Sergio vuelve a bailar 'house'
El joven cuya imagen fue una de las caras del 11-M cuenta su regreso a la vida normal
Sergio Gil, de 19 años, ya puede ver. El derrame que deformaba su rostro y ocultaba su ojo sólo ha dejado un pequeño lunar oscuro en su pupila derecha. Una cicatriz le surca el cráneo de oreja a oreja: le tuvieron que estirpar un coágulo de la cabeza. Entre las costras que las heridas le han dejado en las manos destaca un sello rojo y reciente de una discoteca. Está bien. Salió del hospital el pasado día 19 y ya ha recuperado su ritmo de vida normal. Un ritmo de música house. Su imagen dio la vuelta al mundo el 11-M. Apoyado en un árbol miraba su móvil con la cara ensangrentada.
"En la foto trataba de mandar un mensaje a mis padres", comenta sentado en la mesa de un bar de su barrio, Santa Eugenia, en el distrito de Vallecas. Sergio Gil, el Cerillas, no recuerda casi nada. Supone que estaría fumándose un cigarro en el espacio entre dos vagones para que nadie le dijera nada, porque es lo que solía hacer. Pero sólo se acuerda de que cuando llegó a la estación de Santa Eugenia, a las siete y diez de la mañana, vio su tren en la vía de enfrente y cruzó corriendo los raíles mientras pensaba: "¡Qué suerte, no tengo que esperar al próximo!". La siguiente imagen que le viene a la memoria es despertar en el hospital de la Fundación Jiménez Díaz. Una enfermera le preguntó si sabía por qué estaba allí. Respondió que no.
Pero aunque los recuerdos estén confusos en la memoria de Sergio, su madre, Elvira, sí recuerda cómo consiguió localizarle por teléfono. Sergio, como un autómata, contestó. Pero sólo podía repetir de manera inconexa: ¡Me ha pillado, me ha pillado!". En ese momento alguien le arrebató el móvil de las manos y le dijo a Elvira: "Su hijo está en el hospital de campaña del AVE". Su familia no pudo verle hasta las tres de la tarde. Pero a partir de entonces, con su mejor amigo, el primo Alberto, hicieron guardia permanente a la puerta de su habitación. Sergio recibió la ayuda de un guarda jurado y de una mujer anónima. Ellos le trasladaron hasta el árbol. Lo único que recuerda de ese momento es que alguien le rasgaba las mangas del jersey. Después, fundido en negro hasta la cama del hospital.
"No tengo pesadillas y me han dicho que no me van a quedar secuelas psicológicas", comenta con serenidad el chico. Sin embargo, asegura que "nunca más" montará en tren.
Sergio trabaja "de mozo" en el Banco de España desde hace cinco meses. Estará de baja "hasta agosto". El viernes, el ministro de Economía en funciones, Rodrigo Rato, le entregó una medalla al valor. "Es muy entero, muy fuerte", subraya su madre. En Semana Santa, se irán unos días a Castellón, "a la playa".
"Arriesgado e hiperactivo", como le define Elvira, Sergio ya tuvo un derrame en el mismo ojo dañado en los atentados. Se le metió una rama mientras montaba en bicicleta, una de sus pasiones. "Un grupo de aficionados a la bici me ha invitado a pasar cuatro días en San Antonio, en Ibiza", explica Sergio. No podrá aceptar la invitación: su hombro, roto, aún no ha terminado de soldar. La otra afición es bailar hasta la madrugada con su pandilla en discotecas como Macumba o Divino, en el distrito de Moncloa. Aún no tiene novia, pero según su madre, a la que no termina de agradar el trasiego que tuvo la fotografía, "con todo esto igual le sale". Ha recibido cartas de chicas que le quieren conocer. Incluso le han regalado un frasco de colonia y un polo.
El mismo móvil con el que aparece en la foto suena mientras Sergio recuerda los atentados. Como salvapantallas, la cara del fantasma de la película Scream fumándose un canuto y con la bandera jamaicana de fondo.
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