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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bella fue la revolución

Poeta antes de todo -enorme poeta épico y místico: sólo por Vida en el amor, sus Salmos y por Canto cósmico figura ya entre los grandes en castellano-, el nicaragüense Ernesto Cardenal pasará a la historia, también, como sacerdote revolucionario, con su sahariana verde, los pantalones tejanos y una boina negra tan iconográfica como la del Che Guevara, esta vez en otra de las revueltas sonadas del siglo XX: la que derrocó en 1979 al sanguinario dictador, protegido de Estados Unidos, uno más de tantos, Anastasio Somoza.

La revolución sandinista ha sido contada por muchas plumas -desde dentro, la mejor, la de Sergio Ramírez, ex vicepresidente del sandinismo, en Adiós muchachos-, pero ésta de Ernesto Cardenal, en su tercer tomo de memorias, es ciertamente soberbia. Cardenal fue el símbolo de los alzados contra la dictadura somocista, enviado sobresaliente a todas las naciones libres en busca de dinero y simpatías; vivió en primera fila la victoria y el Gobierno, como ministro de Cultura; y, en fin, fue sobre él contra quien arreció la ofensiva de la Iglesia romana, enemiga de los revolucionarios y aliada, finalmente con descaro, de la terrorista contra armada y financiada por la ultraconservadora presidencia de Ronald Reagan. Fue sonada la severa execración de Juan Pablo II contra los tres sacerdotes ministros sandinistas: Miguel d'Escoto (Exteriores) y Fernando Cardenal, el hermano menor de Ernesto y ministro de Educación. "O curas o ministros" era el ultimátum papal. "Es posible que esté equivocado, pero déjenme equivocarme en favor de los pobres ya que la Iglesia se ha equivocado durante siglos en favor de los ricos", replicó Fernando Cardenal, expulsado más tarde de los jesuitas y rehabilitado cuando los rescoldos de la revolución ya estaban apagados.

"Soldados derrotados de una causa invencible", opinó siempre el autor de Salmos, al que Roma prohibió todo sacerdocio. Lo supo el mundo por la famosa fotografía en la que se ve a Juan Pablo II reprender a Ernesto Cardenal en un viaje a Managua que acabó en tan gran trifulca política que llevó al Vaticano a ordenar la captura inquisitorial de otros muchos teólogos de la liberación. El capítulo que Cardenal dedica a ese poco cristiano episodio es principal en esta parte de sus memorias.

Es una gran suerte que el lector español tenga al alcance la práctica totalidad de la obra poética y política de este gran escritor. Se publica ahora la correspondencia entre el poeta nicaragüense y uno de los religiosos más sobresalientes y libres del siglo pasado, el trapense Thomas Merton, autor de un libro tan singular como La montaña de los siete círculos. Ernesto Cardenal fue su discípulo en la trapa de Getsemaní (Kentucky, Estados Unidos), antes de fundar él mismo, por consejo de Merton, su propia comunidad en Nicaragua. El carteo entre ambos, además de muy hermoso literariamente hablando, desvela claves no desdeñables para comprender un siglo tan tan poco edificante, y tan revoltoso, como el pasado.

Trotta. Madrid, 2003. 223 páginas. 11 euros.

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