De la radio al gallinero
Un congresista republicano dijo en el Capitolio que si Zapatero retira las tropas de Irak su idea de que los españoles somos valientes va a cambiarla por la contraria: los españoles somos cobardes.
Lo oí en el programa de Iñaki Gabilondo, al salir de la ducha, y aunque los de la radio advirtieron que esas declaraciones del congresista norteamericano tenían un colofón de estilo entre yuyero y yanqui, no lo esperaba así. El congresista añadió que lamentablemente habíamos arruinado la imagen del español torero, un matador en la plaza que desafía todas las cornadas. O lo que es lo mismo: el español era una gallina cagadita de miedo.
Yo he vivido varios años en los Estados Unidos durante el mandato del actor Reagan y después del padre del actual presidente. Así que no me extraña en absoluto esa ni otras simplificaciones. Mas bien agradezco la retórica en cuestión porque prefiero ser asimilado al reino de las aves de corral que al de las fieras y sus exterminadores en el ruedo. Diría más: tengo cuatro gallinas y doy fe de que son extraordinariamente valerosas, incluso intrépidas en determinadas ocasiones, eso sin contar que diariamente ponen cada una un huevo a cambio de muy poco.
Las gallinas ayudaron a Forsyth y a Orwell, sobre todo a Orwell. Inspiraron a poetas y a músicos (recuerdo a Lluís Llach). Y a mí, hoy por hoy me alimentan. En ningún momento las mataré.
Nada más oír al congresista por la radio me dirigí al gallinero, que está en el bancal de arriba, para confirmar que mis gallinas seguían siendo sabias y prudentes, y no torpes y pusilánimes. Las gallinas me miraron extrañadas de que fuera a visitarlas tan temprano. Una ya estaba poniendo un huevo y las otras tres aguardaban a que terminara ésta para hacer por riguroso turno exactamente lo mismo. El gallinero es espacioso y no se parece en absoluto a la vergonzosa jaula de Guantánamo. Las gallinas reciben visitas de infinidad de pájaros que acuden a compartir el grano. También se llevan perfectamente con dos gatos que suelen meterse en el gallinero y pasan, mas de una vez, la noche con ellas. Incluso mantienen una buena relación con los dos perros de mi vecino que las observan desde el otro lado del camino. O quizá las protegen. Algo mas lejos, pero siempre a la vista, hay tres caballos y un burro. Había una yegua que se llamaba Manchas pero al vecino se le murió. Entonces las gallinas pasaron unos días tristes. Los perros del otro vecino también parecían tristes. Y creo que los pájaros y los gatos por algo se escondieron. Alguien de por aquí que entiende de animales me dijo que eso era normal: "No piense usted que las gallinas son estúpidas y no se enteran de nada. Si ocurre algo importante lo saben. Y si ahora hubiera un temblor de tierra, las gallinas nos avisarían porque lo presienten, ya lo verá usted. Una gallina es mucho mas que una gallina".
Algo parecido me dijo hace años el escritor Frederick Forsyth cuando el autor de Chacal vivía, para evadir impuestos en Inglaterra, en una casa de campo en la Marina Alta. Fui a entrevistarle y me recibió a las puertas del gallinero, un gallinero más grande y con más gallinas que el mío, y nada mas verlo allí se me ocurrió el título de la entrevista: Forsyth con sus gallinas. Se puso a darle comida a las gallinas y luego les dejó que se subieran al techo del Rolls-Royce que estaba cubierto de cagarrutas. Y Forsyth se mostraba encantado. Nos hicimos amigos. Habíamos nacido el mismo año y casi el mismo día del mismo mes. Por eso me dijo: "Debe usted hacer la prueba y tener gallinas, créame, no se arrepentirá porque las gallinas son buenas interlocutoras. Si me atasco al escribir, me vengo a pasar un rato con las gallinas y entonces se me ocurre cómo salir del atasco". A veces Forsyth lo hacía en voz alta. Hablaba con sus gallinas. Y ellas cacareaban como si repitieran un párrafo, y al oírlas la mente del escritor se desbloqueaba.
De manera que yo dejé a Iñaki con el congresista en el cuarto de baño y fui a contarles a mis gallinas lo que había oído. Tuve que empezar desde el principio. Que ha ganado Zapatero. Que las tropas volverán a casa dentro de tres meses. Que existe en Guantánamo un gallinero que, si ellas lo vieran, se pondrían a temblar. Este gallinero es un palacio. Y les conté lo de los atentados. Pero también que la invasión americana era ilegal. Y por fin les puse al tanto de que el gobierno nos estuvo contando el cuento del gallo Kirico. Y ellas, las gallinas, me escuchaban con atención y se acercaban a la tela del gallinero y empujaban la puerta que, naturalmente, yo les abro por lo menos una vez al día para que salgan y se sientan libres, y lo hice y salieron a picotear por el campo hasta que al anochecer regresaron a su gallinero, como siempre, sin decirles nada. Vuelven no porque tengan miedo sino porque saben que allí están mejor que fuera, y que si luego cierro la puerta cuando es del todo oscuro, ellas cacarean levemente para darme las buenas noches, para que sepa que las cuatro están sanas y salvas. No son tontas. Ni cobardes. Son prudentes. Agradecen el agua limpia, y la limpieza del gallinero donde ponen sus huevos que son, para qué decirlo, de verdad, de los de antes de todas las guerras legitimas e ilegítimas.
No sé qué ocurriría si mis gallinas vieran la televisión. No puedo ni imaginarlo. No les dejo que bajen del bancal donde ellas viven tan a gusto al bancal donde vivo yo demasiado atormentado. Si oyeran la radio enloquecerían. Y ya sabemos lo que puede ser una gallina loca. Es algo muy triste, más triste su locura que la locura de cualquier otro animal.
Soportamos a políticos locos, escritores locos, terroristas locos, militares locos, veterinarios locos y toreros tan locos como temerarios, o incluso mas. Pero, ¿unas gallinas dementes? ¿por qué también unas gallinas dementes? No lo merecen. No tenemos ningún derecho de enloquecer a estos animales con nuestras propias locuras. Las gallinas ayudaron a Forsyth y a Orwell, sobre todo a Orwell. Inspiraron a poetas y a músicos (recuerdo a Lluís Llach). Y a mí, hoy por hoy, me alimentan. También a los buenos amigos cuando me visitan. Debe quedar claro que en ningún momento las mataré. Ellas lo saben. Dejaré que vivan felizmente sus vidas hasta el final.
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