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Columna
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Kodály

Unas 4.511 redacciones bien contadas y en valenciano presentaron otras tantas criaturas, adolescentes o jóvenes al concurso de premios literarios Sambori que potencia y promueve la Federació Escola Valenciana. Esos cuantos maestros, y esas muchas y muchos padres con miras anchas que calladamente trabajan por que sus hijos tengan una escuela en valenciano. Los renglones y las letras, la palabra escrita de tantos escolares mueve al optimismo cuando se observa el abrupto camino que quizás algún día conduzca a la normalización del uso de la llamada, por algún organismo oficial o paraoficial de forma casi irrisoria, lengua histórica de los territorios de la antigua Corona de Aragón. Quienes miran entre nosotros con desdén el valenciano, hasta de paráfrasis y circunloquio hacen riscos y peñascos para entorpecer la normalización lingüística. Qué le vamos a hacer. Es el perverso juego del secesionismo siempre latente o patente que se utiliza como arma de desinformación con fines electoralistas. Y siempre, aunque no únicamente, por un sector de la derecha política y social que habita entre nosotros.

Pero ahí están esos miles de redacciones, esas miles de palabras jóvenes y viejas a la vez, que no borra con facilidad el agua, ni desaparecen con el tiempo. Ahí están esos miles de padres -que votan al Partido Popular, que votan al PSPV, que votan a formaciones minoritarias tan respetables y asumidas en democracia como las mayoritarias-, esos miles de padres y madres, digo, que acuden con sano instinto festivo a los encuentros o trobades de la escuela valenciana comprometida con la lengua esa de los antiguos territorios, que no acaba por desaparecer le pese a quien le pese. En el País Valenciano, el esquilmo de los olivos que miran al mar son premonición y anuncian el fruto. En nuestras comarcas del interior más frías, las diminutas flores del esquilmo aparecen unas semanas más tarde. Los encuentros o trobades de quienes cívicamente promueven una escuela valenciana, evocan el esquilmo que mostraban los olivos litorales el pasado fin de semana de esta primavera tarda. Se vio el esquilmo en Meliana por donde L'Horta, por donde La Vall d'Albaida, por donde el Camp de Morvedre.

En Meliana, los organizadores acompañaron las palabras en valenciano del Sambori con las notas, tonos y cadencias de la Coral Kodály. Finas voces infantiles, también en valenciano, agrupadas en torno al nombre de Zoltan Kodály, el húngaro del siglo XX que dedicó su vida a la educación musical de los jóvenes y a inventar nuevos métodos de enseñanza musical. El compositor magiar que dejó en pentagramas un recuerdo perenne a las víctimas de la última y brutal guerra europea. Un músico que recuperó el canto popular del campesinado magiar y del folclore en general. Un compositor nacionalista. Y si de notas y música se habla, los nacionalistas musicales ni levantaron fronteras ni fueron radicales irredentos de sus patrias. Recuperaron o utilizaron simplemente las viejas y bellas melodías de sus pueblos, sin ningún especial interés partidista o sectario.

Ésa es precisamente la música suave y festiva de quienes -votantes del PP, del PSPV o del lucero del alba- acudieron con miles de redacciones, que son palabras de aquí y ahora, a Meliana, a Canet, a L'Olleria, a Valencia, a...

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