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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sello de los amores clandestinos

La primera vez que se publicó en España esta bellísima novela no tuvo la resonancia que merece. Posiblemente obtuvo mucho más éxito la película del mismo título de Joseph Losey y éste es uno de esos casos en que una película resulta ser tan poderosa como la novela originaria. Incluso el leitmotiv musical de Maurice Jarre era extraordinario. Es una novela de corte tradicional, de lenguaje culto pero accesible a cualquier lector, que cuenta una historia dramática paso a paso con un ritmo pausado y absorbente a la vez. Es esa clase de novela que todo lector medio está deseando leer porque no crea problemas de legibilidad y, al mismo tiempo, no cede un ápice a la facilonería; está construida con tenacidad y esfuerzo y se adentra en un tema de vigencia universal: el paso de la adolescencia a la juventud. Una novela, además, magníficamente amueblada, es decir, instalada en un escenario físico y humano coherente y detallado.

EL MENSAJERO

L. P. Hartley

Traducción de José Luis López Muñoz

Pre-Textos. Valencia, 2004

340 páginas. 25 euros

Estamos en el año 1900, al comienzo de un siglo que para el protagonista, Leo Colston, es una promesa de futuro: un nuevo siglo, una nueva esperanza. En este año Leo cumple 13 años. Es hijo de un padre medio misántropo, recientemente fallecido, y una madre sociable y deseosa de relación, pero madre e hijo poseen una escasa relevancia social, son lo que se denomina en inglés middle class. Leo se hace amigo de Maudsley, un muchacho del colegio que pertenece a una familia de elevada posición y tradición y es invitado por los padres de su amigo a pasar unas semanas en su mansión. La modesta casa donde vive Leo tiene una hectárea; la de los Maudsley, doscientas cincuenta. Leo, entusiasmado al principio, vacilante después (sólo el relato de este cambio de estado de ánimo ya muestra la formidable penetración psicológica del autor), acude finalmente a pasar el verano a casa de su amigo. Allí se encuentra con una familia y unas maneras que le resultan nuevas y desconocidas, pero el entorno, una vez superadas las primeras y discretas pruebas de admisión, lo acoge con educación y afecto.

La historia se cuenta desde

el punto de vista de Leo, pero no del Leo de 13 años sino del Leo Colston que, ya en la sesentena, al encontrar un diario de ese año de 1900 en una caja arrumbada, recuerda lo que ocurrió aquel verano: un suceso que lo dejó marcado para siempre. El narrador, pues, se contempla a sí mismo y lo que contempla es lo que sucedió, pero teniendo implícito que aquel siglo de esperanza se ha convertido para él en "este siglo espantoso (...) que ha desnaturalizado los sentimientos humanitarios y ha sembrado muerte y odio donde había amor y vida", como le dice una anciana Marian Maudsley al final de la novela. Marian, hermana mayor del joven Maudsley, se convierte en la protectora de Leo cuando éste llega a la mansión, y la fascinación que él siente por ella marcará el destino de aquellos días y de su paso a la pubertad.

Leo es la persona que Marian y su amante elegirán como correo de sus amores clandestinos y lo que en principio es para Leo una distinción y una preferencia afectiva, pues no sospecha el verdadero fin de los mensajes, se convierte, a medida que va surgiendo el conflicto moral de lealtades entre los amantes y la familia, en un drama. Lo que sucede es que este drama es el que desencadena en el alma del chico las dudas, oscuridades y vislumbres que lo convertirán en adulto y este machihembrado entre el problema de Leo y el problema familiar y social que se va suscitando poco a poco es lo que hace de esta novela una obra acabada y redonda respecto de sus pretensiones. La estructura, el ritmo, las pausas, la distribución de papeles, el dibujo de caracteres... es realmente espléndido, digno de un maestro. Hartley es un descendiente de Henry James, sin duda, pero dotado de transparencia. Hablo de transparencia pero no me refiero a simplicidad, pues el mundo que retrata es complejo, de una notable penetración psicológica en lo que se refiere a la memorable composición del personaje de Leo y de una penetrante y detallista mirada en la fijación de modos y costumbres en la creación de la familia Maudsley y su ambiente.

Leo se ve enredado en un asunto que sólo entiende a medias, pero cuyos hilos le ocasionan un violento problema de conciencia que debe afrontar con su entendimiento a medias. Ahí, como nos revelará al final, se forma una idea de la vida que lo acompañará siempre. Es alguien atrapado en un asunto que le supera por su edad y es admirable ver cómo Hartley construye el nudo de sentimientos de Leo desde la mirada del niño recordada por el adulto. Se siente culpable, pero no acaba de definir de qué y eso y su imaginación es lo que le hacen sufrir, pues al descubrir lo que pasa su misión de mensajero deja de ser alegre para convertirse en aterradora.

Basta ver cómo Hartley va creando subrepticiamente hacia el final el clima de desastre que se avecina para comprender hasta qué grado un novelista inteligente puede hacer cómplice y observador a la vez al lector. El libro está lleno de escenas tan atractivas como bien resueltas que no ceden en punto a calidad una ante otra; por eso sostengo que es un libro en el que lo que se quiere decir se ajusta como un guante a lo que se dice. Contemporáneo de Graham Greene y Anthony Powell, Leslie Pole Hartley es un casi desconocido entre nosotros que no merece serlo cuando esta novela posee entretenimiento, hondura e inteligencia literaria. No hay perdón para los lectores que reclaman las tres cualidades juntas y no lo lean porque estarán condenados a engañarse con las exitosas mediocridades que se merecen.

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