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Columna
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Honestidad

Los luctuosos acontecimientos que el terrorismo ha protagonizado entre nosotros están despertando en los investigadores sociales, los columnistas de prensa y los analistas políticos un lento y a la vez temeroso acercamiento a la evidencia de que quizás algunos precipitados análisis sobre las causas mediatas e inmediatas de la elección de España como campo de operaciones de la yihad de la que se viene hablando desde hace más de una década ni son honestos ni obedecen al conocimiento exigible al que nos debemos los comunicadores públicos.

Ayer mismo, y en estas mismas páginas, el profesor Fernando Reinares, al hacerse eco de ciertos tópicos que han circulado de modo irresponsable sobre las causas de los atentados de Madrid, mostraba una cierta comprensión con los que señalan a la posición del Gobierno español en la guerra de Irak como causa primordial de la respuesta terrorista, a pesar de que, a continuación, explicaba con convicción que las verdaderas causas escapan a contingencias de ese tipo, y, por lo tanto, debe empezarse a indagar seriamente sobre lo que realmente está ocurriendo en el mundo y qué objetivos persigue ese brazo armado de un capitalismo corrupto con raíces en el mundo árabo-musulmán cuya pretensión no es liberar a los pueblos árabes, ni a los musulmanes del mundo, sino vencer al capitalismo occidental echando mano de un ideario debidamente exacerbado por intérpretes integristas del código polisémico del Islam.

Quienes reducen el análisis a la posición del gobierno español en el conflicto de Irak, deberían empezar a estudiar la cuantiosa literatura que se ha ido desarrollando en la última década sobre las redes de financiación del terrorismo internacional y, sobre todo, abrir los ojos ante las patéticas simplificaciones que ofrece un progresismo anclado en la mala conciencia de quien cree que los males del mundo árabo-musulmán son responsabilidad exclusiva de la prepotencia de Occidente, olvidándose de una complejidad en la que el primer dato no eludible es el carácter depredador, corrupto y mafioso de los clanes empresariales y financieros de buena parte de los países que lo conforman.

El objetivo de las redes de combatientes y mártires no reside en un programa de liberación social y política de las sociedades de donde proceden, sino del doble propósito de justificar a partir de una sesgada y grotesca manipulación del Islam una lucha cruenta contra los competidores del capitalismo y todos aquellos que puedan pertenecer a ese ámbito, ahora o en el futuro, mediante el amedrentamiento indiscriminado de sus sociedades.

Esa violencia disuasoria recurre a una justificación ideológico-religiosa para su legitimación ante la comunidad de los creyentes, pero en realidad actúa como brazo ejecutor de un consorcio capitalista competidor del occidental ligado a formas de acción antiguas que el propio capitalismo occidental habría superado después de no pocas vicisitudes y guerras (especialmente la guerra franco-prusiana y las dos Guerras Mundiales, en los siglos XIX y XX, respectivamente).

Pensar que la elección de los objetivos se corresponde con la agenda de errores de terceros sería admitir que las razones de esa violencia proceden directamente de provocaciones y no de un plan propio perfectamente trazado donde, si además consiguen generar enfrentamientos entre sus víctimas, mucho mejor. Seamos pues prudentes, honestos y valientes.

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