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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Los funerales por las víctimas del 11-M

Las lágrimas de la familia real

Los Reyes y sus hijos, en un gesto espontáneo, recorrieron la nave central de la catedral de la Almudena para consolar a los familiares de las víctimas del 11-M

Mábel Galaz

El primer gesto lo tuvo el Rey. Entró a la catedral de la Almudena seguido de toda la familia real; se inclinó ante el altar central y luego se giró y, esta vez, inclinó la cabeza hacia la nave central donde se encontraba el millar de familiares de las víctimas del 11-M. A su lado, la Reina y, cerca, don Felipe, con su prometida, Letizia Ortiz, los duques de Lugo y los de Palma de Mallorca. Todos vestían de riguroso luto. Sus semblantes mostraban dolor y emoción. Los Reyes tenían ante sí por primera vez, como millones de españoles a través de las cámaras de televisión, los rostros del dolor. Eran los rostros de las familias de los muertos en los atentados del 11 de marzo.

Hasta ese momento, nadie conocía sus caras. Algunos se acercaron aquel día de barbarie hasta la morgue improvisada en los pabellones del recinto ferial para identificar los cadáveres. Otros, en cambio, prefirieron hasta ayer vivir en privacidad su dolor.

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El silencio era denso. Sólo de vez en cuando se escuchaba algún sollozo, algún suspiro, algún llanto. Entre las familias, muchas manos unidas, muchos gestos de apoyo de unos con otros.

Doña Sofía era la más cercana a la nave central, quien veía más de cerca la imagen rota de aquellas familias y la que antes comenzó a establecer gestos cómplices con ellos, gestos con los que intentaba mitigar el dolor. Cuando la misa estaba a punto de comenzar se oyó un grito desgarrador en contra del presidente del Gobierno. Era la voz de un hombre. Nadie le secundó y a nadie le sorprendió aquel desahogo.

Durante la homilía, cuando monseñor Rouco Varela se refirió a las víctimas, al dolor de sus familias, y condenó los asesinatos, en los bancos hubo más lágrimas. Las televisiones dispuestas por toda la catedral llevaban a un primer plano las caras de los dolientes. Nunca en un funeral hubo más dolientes que asistentes como ayer en la catedral de la Almudena; tampoco tantas lágrimas juntas por la misma herida.

En el momento de la paz, las familias se unieron en abrazos y gestos de consuelo. Los Reyes se dieron la mano y luego besaron la de Rouco Varela. La gente esperaba que don Juan Carlos y doña Sofía se acercaran, pero no había llegado el momento. En la Eucaristía, los Reyes se sentaron y observaron cómo por el pasillo de la nave central, las familias se acercaban a comulgar. Una mujer vestida con una gabardina de color marrón, al regresar a su sitio, pasó al lado de doña Sofía y no pudo reprimirse: se puso de rodillas ante ella y le besó la mano. La Reina estalló en un llanto. A su lado, el Rey sacó de un bolsillo un pañuelo blanco y se secó los ojos.

No eran los únicos ojos húmedos que se descubrían entre los bancos destinados a los invitados de las casas reales y a los representantes de los Gobiernos. Cherie Blair tomó de la mano a su esposo, Tony, el primer ministro británico, que se encontraba en la parte derecha del altar central. En la parte izquierda, en primera fila, los miembros del Gobierno, con José María Aznar al frente. Aznar no derramó una lágrima, pero le costó levantar la mirada del suelo, como a su mujer, Ana Botella, descruzar los brazos.

Rouco Varela pronunció unas últimas palabras de aliento a las familias y dio por concluida la misa funeral. El templo se puso en pie. Y, entonces, los Reyes comenzaron el recorrido del dolor. No estaba previsto aquel gesto. El protocolo no sabía de él. Pero los Reyes querían estar con las familias.

Doña Sofía dio su chal a un ayudante y se cruzó su bolso en bandolera para tener las manos libres. Quería abrazar y besar a todos sin obstáculos.

Don Juan Carlos se ocupó de los bancos de la derecha, doña Sofía, de los de la izquierda. Fueron uno a uno dando manos, estirándose y poniéndose de puntillas para llegar hasta aquellos a los que la distancia les separaba. Apenas había palabras. Las miradas lo decían todo. "Siento su dolor", se le oía decir al Rey. "¿Cómo estáis?", preguntaba la Reina. Había familias que se abrazaban a los Reyes, otros que por el contrario sólo se atrevían a darles la mano y algunos incluso esperaban a que don Juan Carlos y doña Sofía buscaran las suyas.

A los Reyes se les unieron en seguida don Felipe y Letizia Ortiz; doña Elena y su esposo, Jaime de Marichalar; y doña Cristina y su esposo, Iñaki Urdangarín. "¿Ellos sí están aquí, pero dónde están los demás?", se le oyó preguntar a más de algún familiar.

El Gobierno y el resto de autoridades observaban en pie el cariño de los Reyes hacia las familias y de nuevo las pantallas de televisión, situadas en el templo, mostraban lágrimas y dolor. Pero nadie más se acercó hacia la nave central. Don Felipe se abrazó a una abuela que perdió a su nieto: "Era tan guapo como usted", le dijo. Otra mujer le mostró a Letizia una foto de su hijo muerto. "Gracias por su consuelo", le dijo un hombre a la infanta Cristina, deshecha por lo que veía. "Espero que les sirva de algo", le respondió. Al final, doña Cristina no pudo más y se abrazó a su esposo. "Es terrible...", se le oyó decir.

La infanta Cristina llora al abandonar la catedral de la Almudena después del funeral.
La infanta Cristina llora al abandonar la catedral de la Almudena después del funeral.REUTERS
El príncipe Felipe y Letizia Ortiz. A la derecha, la infanta Elena y su esposo, Jaime de Marichalar.
El príncipe Felipe y Letizia Ortiz. A la derecha, la infanta Elena y su esposo, Jaime de Marichalar.GORKA LEJARCEGI

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Sobre la firma

Mábel Galaz
Fue la primera mujer en pertenecer a la sección de Deportes de EL PAÍS. Luego hizo información de Madrid y Cultura. Impulsó la creación de las páginas de Gente y Estilo. Ha colaborado con varias cadenas de televisión y con la Cadena Ser. Ahora escribe en El País Semanal.

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