Barcelona taurina
Diversos colectivos de carácter animalista pretenden que el Ayuntamiento declare Barcelona ciudad antitaurina. Presentan en su favor firmas recogidas por asociaciones afines en diferentes países europeos. Tan insólita propuesta sugiere reflexiones de distinta naturaleza. Taurinas, pero también cívicas y democráticas.
Una parte importante de los barceloneses ejercen libremente su derecho, reconocido legalmente, a disfrutar de los festejos taurinos en la ciudad, solos o acompañados de sus hijos, tal como lo hicieron sus padres y sus abuelos y sus bisabuelos. Pagan por ello y la ley les ampara.
Cierto es que apreciar la tauromaquia en todos sus matices requiere, más que conocimientos en la materia, una acusada sensibilidad desgraciadamente no dada a todo el mundo. Los muchos barceloneses que a lo largo de la historia han apreciado en la tauromaquia valores que sobrepasan en mucho el punto cero de lo cruento del espectáculo llevan esta sensibilidad en sus raíces culturales catalanas y nadie debería negarles tan legítimas querencias espirituales.
Barcelona ha sido la capital taurina del mundo. Su historia taurina se remonta a 1387, con un festejo organizado por el rey Joan I en la plaza del Rei. En 1601 el Born acogió un festejo con motivo del nacimiento de Anna María Mauricia, hija de Felipe III. Otro en 1629 para celebrar el nacimiento de Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV. Cuando entre 1754 y 1785 las corridas de toros estaban prohibidas en toda España, Barcelona dio corridas con toreros profesionales. El historiador Pi i Arimón certifica que en la primera mitad del XIX la corrida de toros era el espectáculo favorito de los barceloneses, hasta el punto de que en 1834 hubo que construir en la Barceloneta la primera plaza de toros de la ciudad, el Torín, en la que torearon las grandes figuras de la llamada edad de oro del toreo: Lagartijo, Frascuelo, Mazzantini y Guerrita, entre otros. Fue en el Torín de la Barceloneta donde por primera vez sonó la música durante la faena del matador. En 1900, como consecuencia de la efervescencia taurina de la ciudad, se inaugura la plaza de las Arenas, y en 1914, la Monumental. Entre 1914 y 1923 funcionaron a pleno rendimiento tres plazas de primera categoría en Barcelona. La historia continúa con la aparición de la familia Balañá, factótum de lo taurino en la capital catalana desde 1927 hasta nuestros días. Con ellos, Barcelona fue la primera plaza del mundo en número de festejos, en calidad de los carteles y en promoción de nuevos toreros. Manolete en los años cuarenta y Chamaco en los cincuenta fueron auténticos fenómenos sociales de masas, generaron pasiones y controversias, alimentaron el alma taurina de la ciudad. Llegó el turismo y El Cordobés, y aquí como en todo el planeta taurino, todo cambió. Y la Monumental siguió programando su temporada con lo más granado del escalafón, adaptándose a la realidad de una mayor competencia en la oferta de ocio de la ciudad. A finales de los ochenta, una campaña publicitaria muy bien diseñada por Balañá consigue atraer a los toros a intelectuales, artistas y personajes de peso ciudadano de Barcelona que dan a la fiesta cierto toque de glamour que la introduce de lleno y de nuevo en la vida social de la ciudad. Eran días del rediseño cultural que el pujolismo soñó y en el que los toros no tenían lugar. Pero la fiesta sobrevivió a través del interés del público y de la resonancia ciudadana. Fueron temporadas de grandes triunfos de Paco Ojeda, de Joselito, Litri y Espartaco. Tardes de verano a plaza llena. Hasta la irrupción en 1999 de José Tomás, casi un invento de Barcelona. Cuando nadie le creía, cuando nadie le conocía, Barcelona ya había encumbrado a su último ídolo taurino. Con José Tomás, la plaza rebosaba de público emocionado con un nuevo descubrimiento taurino y la gente toreaba por la calle de Marina después de la corrida. Como lo había hecho con Lagartijo, Manolete y Arruza.
Y así hasta hoy. Barcelona es la única plaza de temporada en la que pueden verse toros cada domingo de Pascua a la Mercè.
Aquí desde hace 200 años torean las figuras más grandes del toreo. Y la Monumental da y quita en el toreo. Antes y hoy.
Otra cosa es la repercusión de la vida taurina catalana en los medios de comunicación públicos, que han ignorado por sistema la existencia de una realidad viva con 500 años de historia. Pocos saben en Cataluña que Serafín Marín, un joven matador de Montcada i Reixac, descubierto en Barcelona, triunfador en Madrid y en media España, se ha formado en la Escuela Taurina de Cataluña, que también existe. Y eso que Serafín ejerce de catalán en cuanto le dejan. Como lo hace el matador retirado Joaquim Bernadó, medalla de oro de la ciudad en 1988 entregada por el entonces alcalde, Pasqual Maragall. "Els que neguen la tradició taurina de Barcelona desconeixen la seva història", dijo el ahora presidente en unas emotivas palabras de homenaje al maestro Bernadó.
En Barcelona los toros son, afortunadamente, un negocio privado. La lista de ataques constantes desde lo público a todo lo que huele a toro es larga. Declarar antitaurina a Barcelona sería dar un peligroso paso más en el alejamiento entre los políticos y la realidad. Y para ello, además, deberán renegar de la historia y del presente de la Barcelona taurina.
Una carta de la Federació d'Entitats Taurines de Catalunya dirigida al alcalde Clos dice: "Parece fuera de lugar que el Ayuntamiento lidere un clamor que no existe, ya que los toros han vivido y viven en la normalidad de una Barcelona fiel a sus tradiciones que, desde el pasado, están forjando su enriquecedor presente abierto a todos los horizontes. Las tradiciones, con el paso del tiempo, se revisan e incluso pueden morir; pero una cosa es que mueran de inanición y otra que se las quiera matar, unilateralmente, a pesar de que se manifiesten vivas".
Salvador Boix es crítico taurino.
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