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¿Osama ministro?

Ésa es la amable propuesta que hace el remitente de un SMS que ha aparecido en mi móvil: agradeciendo los servicios prestados ZP hace al saudí ministro del interior. Resulta evidente que con amigos así el PP no necesita enemigos: algunos de sus propios votantes están dispuestos a apuñalarlo. Me parece que algunos votantes del PP debieran aprender del talante de D. Mariano, al menos si quieren conservar la oportunidad de llevar al señor Rajoy a La Moncloa antes de que críen pelo las ranas. Es evidente que algunos tienen mal perder, y que ese defecto se agrava cuando el resultado electoral aparece como inesperado. Pero ¿era en verdad tan inesperado? Yo me inclinaría a creer que no. Que en contra de lo que se está diciendo el bárbaro atentado de Madrid ha tenido menos influencia de lo que parece, aun cuando esa influencia haya resultado capital.

Desde finales del pasado año el PSOE había arrebatado la iniciativa política al Partido Popular con la sucesiva presentación de propuestas programáticas que habían cogido a los conservadores con la guardia baja, y aunque el señor Carod brindó al Partido Popular la oportunidad de arrinconar a los socialista la sobreactuación de los dirigentes conservadores tuvo en 2004 el mismo efecto que en las autonómicas vascas de 2001: neutralizar su ofensiva y potenciar al adversario. Sin la feroz campaña del PP Esquerra no estaría donde la han puesto los electores, cosa que en su día advirtió lúcidamente el señor Piqué: la mitad de las ganancias de ERC consiste en escaños del PP y la otra mitad de CiU. Brillante. Pero no era eso lo más importante. Desde el otoño las encuestan solventes muestran una leve pero constante tendencia a la baja del PP y un mantenimiento con muy leve tendencia al alza del PSOE: unos suben y otros bajan. Eso en un sondeo no es preocupante, cuando tiene continuidad y configura una tendencia sí lo es. A la postre el empecinamiento contra el tripartito estaba llevando el agua al molino del tripartito. Habría que reformular el refrán: el popular es al animal que tropieza no menos de tres veces en la misma piedra.

Además tanto en voto decidido como en voto en más simpatía, es decir con los datos demoscópicos brutos o levemente aliñados, las diferencias eran muy cortas y su magnificación producto de una cocina no precisamente previsora. Por ende las encuestas solventes registraban una marcada tendencia ascendente de la imagen del señor Zapatero, lo que en una política fulanista como la nuestra era todo un síntoma. A mayor abundamiento en el año precedente las opiniones favorables al gobierno saliente habían pasado de la mayoría absoluta a poco más de un cuarto y aunque los encuestados manifestaban que a su juicio el ganador de la elección sería el Partido Popular, constituían una mayoría creciente (poco menos que absoluta desde febrero) quienes preferían un gobierno del PSOE. En conjunto los indicadores mostraban una demanda creciente de alternancia política, demanda que se podía materializar o no. Y entonces llegó la campaña.

Confieso que con el precedente de mayo no esperaba lo que pasó. Mientras que el PSOE hacía una campaña discreta, que contrastaba marcadamente con la muy deficiente de las municipales y autonómicas, los mismos que en mayo habían hecho una campaña de libro, digna de figurar como modélica en un manual de marketing político, en febrero estaban haciendo una campaña penosa que iba a remolque de la socialista, dando la impresión de esconder al candidato y dejando a la competencia el monopolio del muy popular item de los debates. Nada de extrañar tiene que las tendencias marcaran una reducción progresiva de las distancias, que quedaban en niveles próximos al margen de error al comenzar la última semana de campaña. Y llegaron las bombas.

Tengo para mí que fue un error no haber interrumpido la campaña al irrumpir en la escena la desgracia pública que habilita para el estado de alarma y aplazar la votación dos semanas, hasta que el impacto emocional se hubiere suavizado y la autoría hubiera podido ser pacifica y fehacientemente determinada. Pero no se hizo así. En principio todos pensamos que la responsabilidad era de ETA, todos, hasta el lehendakari, y algunos pensábamos, además, que de confirmarse el dato el reflejo a favor de la seguridad que el atentado iba a provocar nos conduciría a una reedición de la mayoría absoluta saliente. No ha sido así, y la mala gestión de la crisis por el gobierno condujo al resultado que todos conocemos. El vaso de la alternancia estaba lleno hasta al borde y la gota de la mala gestión produjo el derrame y con él el vuelco de la situación.

Me guardaré muy mucho en afirmar que el gobierno ocultó información y trató de manipular el suceso pro domo sua en tanto le fue posible. Constato que si fuere así el intento estaba llamado al fracaso: hoy puede ver la BBC o TV5 cualquier hijo de vecino, y si fuere así la reacción sentimental del electorado estaba plenamente justificada: el gobierno popular merecía perder y la viñeta de Le Monde caracterizando al señor Aznar de Pinocho estaría plenamente justificada. El oportunismo ratonero no habría pagado. Si no fue así, si el gobierno trasmitió la información que disponía y actuó rectamente, como sostienen sus más destacados miembros, peor, porque el gobierno perdió por transmitir una imagen falsa de manipulador oportunista, es decir, perdió por incompetencia. A la vista de la penosa campaña realizada casi me atrevería a apostar por esta segunda posibilidad.

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A la postre si el atentado no volvió a los indecisos a favor de la seguridad de una gobierno "fuerte" e inclinó a una amplia participación que favorecía a la izquierda las causas remotas hay que encontrarlas en una política exterior impopular en combinación con un estilo de gobernar caracterizado por la arrogancia y la exclusión. Y ya decía Francesc de Carreras que la arrogancia es mala porque ciega el entendimiento y lleva a la producción de errores. El resultado ha sido desde luego inesperado, pero a la vista de los antecedentes no era desde luego inesperable: había una demanda social de cambio que el atentado y su mala gestión hicieron emerger. Por eso no es probable ver a Bin Laden en el ministerio. Laus Deo.

Manuel Martínez Sospedra es profesor de Derecho de la Universidad Cardenal Herrera-CEU.

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