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Una democracia no tan joven

En un programa de la cadena británica BBC sobre la exhumación de los restos de quienes fueron fusilados y enterrados en cunetas y en fosas comunes, durante la guerra civil española, se hablaba de un asesinado ilustre, de Federico García Lorca, y se comentaba que este asunto aún hoy seguía siendo tratado, en nuestro país, de manera oscura y vergonzante, como si fuera algo que más valía no remover. El periodista de la BBC quiso explicar a sus oyentes la causa del malestar, y entonces dijo que "España es aún una joven democracia".

Esa sentencia proveniente de la vieja democracia británica era justa hace un mes, cuando dicho programa fue emitido. Hoy, después de las elecciones del 14 de marzo, creo que no lo es tanto.

En las elecciones municipales y autonómicas del año pasado, muchos ciudadanos se quedaron estupefactos por la falta de consecuencias políticas que tuvo el gran rechazo por la participación de España en la guerra de Irak. Esa sí que era una muestra de juventud democrática, porque era evidente que no todos los manifestantes tradujeron entonces su descontento en las urnas. Manifestarse es fácil y festivo, es grupal y contagioso, no moviliza la palabra ni la argumentación, sino el canto y el grito, es una acción colectiva y es, en definitiva, joven. Por el contrario, ir a una urna no se hace con los amigos, ni con los colegas, ni con los compañeros; es una acción solitaria y silenciosa, y por ello tiene más de reflexión, es una demostración de la puesta en práctica de la razón, es un gesto adulto.

Ese es el gesto adulto que esta vez hemos hecho. Como sucede en las novelas de aventuras en las que los protagonistas realizan un viaje que resulta ser iniciático, nosotros también hemos vivido algo semejante. Hemos franqueado la línea de sombra que separa al joven espontáneo, irreflexivo y algo fanático, de la persona adulta que se decide a cargar con su responsabilidad. Hemos superado la desconfianza hacia la política que se manifiesta en la afirmación de que votando no se arregla nada. Lo hemos hecho presionados por una situación dramática, es verdad, pero ninguna circunstancia histórica lleva en sí inscrita su resolución futura, como si de la aplicación de una ley científica se tratara. Queríamos que las cosas cambiaran, e impulsados por el momento queríamos hacer algo, podríamos haber optado por otras cosas, pero decidimos votar.

Habrá más de uno que ya ahora nos está esperando para anunciarnos lo mal que nos van a ir las cosas por habernos atrevido a dar ese paso. Como muchos votos de izquierdas pertenecen a quienes no votaban desde hace tiempo, o a quienes decidieron ejercer eso que se llama aquí "voto útil", ya empiezan algunos agoreros a insinuar maliciosamente que habrá promesas incumplidas.

La denominación "voto útil" es desafortunada porque hace alusión a "ser utilizado" o peor aún a "ser un tonto útil". Sería mejor hablar de "voto táctico" y entender que en el fondo todos los votos son tácticos -o deberían serlo. Nos aproximaríamos así a una concepción más laica de la política: no considerar que votar es una declaración de adhesión inquebrantable, no tener fe en los dirigentes y no creer que hay que silenciar los desacuerdos. Sólo así, siendo conscientes de que nuestros votos son laicos y tácticos, un desengaño será tan sólo un revés y no una caída en el abismo, un arrepentimiento por haber depositado alguna vez esperanza en los procesos democráticos. Sólo así también estaremos declarando que votar no significa delegar nuestra capacidad crítica.

Algunos ciudadanos han gritado delante de la sede del PSOE, dirigiéndose al futuro presidente del gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero, "no nos falles". Muchos, sin duda, lo estarán diciendo en su corazón. Las dificultades del momento actual -tanto a nivel interno como en la política exterior- son inmensas y a nadie se le ocultan. Tenemos una sociedad compleja y plural, en desarrollo y moderna, dentro de un mundo de equilibrios inestables. Y la democracia no es la solución, es el marco en el que los problemas se hacen patentes, es un modo de abordarlos. El buen político en una democracia es aquel que evita los problemas irresolubles y soluciona los problemas inevitables. Espero que dispongamos de políticos de esa talla, como ha demostrado ser el presidente de la Generalitat de Cataluña, Pasqual Maragall, en estos últimos tres meses, como demostró serlo José Luis Rodriguez Zapatero durante los días posteriores al atentado en Madrid.

Pero deberíamos decirnos a todos nosotros, y enseñar también a esos millones de jóvenes que han votado por primera vez, que los ciudadanos tampoco debemos fallar. Hemos dado el paso, hemos entrado en una fase más adulta de la democracia y en ésta se debate, se analiza, se cambia el voto según las circunstancias, se está atento a lo que pasa, se participa. No nos fallemos, y todos habremos ganado.

Maite Larrauri es filósofa.

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