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Columna
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El epitafio

José Luis Ferris

De niño, mientras mi padre adecentaba el nicho de mi abuela y le colocaba un ramillete de crisantemos a ambos lados de la lápida, yo me distraía entre las tumbas leyendo con curiosidad todavía inocente los nombres, las fechas y ciertos epitafios que no entendía del todo. Uno de ellos, labrado sobre la piedra en el camposanto de Alicante, asaltaba furiosamente al más sereno con la sentencia "¿Qué miras? Fui lo que tú eres. Serás lo que ahora soy". Entiendo que hasta los finados tengan esa voluntad de originalidad que les preserve del olvido e incluso ese empeño en despertar sensaciones aún después de la muerte. Fieles a su carácter, los hay que recurrieron al sarcasmo -"Ahí os quedáis. No pienso echaros de menos"-, al eslogan demoledor -"Nací infeliz. Viví infeliz. La muerte fue mi alivio"- y otras frases parecidas. El escultor Cristino Mallo, muy aficionado a estos lugares, paseaba con frecuencia por los cementerios de San Justo, el de San Isidro y el de la Almudena de Madrid. Cuenta que en el de Vallehermoso se quedó prendado ante la inscripción de un nicho que decía: "El feto González. Sus padres no le olvidan". "Después de la guerra", comentaba el artista, "pasé por delante del mausoleo de don Juan de Pezuela, virrey del Perú, y resulta que vivía una familia dentro, durmiendo en los nichos. Un chico salió de allí a pedirme una peseta y me llevé un susto de muerte". Buñuel habla también de un cementerio en desuso en el que se encontraba la tumba de Larra. Una noche, tras darle diez pesetas al guardián, lo visitó con un grupo de amigos. "Veo entonces", comenta el cineasta, "un panteón entreabierto, bajo unas escaleras y distingo la tapa de un ataúd ligeramente levantada y una cabellera femenina sucia y reseca que asoma por la rendija... Aquella cabellera muerta iluminada por la luna (¿sigue creciendo el pelo en la tumba?) es una de las imágenes más sobrecogedoras que he visto en mi vida". No sabemos qué rezaba el epitafio, pero, la verdad, prefiero algo tan tierno y consecuente como ese "Disculpe si no me levanto" que mandó escribir Groucho Marx sobre el mármol que cubría su memoria, su puro y sus cejas apagadas.

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