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A vueltas con el turismo

Van pasando los años sin que se llegue a perfilar una política turística capaz de hacer frente a las carencias que subsisten en el modelo turístico valenciano, entendiendo por tales la congestión, la insuficiente diversificación de producto y de mercados, la falta de creencia en las posibilidades del turismo de interior, y un sin fin de opciones no explotadas al alcance de los recursos del País Valenciano. Resolver las deficiencias depende de la capacidad de impulsar una política turística que incida en lo que se precisa y se olvide de tentaciones, soslayando esa política cuya primordial y controvertida función consiste en buscar argumentos que justifiquen el interés turístico de cualquier ocurrencia. Ello explica el escapismo que impregna esa lectura parcial que tan frecuentemente se realiza alrededor del turismo, cuando su principal debilidad es la ausencia de planificación y el permanente "parcheo" al que se somete a la "bacheada" carretera turística, huérfana de las ideas y de las propuestas que usualmente viajan con el turismo responsable, sostenible o perdurable, según se prefiera.

La política turística si no tiene un horizonte acaba convirtiéndose en un esperpento capaz de dar cobertura a cuantos despropósitos puedan promoverse, susceptible de apadrinar iniciativas inverosímiles. En esos parámetros se inscribe la carencia de investigación aplicada al turismo, como si la consigna fuese que sin información es más fácil divagar y tomar decisiones que los datos desaconsejarían en pura lógica, lo que constituye un acto de indesmayable prevaricación intelectual que enturbia el inmediato discurrir turístico. Con tal precedente se explica el descuido a la estrecha relación entre turismo y territorio, pese a que se sabe que los municipios del litoral valenciano tienen previsto pasar de alrededor de un 59%, que tienen en la actualidad urbanizado, a cerca del 87%, si no se remedia. Un hecho que reclama no sólo planes hidrológicos, sino multitud de intervenciones que reduzcan la imparable congestión del territorio y la irreversible erosión de los valores naturales en los que se asienta desde sus orígenes el modelo turístico valenciano de "sol y playa".

Ante una amenaza de ese calibre, dónde queda la diversificación turística y la consecuente promoción de otros productos, cuando a tenor de la más reciente experiencia se viene demostrando que la tendenciosa especulación urbanística y la irresponsable actividad promotora son los máximos enemigos, capaces por si solos de devastar el litoral valenciano. Cómo dudar de la necesidad de una política turística valenciana susceptible de definir qué modelo turístico se pretende y de qué manera y a través de qué medios se puede reconducir la situación presente.

Lo usual es ignorar al mensajero o satanizar al pensador del turismo por utópico, favoreciendo ello la continuidad de un modelo que brota por intereses inmobiliarios y muy pocas veces turísticos, al que le es indiferente si el próximo agosto habrá agua en los municipios o si las inevitables restricciones que se vienen sufriendo serán imputables de nuevo a las "pertinaces sequías" de antaño, amparadas ahora por la irracional intervención de especuladores urbanísticos ajenos al concepto de la sostenibilidad; concepto que es mencionado con escasa convicción y con grandes e irresponsables dosis de oportunismo en determinados círculos y discursos.

A luz de las carencias advertidas, cabe atreverse a sugerir objetivos sencillos para la política turística valenciana, pero alcanzables, que vayan afianzando un camino firme de consolidación de un modelo turístico que siga proporcionando réditos en el futuro, erradicando el pan para hoy y hambre para mañana, que es el riesgo principal del presente, aunque el mañana parezca distante, mas no lo es y podemos ya contabilizar las primeras frustraciones. La política turística que precisa el País Valenciano para enfrentarse a la realidad del turismo en la actualidad consiste en afrontar todo lo que no se ha hecho y se ha dicho que se ha hecho, más todo lo que se ha dejado de hacer. Así de sencillo. Lo que formalmente representa simplemente definir los objetivos que contribuyan a mejorar la competitividad del turismo valenciano, dentro de sus recursos, de sus capacidades y de sus competencias, obviando aquello para lo que no se dispone de ventajas competitivas y que a su vez se aleja de lo que sabemos hacer. Planificar los medios y los instrumentos para alcanzar esos objetivos. Y finalmente ejercer un simple control de las desviaciones en las que se pueda incurrir por la inevitable evolución del entorno. Algo tan sencillo como corregir los errores y no perseverar en los mismos, reduciendo signos de alarma como el provocado por la retrasada posición que ostenta el País Valenciano en el ranking autonómico por gasto medio diario de los turistas extranjeros (antepenúltimo lugar en 2002), según señala el nada sospechoso Instituto de Estudios Turísticos español. Ése es un dato y no una mera especulación interesada sobre lideratos incontrastables que tanto se prodigan en las declaraciones referidas al turismo. Y sin ingresos suficientes los atractivos turísticos se ven amenazados, dado que no se promueven las corrientes dinerarias que faciliten las imprescindibles inversiones y las inaplazables regeneraciones de los frentes más dañados del modelo turístico, que garanticen su competitividad futura.

Entre los objetivos que deberían regir una política turística creativa y susceptible de responder a los retos que se le plantean al turismo del País Valenciano, se contempla una actuación responsable alrededor de los condicionantes territoriales y de las capacidades reales de los espacios turísticos valencianos, que ponga el acento en los factores vinculados con el medio ambiente, en la sostenibilidad del modelo turístico y en la supervisión de las incursiones inmobiliarias que puedan resultar aniquiladoras de un litoral ya de por sí sobresaturado. A su vez cabrá hacer hincapié en un respeto con el naciente interior, que facilite su incorporación a la cultura turística sin incurrir en los errores cometidos en la costa. De igual modo deberá subrayarse una reorientación de las estrategias turísticas, que potencie lo autóctono en detrimento de un malentendido esnobismo en la explotación de los recursos turísticos. Y también se tendrá que insistir en la mejora competitiva de la oferta y de su conveniente diversificación, de tal forma que se avive la autenticidad de los diferenciados ámbitos (litoral, rural y urbano) que se conjugan en la extensa oferta turística potencial valenciana. Ojalá la Copa América ayude a corregir gran parte de estos déficits, aunque sin duda, como ha dicho Oriol Bohigas con el Forum 2004, seguro que urbanísticamente contribuye a resolver ciertas carencias de ciudad. Algo es algo.

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Vicente M. Monfort es profesor de la Universidad Jaume I de Castellón.

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