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Entrevista:MATANZA EN MADRID | Las víctimas

"Quiero conservar la cicatriz, me recuerda que tengo otra oportunidad"

Manuel Antonio Fernández-Villacañas, de alta tras salir del estado crítico, afirma que el atentado le obliga "a ser mejor con la gente"

"No quiero que se me quite la cicatriz de la cara. Así, la veré al afeitarme y todas las mañanas recordaré que la vida me ha dado una segunda oportunidad". Manuel Antonio Fernández-Villacañas acaricia la herida de la mejilla derecha. Es la huella más visible de la bomba que le dejó moribundo el 11-M. Pero no es la única.

"Esta segunda oportunidad no será para hacer nada especial. Será para tratar de ser mejor con la gente, para no fallarle, para no ser mezquino. Lo único que tengo claro es que mi relación con los demás será distinta", reflexiona. Este administrativo de 34 años que leía el As cuando su tren estalló en la calle de Téllez siente un agradecimiento profundo. Y quiere corresponder. "Aquella mañana vi cómo la gente se volcaba, tiraba cosas por las ventanas. Cuando me taparon, me di cuenta de que lo que había caído eran mantas. La gente que huía aturdida se daba la vuelta para ayudarnos. Había gente muy bien vestida que se quitaba su abrigo para cubrirnos".

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Gente en abstracto, pero también caras concretas. Como esa chica rumana con la que siempre bajaba en Nuevos Ministerios y que ese día le cuidó hasta que le evacuaron al hospital Clínico. Cuando pueda volver a trabajar, Manuel Antonio tomará el mismo tren de las 7.15 en Torrejón de Ardoz. Entonces se reencontrará con la que ya llama su "ángel de la guarda". Entonces, también, sabrá quiénes faltan. Como esa otra chica rumana que ha descubierto entre las Vidas rotas que han publicado periódicos como EL PAÍS y que él ha logrado leer algunas veces. "No me ayuda hacerlo, pero es gente que iba conmigo y quiero saber qué ha sido de ellos".

"¿Qué hizo que unos viviéramos y otros murieran?". Manuel Antonio no encuentra la respuesta. "Si fuera el azar sería muy triste", esboza. Siente que ha tenido suerte "por haber salido vivo después de haber estado muy cerca [de la muerte]". Llegó al hospital Clínico en estado crítico, con los pulmones reventados por la onda expansiva. Tras permanecer allí dos semanas (una de ellas en la Unidad de Cuidados Intensivos) disfruta de estar de nuevo en casa con su mujer y su hija de cinco años. Contento de vivir, aunque tenga un tímpano roto y los pulmones doloridos, pero también con la "punzada" de los que faltan.

Manuel Antonio se emociona al recordar a los muchos que se han preocupado por él también más allá de su propia familia: desde el director del colegio donde cursó EGB hasta uno de los máximos directivos de la patronal de perfumería donde trabaja, pasando por el personal sanitario, al que elogia hasta acabar con los adjetivos. Al volver a casa recibió la llamada del conductor de la ambulancia que le trasladó desde el polideportivo de Daoíz y Velarde. "Me dijo que estaba muy contento de que estuviera bien", cuenta con emoción.

A estas alturas, Fernández-Villacañas es experto en tener nudos en la garganta. Como el que se le puso al ver aparecer en la habitación del hospital a su admirado Joaquín Sabina. Un amigo había hecho las gestiones para alertar al cantante de que tenía un seguidor herido, y el artista no dudó en visitarle. Otro hizo llegar el mismo mensaje al Real Madrid: el equipo merengue tenía un forofo en la UCI. Y allí se fue el director deportivo, Jorge Valdano, provisto de una camiseta firmada por todos los jugadores. "Me pidió opinión sobre los próximos fichajes", recuerda con tono incrédulo.

Quizá a veces parezca un sueño, con trágicas pesadillas, pero ha sido verdad. Manuel Antonio pasó los primeros días en la UCI sedado y llorando. Sin poder hablar, sólo se tranquilizó el domingo por la tarde, cuando le dieron bolígrafo y papel y escribió una sola palabra: "¿Bomba?". Su padre asintió. Al día siguiente, una enfermera le dijo que el PSOE había ganado las elecciones. "Me di cuenta de que ya era lunes. Yo no pensaba votar, porque me gustaban Rajoy y Zapatero, pero no sus equipos. Me parece bien el castigo electoral a Aznar porque nos ha metido en un berenjenal, pero él no es el responsable del atentado. Aunque nos ha metido en un charco que no es el nuestro, el único responsable de las bombas es quien las pone", plantea.

Las heridas no le han hecho xenófobo: "No tengo ninguna manía a los marroquíes, sino todo lo contrario". "Los alcaedas son unos zumbados", sostiene este hombre que cada mes ahorra 50 euros. Con eso y lo que le devuelve Hacienda puede ir unos días a la playa con la familia. Ha decidido que en cuanto esté recuperado pasará un fin de semana con su mujer, Sandra, en París "para ver el Louvre". También se ha prometido cumplir otra vieja ilusión: ir con ella a Egipto. "La vida puede cambiar en un tris", advierte. Carpe diem.

Ahora que tiene "dos cumpleaños" (uno en junio y otro en marzo), Manuel Antonio sabe que llevará "la etiqueta de víctima del 11-M para siempre", la de "haber sobrevivido a una barbarie descomunal". Una cicatriz, aunque se borrara la de la cara. "Las cosas no pueden volver a ser igual. Si la gente mantuviera el espíritu de aquel día no haría falta nada", concluye.

Manuel Antonio Fernández-Villacañas, en su casa de Torrejón de Ardoz.
Manuel Antonio Fernández-Villacañas, en su casa de Torrejón de Ardoz.ULY MARTÍN

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