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Columna
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La chapuza nacional

Resulta muy serio que una mañana desaparezcan cerca de doscientas personas por culpa de unos desalmados. La tierra se abre bajo los pies de millones de personas porque desaparece la seguridad en lo cotidiano y la búsqueda ritual del chivo expiatorio da la inesperada victoria a los otros. Sin embargo, nadie destaca o se atreve a mencionar que no han sido iraquíes ni gente de esa zona, sino marroquíes, los que por segunda vez atentan masivamente contra España; y que tampoco nadie menta la bicha de Perejil, Ceuta o Melilla. Por mucho Al Qaeda que se quiera de paraguas, nuestros problemas son más cercanos e inmediatos. Ya no es sólo Euskal Herria y Catalunya las que se levantan, el sur puede estallar. Ya puestos a ello, se podría reformar el Estatuto de Andalucía -¿qué mal hay en ello?- y propiciar su acercamiento a la soberanía alauita-. Y cerramos el problema.

Nos abrazamos, como Vázquez y Gallardón, ante la muerte, pero no ante la necesidad de un proyecto en común
El interés del PSOE por separarse del PP va a dificultar la aprobación de reformas que requieren el apoyo de los populares

No es tanto el problema de las tropas destacadas en Irak -que tampoco es una garantía estar bajo la bandera de la ONU-: evitemos todos los problemas. Cediendo Ceuta y Melilla a Marruecos seguro que no tendremos atentados islámicos durante al menos una generación. Es una propuesta que dejo para que algún candidato desesperado la recoja.

Porque si en esta dinámica interna se crecen los depredadores periféricos -CiU, PNV y BNG afirman que la falta de mayoría absoluta da "esperanzas" al nacionalismo-, ¿qué no harán los de fuera? Para colmo, demuestra tal diligencia el socialismo en separarse y distinguirse del PP ante los problemas que causan los nacionalismos -¿se dan ustedes cuenta de que si el nacionalismo es una lacra, en España tenemos varias?- que no le va a resultar nada fácil sacar adelante el abultado saco de reformas, algunas de rango constitucional, que trae Zapatero a sus espaldas. Porque su aprobación requiere el acuerdo del PP, que, por cierto, tiene mayoría en ese Senado que se quiere reformar. Probablemente la pugna interpartidista deje la nación hecha unos zorros (todavía más), y los nacionalismos periféricos puedan separarse rumbo a lo desconocido, porque entre todos nos hemos quedado sin nación común. Entonces los vascos descubrirán que la cantidad que se paga al Estado en concepto de Cupo salía del resto de los españoles.

Y otro factor más de preocupación. El nacionalismo vasco tiene que acelerar la marcha del plan hacía la soberanía antes de que ETA desaparezca de hecho y la gente deje de otorgarle credibilidad al sueño acrático del soberanismo. Porque si Ibarretxe saca adelante su plan, convoca un referéndum (que saldrá adelante porque nadie quiere problemas) y declara la independencia, ni siquiera haría falta que la Tesorería de la Seguridad Social dejara de pagar las pensiones a los jubilados vascos para demostrar que se ha llegado a esa meta soñada: no llegaremos a ninguna parte, sino al vacío. Sin una ETA que diga que somos independientes a bombazo limpio, no hay quien se lo tome en serio.

Así, la fabulosa marcha hacia la soberanía sólo habría servido para que el PNV arrample con los votos del mundo de ETA. Por eso ETA va a continuar, aunque sea con muletas, para demostrar que la independencia que se va a alcanzar va ser una independencia de verdad porque ella está presente.

Creía que la democracia iba a constituir una nación de ciudadanos, en la que la adhesión a la misma nos iba a librar del pesado yugo de ser los súbditos que hemos sido hasta hace demasiado poco tiempo. Nuestras adhesiones políticas se dirigen a lo folclórico, al terruño, a una cultura entendida de forma sectaria y que nos convierte en potenciales esquizofrénicos, adhesión al consejero regional que reparte subvenciones. No es una adhesión política, es una adhesión emotiva, cultural y del qué hay de lo mío, en cercanía a lo más próximo. Sobra España, sí señor; hasta que nos falte la Seguridad Social sobra España, hasta que nos falte la seguridad personal, sobra España. Quién sabe que la presencia política nacional en el marco internacional repercute en el desarrollo de la economía, eso quién lo sabe, pues sobra España. La diatriba política se ciñe en cómo se llega al poder para perdurar en él y dejar las buenas intenciones a las ONGs y al pensamiento religioso. La política y la nación sobra. Es una chapuza lo que tenemos.

Ante tal esperpento, sólo un abrazo (que no debiera producirse únicamente ante la masacre) ha dado esperanza de futuro: el que se dieron los alcaldes de A Coruña, Francisco Vázquez, y de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón en el homenaje a las víctimas del 11-M celebrados en el polideportivo Daóiz y Velarde (con perdón) en Madrid. Nos abrazamos ante la muerte y no ante la necesidad de un proyecto en común. Y no me salgan ahora con la lucha de clases, que la abandonamos en el veintiuno del pasado siglo, aunque nos la volvimos a creer durante la República.

Es necesario un abrazo nacional que haga posible las reformas compartiendo el futuro. Porque si no existe tal es preferible que vivamos recordando el que se dio durante la transición. Lo contrario sería fomentar la chapuza.

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