14-M, tempestad y mar de fondo
Dios no juega a los dados con la física y los electores no juegan con su voto. El resultado del 14-M es coherente con el de... 1996 y anteriores. Las elecciones atípicas fueron las de 2000. Como se ve en el cuadro adjunto, entre las elecciones de 1996 y 2004 hay continuidad, pese a los ocho años transcurridos. En marzo de 2000 se abstuvieron aproximadamente 2.750.000 votantes de izquierda, que en 1996 habían votado al PSOE (1.500.000) o a IU (1.260.000). Esa fue la clave del resultado de 2000, el reparto de escaños produjo la mayoría absoluta del PP, que incrementó sus votos en 600.000 -en parte procedentes del PSOE, sin duda-. Estos abstencionistas de izquierda determinaron las estrategias electorales de 2004. El PP pretendía que no se movilizasen, con una campaña plana, presentando a Rajoy como un gestor. El PSOE intentó movilizarlos con el mensaje de que agrupando el voto útil de izquierda era posible ganar al PP. La eficacia de las campañas electorales siempre será debatida. Pero en Europa Occidental el peso de los partidos es tan determinante que los ciudadanos van decidiendo de forma continua su voto, la campaña electoral sólo moviliza minorías, que pueden ser decisivas.
Fueron horas decisivas que se tradujeron en una corriente de opinión contra el PP
La legislatura 2000-2004 fue convulsa. El proceso de decisión que llevó al resultado del 14-M duró hasta el último minuto, pero los realineamientos empezaron en 2002. Los barómetros trimestrales del CIS permiten analizar la evolución de los apoyos a los partidos y de la opinión sobre la situación del país y los actores políticos. Sus datos (no sus estimaciones) revelan que desde el primer trimestre de 2002 la mayoría absoluta del PP no era posible y que el clima político se enrarecía. La reforma del mercado de trabajo y la posterior huelga general mermaron la intención de voto del PP, que no se recuperaría hasta la designación de Rajoy como candidato. Y como puede apreciarse en el gráfico, la intención de voto del PSOE se situó durante 2002 por encima de su resultado en 2000, a la altura del de 1996, es decir, aproximadamente 9.500.000 votos.
Este gráfico pone sobre la pista de lo que sucedió entre el 11 y el 14 de marzo. En abril de 2003, bajo el impacto de la guerra de Irak, se registró una intención de voto al PSOE del 33,5% (de la muestra, es decir) sobre censo, casi exactamente el voto que consiguió el 14 de marzo, 32,6% sobre censo (no sobre voto válido). El deterioro de los indicadores sobre la situación política -no la económica-, la (des)confianza en Aznar, la valoración del Gobierno, etcétera, hacían pensar que el ciclo electoral que se abría entonces estaría sujeto a serias incertidumbres (¿Va a cambiar la mayoría?, Investigación y Marketing, marzo 2003). Lo sorprendente fue la evolución posterior. Aunque los indicadores de malestar con el Gobierno se mantenían, los apoyos que se habían volcado sobre el PSOE en abril de 2003 se habían volatilizado en mayo. La opinión pública desarrolló en esos meses un discurso muy ácido sobre la oposición (datos del CIS y de otros medios). Las últimas encuestas de campaña electoral coincidían en que la distancia entre los dos partidos mayoritarios oscilaba entre un 5% y un 2,5%, con tendencia a estrecharse. Nunca sabremos qué hubiera ocurrido sin la tragedia del 11-M, pero parece que la distancia entre los dos grandes partidos no sería excesiva.
El 11-M desencadenó un tenso proceso de toma de decisión en aproximadamente millón y medio de personas, condensado en pocas horas. Todos acudimos a la urnas aturdidos, pero para estos ciudadanos fueron horas decisivas que se tradujeron en una corriente de opinión que se abatió contra el PP. El atentado revivió la guerra de Irak, y la forma cómo el Gobierno gestionó la información en aquellos tres días, que cambiaron la historia de España, hizo surgir la desconfianza en un caldo de cultivo propicio (en enero de 2004 el 33,6% de los españoles tenía confianza en Aznar pero el 60,2% tenía poca o ninguna. CIS). El "¿quién ha sido?" de las manifestaciones del 12 y las concentraciones espontáneas ante las sedes del PP del 13 eran la punta del iceberg de esta corriente de opinión. Se reprodujo el impulso de agrupamiento en torno al PSOE de un año antes, como opción más útil contra el PP. Es plausible suponer que este millón y medio de votantes eran los abstencionistas de 2000 que en 1996 habían votado IU, más algunos nuevos votantes. Y puede pensarse también que esta corriente de opinión retiró el apoyo al PP de unos 700.000 electores, que se abstuvieron o votaron al PSOE en escasa cantidad.
En suma, aunque el proceso de decisión fue en extremo convulso los resultados reflejan la estabilidad de los alineamientos políticos de los noventa. Hay otras novedades el 14-M. La división en dos mitades algo desiguales del nacionalismo catalán. La paulatina concentración del nacionalismo vasco en el PNV. El constante incremento de la abstención activa (668.000 votos nulos y en blanco), que se ha convertido en la quinta fuerza en votos (por encima de ERC), duplicando casi los de 1996, aviso sobre la opinión que merece la calidad de la política que se hace en nuestro país.
Sobre el mar de fondo del descontento con la agresividad con que el PP manejó la mayoría absoluta, el 11-M desencadenó una tempestad que produjo la tormenta perfecta, justo lo que la estrategia electoral del PP quería evitar.
José A. Gómez Yáñez es profesor de Sociología en la Universidad Carlos III de Madrid.
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