_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lenguaje y testimonio

¿Cuál es el lenguaje apropiado para hablar del horror? No es, desde luego, el lenguaje aséptico del informe técnico. Ni el codificado de las estadísticas. No hay lenguaje más apropiado para hablar del horror que aquel que utilizan quienes lo han sufrido. Por eso nadie puede hablar en nombre de las víctimas. No se trata de ningún conflicto de legitimidades. Cuando digo que nadie puede hablar en nombre de las víctimas no me refiero a un poder teórico, jurisdiccional, legitimado sino a un poder real: sólo puede hablar del horror quien lo ha experimentado. El testigo moral, aquel que conoce el sufrimiento en la forma del saber experiencial, es el único realmente capacitado para hablar de una experiencia que el resto tan sólo podemos intuir.

La narración de las víctimas nos depara sorpresas. Recuerdo ahora un trabajo realizado por Gesto por la Paz en el que se transcribían una serie de conversaciones con víctimas del terrorismo. En casi todos los casos, la experiencia de su tragedia había generado una nueva capacidad de comprensión hacia quienes, como ellas mismas, sufren la violencia: "Ayudar a esas personas, hay que ayudar a esas personas"; "Cada vez que pasa algo es como si me pasara a mí, así de claro". Una de las personas entrevistadas contaba que una amiga suya, votante de HB, se había interesado por su situación, que la había llamado "mil veces", pero ella no había podido responder a sus llamadas "no porque la odie, al contrario, la quiero como la he querido toda mi vida y, y siempre será especial para mí". Pero no podía soportar creer que su amiga se comportaba así sólo porque la persona asesinada era su marido: "Porque yo era su mujer ¿no? pero no sé si igual le hubiera dado igual si le hubiera pasado a otro". Solidaridad con el resto de las personas que han sufrido y sufren la violencia. En sus relatos aletea, también, la esperanza: "Si se lucha yo creo que se podrá acabar ¿no?, digo yo"; "Hay que tener ilusiones ¿no?". Puede ser una esperanza frágil, una esperanza contra toda esperanza. Pero su valor es inmenso.

Un relato -se ha dicho- no es simplemente un relato. Es en sí mismo una acción emplazada, una performación con efectos ilocuacionales. Actúa para crear, sostener o modificar mundos de relación social. Los relatos de las víctimas del terrorismo rebosan solidaridad, esperanza y sabiduría. No son relatos que puedan ser utilizados para sostener cualquier proyecto de futuro. Son relatos que actúan para impulsar un mundo desde la justicia, pero no desde el odio y la venganza. Frente a tantos discursos etéreos y frívolos sobre el perdón, las víctimas saben distinguir entre la dimensión más íntima de su experiencia ("perdono...") y su dimensión publica ("... pero estoy dispuesta a adoptar determinadas posiciones favorecedoras de la paz").

Porque, si algo queda meridianamente claro después de leer estos testimonios, es que quienes han sufrido la violencia se niegan a otorgar a ésta más influencia sobre sus vidas de la que de hecho ha tenido. Es por eso que se niegan a que el odio envenene sus vidas: "Mi hijo sabe lo que le ha pasado a su madre y ya está, jamás le hemos inculcado el odio hacia nadie"; "Mi padre, una vez que fue puesto en libertad, jamás nos transmitió odio hacia nadie"; "No me recreo en el odio, lo pasas a ocupar con otras cosas"; "Lo que intentamos en casa por lo menos es eso ¿no?, que no esté ese odio en casa, que sea, pues eso, el instante inicial de..., pues somos una familia con un crío y, y eso no quiero, no queremos que entre en nuestra casa".

Uno de los principales expertos en el uso de fuentes orales para la investigación histórica, Paul Thompson, ha escrito que las personas "no sólo tienen que aprender su propia historia, pueden escribirla". Y concluye: "La historia oral devuelve la historia a la gente en sus propias palabras. Y ofreciéndolas un pasado, también las ayuda a dirigirse hacia un futuro de su propia creación". Las víctimas del terrorismo han mirado al horror cara a cara. Sin embargo, sus palabras quieren ofrecernos motivos para vivir. Y también maneras -buenas maneras- de hacerlo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_