Azules y colorados
Empieza la legislatura del diálogo, fin encomiable donde los haya, pedestal propagandístico capaz de disuadir al corazón más duro, y eslogan para sugerir que la anterior no lo fue. ¿Seremos capaces en esta legislatura de dialogar sobre las selecciones deportivas de las comunidades autónomas? La solución pudiera estar en dejar el nombre Selección del Resto de España a regiones y localidades que nunca renunciarán a ese nombre por la cuenta que les va, a las regiones pobres, más Ceuta y Melilla.
Diálogo necesario también para solventar el no cumplimiento de la ley; diálogo, incluso, para solventar el plan Ibarretxe cuando ni siquiera el representante del PSE en el Parlamento vasco puede defender enmiendas parciales al mismo porque ello implicaría asumir la propuesta de la ruptura que ha lanzado el PNV. Un gobierno democrático debe ser dialogante, pero también debiera gozar, creérselo, de la mayor autoridad cuando el diálogo sólo encubre la imposición unilateral.
Diálogo con todos. Incluido el PP, que si dialoga resultará que no es tan cerrado como se quisiera. Quizás el diálogo sirva para todos menos para dialogar con los de la gaviota, achacándoles la responsabilidad de que las reformas no salgan adelante, cuando en algunos casos el mismo proponente piense que lo mejor es que no salgan adelante. La llamada al diálogo, la palabra diálogo en sí, es quizá el arma más perversa que pueda utilizar el que se apropie de ella. El que se sitúe al margen de ella, el que renuncie a dialogar, el que quede fuera del cristalino y voluntarioso proceso por el que hablando se entiende la gente, se convierte en el malo y en el chivo expiatorio de paso. Y si el diálogo no avanzara, lo sabemos ya los vascos, aplíquese la fórmula siguiente: apelación a la voluntad del pueblo a decidir su futuro libremente como si hubiera estado privado con anterioridad de hacerlo.
Y cuando la amenaza terrorista de ETA pierde importancia, no sólo por el acoso policial que la tiene prácticamente desmantelada, sino porque el terrorismo islamista ha ocupado con creces el lugar que en nuestras preocupaciones ETA ocupaba, Imaz lanza a Zapatero, en un tono nada dialogante, la necesidad de acuerdo sobre normalización y pacificación. De qué guerra a pacificar nos habla, ¿la de Irak? Porque la de Euskadi ha perdido tantos enteros que ni siquiera se cotiza en la bolsa de nuestras preocupaciones. En esta situación, el plan Ibarretxe no tiene sentido. ¿Qué es lo que va a pacificar?: ¿al terrorismo islamista? ¿Qué va a normalizar: ¿las selecciones? Después del 11 de Marzo todo ha cambiado para preocupación de todos, pero particular y especialmente para el nacionalismo vasco, que pierde su protagonismo estelar. Ha sido una maldición el atentado de los trenes de Atocha, pero puede servir para despertarnos y descubrir que existen cuestiones mucho más serias que la selección de patines.
Aunque todavía sigamos en la dinámica anterior de centrifugar al Estado por medio de la selección de patinaje catalana o la rebeldía ante la LCE, el auténtico riesgo al que nos enfrentamos todos ante la amenaza de un terror con una dimensión nunca conocidas es, desde el Gobierno al último ciudadano, que se abra un proceso de reacción que deje pequeña la "patada en la puerta"; que con la excusa de la seguridad limite las libertades fundamentales de las personas. Y todo ello bajo un gobierno socialista que debe huir de prácticas de infausto recuerdo, como las de los GAL, para resolver problemas de seguridad. Bajo esta psicosis creada por el terror, la mayor preocupación será la salvaguarda de las libertades.
No nos vaya a pasar que, regodeándonos en la defenestración del adversario, se considere éste el único fin de la acción política y que, de nuevo, el ignominioso pragmatismo que no distinguía el color de los gatos, ni el de las mofetas, descubra la inexistencia de una política de la izquierda. Si nos entretenemos en la derrota de los azules, como en el último circo del Imperio de Oriente, Constantinopla acabará en manos de los turcos sin que nos hayamos enterado.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.