MARÍA IVANOVA STAIKOVA / La alegría del locutorio
Recuerdan los compañeros de trabajo en un locutorio telefónico que María Ivanova Staikova, búlgara de 38 años, era una mujer muy elegante, habladora, simpática, con un cigarrillo prendido en la mano, siempre dispuesta a tomar un café solo y a charlar con los muchos amigos que hacía. Recuerdan ellos y no su familia, porque llegó sola hace tres años y no tenía en España más que una prima lejana y una conocida de su pueblo, Karlovo. Había decidido sacrificar su vida y su puesto en un ministerio por sus dos sobrinas, a las que adoraba. Quería que estudiaran en Alemania. Como era la única soltera, acordó con su hermana que ella dejaría el pueblo y viajaría a España para encontrar un empleo que le permitiera ganar más dinero. Fue hace ya tres años.
Casi desde el principio encontró un trabajo cuidando niños en una casa. Primero vivió en el barrio de Usera, después se mudó con una amiga al de Ascao, al este de Madrid. Durante un año, simultaneó el trabajo con los niños con un empleo en una empresa de catering, donde la contrataban por periodos de tres meses.
Hasta que un día pidió al dueño de un locutorio cercano a su casa, el que utilizaba para mandar dinero y llamar a los suyos, que le ayudara a hacer un currículum. "Le dije que en su lugar hiciera una prueba aquí. Y se quedó", cuenta Juan Carlos Jiménez, el dueño del establecimiento, donde la recuerdan con mucho cariño. "Aunque tenía su carácter", dice Rosita, una compañera. "Era una mujer brava".
María se echó novio, también búlgaro, hace apenas mes y medio. La noche anterior al atentado celebraron juntos el Día de la Mujer Trabajadora. Él, Vladímir, vivía en Santa Eugenia. Ella decidió quedarse a dormir. A la mañana siguiente, por vez primera, tomó ese tren.
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