosco, confundiéndolo con él. "Quien toca a Pedro toca a Pablo", advirtió entonces el papa Pablo VI en defensa de Casaldáliga. Así ha sobrevivido, no sin conflictos con Roma, tras la muerte del papa Montini, por ser un líder de la perseguida teología de la liberación.
En misiones no escasean los religiosos con problemas por defender a los pobres, pero siempre acuden, como Casaldáliga, a la famosa frase con que Dom Hélder Cámara, el carismático obispo de Recife (Brasil), desarmaba a sus críticos en Roma: "Si doy limosna a un pobre me llaman santo, si pregunto por qué los pobres no tienen qué comer me llaman comunista".
Escuelas, comedores, pequeños hospitales, bibliotecas, centros de atención a niños desnutridos y casas de acogida: éstas son las obras sobresalientes de los misioneros españoles desperdigados por el mundo. Es un ejército imponente: 104 obispos, 5.020 religiosos, 7.379 religiosas y varios miles de sacerdotes diocesanos y de laicos, hasta sumar un ejército eclesiástico de 20.000 personas, según la Conferencia Episcopal. La mayoría de esta Iglesia misionera son mujeres, una preponderancia creciente en los cargos directivos de importantes organizaciones eclesiales (Manos Unidas o Cáritas, por citar casos sobresalientes). Desde noviembre de 2002 la secretaría general de la Conferencia Española de Religiosos (Confer), que agrupa a 64.135 miembros en España y 12.399 en el extranjero, la desempeña Leonor García Rodríguez,
palentina de Villaescusa de las Torres y perteneciente a una congregación de fundación francesa, Nuestra Señora de la Compasión, de la que fue doce años superiora general. Su caso no es excepcional: otras seis religiosas y nueve religiosos españoles ocupan hoy la máxima jerarquía en sus respectivas congregaciones, la mayoría con residencia en Roma, como es tradición.
Estas cifras del catolicismo español en el exterior resultan sorprendentes si se tiene en cuenta la crisis de vocaciones que padece España, donde la jerarquía acude ya a sacerdotes de otros países para atender algunas de las 25.000 parroquias del país. Lo cierto es que existe otra Iglesia católica española, la del exterior, que supera en número de prelados y de sacerdotes a muchas de las más importantes iglesias europeas.
Las cifras también soportan una comparación con la Iglesia española propiamente dicha: de los 104 obispos españoles del exterior, 90 desarrollan su trabajo en otras tantas diócesis de América (81) y África (9), un número superior a los obispos diocesanos activos que hay ahora en España: 73 (3 cardenales, 12 arzobispos y 58 obispos residenciales o auxiliares). Hay otros 41 prelados, pero son eméritos (3 cardenales, 10 arzobispos y 28 obispos).
Un signo distintivo del trabajo de este imponente ejército católico en misiones es la peligrosidad de su ejercicio pastoral. Son noticia reciente las monjas amenazadas de muerte en Mozambique por denunciar el tráfico de órganos de niños; el salesiano Ignacio García, burgalés de 63 años, asesinado en Burkina Faso; los peligros que soportan las religiosas compasionistas destinadas en los barrios pobres de Cali, en Colombia, o el caso del cántabro claretiano Mariano José Sedano, que hace frente a las dificultades del catolicismo en Rusia, de cuya Confederación de Religiosos Sedano es presidente desde marzo pasado.
Otra característica de este imperio misionero es la creciente presencia de españoles en difíciles misiones diplomáticas (el último nuncio -embajador- nombrado por el Estado de la Santa Sede, Ramiro Moliner Inglés, ha sido enviado a Etiopía), y la predisposición de Roma por ascender a responsabilidades eclesiásticas a misioneros con décadas de trabajo en iglesias de base. Un tercio de los obispos peruanos son españoles, igual que lo son los prelados auxiliares de las archidiócesis de Nueva York (Josu Iriondo) y Washington (Francisco González Valer), el obispo de Tsiroanomandidy (Madagascar), el trinitario Gustavo Bombín, o el obispo centroafricano Juan José Aguirre Muñoz, comboniano de 45 años.
Es el rostro jerárquico de una Iglesia que sigue los pasos de Bartolomé de las Casas, el obispo de Chiapas. A ellos se suma una ingente tarea desarrollada por laicos también misioneros, respaldados por una copiosa financiación de la Conferencia Episcopal Española a través de sus muchas organizaciones misionales. Los obispos españoles presumen de no negar jamás el ejercicio de una vocación misionera a sus subordinados. Pero los misioneros no siempre se sienten comprendidos. "Somos un ejército derrotado de una causa invencible", dijo Pere Casaldáliga.
El obispo Calsadáliga ha cumplido los 75 años y está pendiente de que llegue el sustituto enviado por Roma para jubilarse oficialmente. Su opción misionera por los pobres ha sido radical, al borde siempre del precipicio doctrinal, según la inquisiciòn romana, que le amonestó no pocas veces. Cuando le quisieron otorgar el Premio Príncipe de Asturias, Casaldáliga declinó el honor por una razón que define el carácter de casi todos los misioneros: nunca regresará a España, ni siquiera lo hizo para enterrar a sus seres queridos. "Quemé las naves al llegar aquí. Los emigrantes más pobres no pueden volver a su patria. Y yo quiero quedarme en esta América Latina que tanto amo y tanto me ha amado", dijo el famoso obispo catalán.
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