¿Es siempre bueno hablar del trauma?
El aspecto más doloroso de un trauma es, sin duda, revivir intensa y frecuentemente la experiencia. No se trata de un mero recuerdo, sino de unas vivencias que se agolpan en la mente y que vienen acompañadas de una intensa excitación. Cualquier estímulo relacionado con el trauma, ya sea interno, como un recuerdo, o externo, como un ruido imprevisto o una noticia de prensa, puede poner en marcha este proceso emocional. Por mucho que las víctimas se esfuercen por apartarlas de su mente, las vivencias vuelven una y otra vez, con más fuerza incluso.
Tratar de eludir y enterrar en el olvido una realidad intolerable para mantener el equilibrio emocional y la coherencia social es una reacción protectora natural. Por ello, el silencio y la distracción constituyen a veces una estrategia útil. La víctima prefiere no pensar en la experiencia y no hablar de ello con otras personas para no revivir el sufrimiento ni cargar a los demás con su drama. Además, a muchas personas tampoco les agrada escuchar esa experiencia y ni siquiera se atreven a preguntar abiertamente por ella. Así, hay veces en que los amigos, de quienes se esperan palabras de consuelo, tratan de hacer como si nada hubiera ocurrido, como si no hablar de la muerte le aliviara al superviviente del dolor de la pérdida. Por ello hay una tendencia natural en las víctimas a eliminar el horror del campo de la conciencia.
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La evitación mental de las vivencias negativas, junto con la implicación en actividades de distracción (el trabajo, una afición absorbente, dedicación a la familia, relación social, consuelo espiritual, etcétera), pueden contribuir a restaurar el equilibrio emocional. Asimismo el paso del tiempo puede ser también un buen aliado.
Sin embargo, no siempre ocurre así. Por ello, si las víctimas presentan síntomas de reexperimentación (pesadillas reiteradas o pensamientos o imágenes recurrentes) o conductas de ira más allá de los primeros meses después del suceso, la evitación constituye una estrategia contraindicada. En estos casos, el tiempo no lo ha curado todo por sí solo y el intento de olvidar los malos recuerdos ha resultado infructuoso. Si hay reexperimentación o irritabilidad manifiesta, se trata, en cierto modo, de un asunto no cerrado.
En estos casos pensar y hablar sobre el suceso ayuda a digerir emocionalmente el empacho emocional que una persona ha sufrido. Así, recordar y verbalizar lo ocurrido en un ambiente de apoyo facilita la transformación de las imágenes caóticas y fragmentadas del trauma, mantenidas en la memoria emocional, en sucesos ordenados espacial y temporalmente bajo el control de la memoria verbal. En cierto modo, se trata de poner nombre a lo que la víctima ha vivido y de guardar los recuerdos en el archivador correspondiente para que la persona pueda ejercer un cierto control sobre ellos. Es en este proceso de transformación de las vivencias en recuerdos y en la reintegración de éstos, ya digeridos, en la biografía de la persona cuando la víctima puede experimentar un alivio de los síntomas y una recuperación de la capacidad de control.
¿Cuándo es entonces adecuado hablar y compartir el dolor? La conveniencia del desahogo, a modo de ventilación emocional, depende en buena medida de las diferencias entre las personas. En general, las víctimas más extravertidas, acostumbradas a expresar sus emociones, pueden beneficiarse del relato de lo ocurrido, verbalmente o por escrito (cartas, cuentos, dibujos, etcétera). Hablar, expresar sentimientos y compartirlos con los seres queridos puede influir positivamente en este tipo de víctimas y ayudarles a soportar mejor la adversidad, así como reducir la secuelas y evitar la cronificación de las pesadillas. En estos casos no hay que poner velos a su dolor.
Pero hay otras personas, más bien introvertidas, que no tienen necesidad de hablar y de expresar lo que sienten ahora porque nunca lo han hecho. Por eso, es erróneo pensar que siempre es preciso prestar atención a lo que ha pasado y expresar los pensamientos y emociones negativas para disipar el dolor y afrontar fríamente la realidad. Si una víctima no necesita hablar y se le fuerza a hacerlo, puede llegar a experimentar el trauma por segunda vez.
En resumen, hablar del trauma es bueno para las personas que necesitan hacerlo, siempre que no se haga de forma reiterada para que no distraiga de la atención necesaria a los hechos presentes y futuros y no produzca rechazo en los demás. Pero para las que no lo necesitan, la disposición activa al olvido y la implicación en actividades gratificantes pueden ser suficientes: las nuevas vivencias tienden a debilitar a las antiguas. En uno y otro caso, de lo que se trata es de ofrecer un apoyo social y de que la víctima comience a recuperar la capacidad de sorprenderse y a mirar lo de siempre con ojos nuevos, a poner interés en las actividades que se hacen cada día y a fijarse unas metas concretas que es posible conseguir.
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