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Columna
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Añoranzas

La tecnología socorre la falta de tiempo que nos oprime y sus recursos transforman nuestras costumbres y sistema de vida. Ha de ser así: ésa es la historia y eso es lo que tenemos, pero es inevitable que se recuerde el pasado, que para eso está, para recordarlo, y es lógico que quienes han vivido parte de su vida en un tiempo dilatado eche de menos las satisfacciones que proporcionaba; tal como también es comprensible que vayan perdiendo espacio en sus vidas y las añoren, sobre todo, cuando sucumben bajo la apisonadora de la modernidad.

Es el caso de la librería Antonio Machado, una satisfacción recién perdida. Parece que fue ayer cuando corría de boca en boca la ventaja de su sistema informatizado que entonces era novedad. Igual que se añoró a otros libreros como María Fulmen o José Luis Rodríguez del Corral, ahora se añora el consejo de la librera Carmen Reina, y se recuerdan las presentaciones de libros que organizaba, con un público que llegó a hacerse familiar y que llegaba con tiempo para coger asiento en una de las cinco filas de sillas o en la escalera que no daba para mucho más.

Carmen Reina no opinaba sobre el libro que se le pidiera, pero si conocía al cliente, una leve arruga en el entrecejo significaba una sutil advertencia sobre un posible error. Error que, según mi propia experiencia, solía ser acertado: el libro marcado con su duda casi siempre se me caía de las manos por aburrimiento o por dificultad. La opinión de los críticos literarios no es igual de válida para todo el mundo, pero una afinidad en un tipo de sensibilidad puede dar lugar a grandes satisfacciones. El día que me dijo Borges en uno de sus escritos que dejaba los libros cuando le aburrían me abrió una puerta a la felicidad literaria; otra puerta me la abrió Luis Landero, que es el mejor lector que conozco, y la tercera se la debo a Carmen Reina, que me aconsejó muy buenas novelas de autores europeos, como Ivo Andric, Natalia Ginzburg, Dezso Kostolanyi o Madeleine Bourdouxhe.

No es un tema original porque cada vez que desaparece alguna librería con estas características se levanta la voz de muchos lectores que lo lamentan y la historia de esa pequeña felicidad que se escapó es siempre verdad y siempre la misma; el repetirlo es, sobre todo, por agradecimiento a quienes la hicieron posible.

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