_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿A quién le interesa un colegio de periodistas?

Seamos prácticos. ¿En qué nos puede beneficiar a los periodistas que los poderes públicos impulsen la creación de un colegio tal y como se ha planteado al margen de las organizaciones profesionales representativas?

Un colegio no garantiza ninguna mejora laboral o salarial. Para eso están los sindicatos. Tampoco acabará con el espantajo del intrusismo profesional porque la colegiación obligatoria para ejercer como informador es ilegal, como bien saben en la oficina del Defensor del Pueblo, que recurrió esta exigencia ante el Tribunal Constitucional en marzo de 1986.

¿Tal vez tendríamos mejores posibilidades de formación y reciclaje profesional? No necesariamente. Esto no depende de la existencia de ningún colegio, sino de la disponibilidad de recursos. Y estas entidades no son precisamente la mejor fórmula legal para obtener financiación externa. Colegios de otras profesiones se han visto últimamente en la necesidad de crear una fundación para no perder las posibilidades económicas que se les escapaban por su condición de "corporación de derecho público". Y hay que suponer que la idea última no sería tener un colegio subvencionado por el gobierno de turno, porque, entonces, adiós definitivo al mito de la independencia.

Se argumenta también que nos serviría para la defensa de la profesión y la salvaguarda de la libertad de expresión. Tal vez. Pero eso ya lo estamos haciendo desde hace muchos años (y con ejemplos muy recientes) las organizaciones reconocidas en todo el Estado como la Unió de Periodistes Valencians.

En un gremio como el periodístico, primo hermano de la clase política, izar la bandera colegial como la gran solución a nuestros problemas es, en el mejor de los casos, una colosal maniobra de distracción dirigida a las generaciones más jóvenes, aquellas que más intensamente sufren la desprotección de un mercado laboral cada vez más inundado de contratos precarios por jornadas interminables de trabajo. Esta situación sangrante se vive aquí, pero también en Galicia y en Cataluña, los únicos territorios de la Europa comunitaria donde teóricamente funcionan colegios de periodistas. Y decimos teóricamente porque, desde el punto de vista jurídico, tampoco en estos casos se puede hablar stricto sensu de colegios. Mirándolo bien, son unas asociaciones profesionales más, porque ningún periodista gallego o catalán está obligado a colegiarse para trabajar. Mientras tanto, en el resto del continente no hay instituciones que reconozcan esta clase de organismos como interlocutores válidos de los profesionales de la comunicación. En el caso de los periodistas, los consideran una reminiscencia decimonónica; tal vez tan pintoresca como sería exigir ahora la creación de un Colegio Oficial de Políticos (al que, en justa correspondencia, sólo podrían acceder los licenciados en Ciencias Políticas) para hacer de concejal, diputado o consejero, pongamos por caso.

Los periodistas, los que estamos en activo y los que se preparan para estarlo, tenemos por delante una enormidad de retos. Si hemos decidido ejercer la libertad de expresión de modo continuo y remunerado (el oficio no es más que eso en realidad) es para preguntar y contar lo que alguien intenta ocultar, pero que la ciudadanía tiene derecho a saber. Y para cumplir con lo que se espera de nosotros de manera honesta y responsable, con sentido crítico y sin sensacionalismo zafio, no necesitamos ningún colegio. El prestigio social que se han comido tantos programas de chácharas, polémicas prefabricadas, rutinas de oficina y servilismos diversos, no lo vamos a recuperar a base de etiquetas colegiales. Carl Bernstein no la necesitó para destapar el caso Watergate porque ni tan sólo era universitario. En cambio, Bob Woodward lucía un buen currículum académico. Con trayectorias tan diferentes, a ellos sólo les unió un interés: el periodismo bien hecho y de calidad. Con título y sin él. Justo lo mismo que desde siempre han reivindicado la Unió de Periodistes Valencians y la Federación de Asociaciones de Prensa de España donde estamos integrados. ¿Será por eso que nos quieren colar el submarino de un colegio autóctono? Por cierto, ¿qué hacemos con los cámaras, los fotógrafos o los dibujantes de prensa? ¿Es que no son periodistas por no haber pasado por la facultad como la mayoría de nosotros?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Manel Castañeda es secretario general de la Unió de Periodistes Valencians.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_