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Columna
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Zoco geométrico

El ámbito de la galería bilbaína Bilkin ha cambiado de faz momentáneamente. El suelo se ha cubierto con una textura de azabachado color. A dos de las paredes las visten de arriaba abajo dos murales, donde un mismo módulo de forma capsular -y representado con la variante de cuatro colores-, discurre en enfilado orden posicional, alterado únicamente por el juego combinatorio de la tetralogía colorativa.

Sobre esa transformación ambiental se exhiben los cuadros. Como no podía ser menos, unos cuadros van colocados besando el techo y otros se alinean en dos filas a la altura de los ojos. Mención aparte merece la pieza de grandes dimensiones (al modo de un tríptico), que viene a ser lo primero con lo que se topa el espectador.

Tras esa puesta en escena, bien acogida por su ruptura con lo rutinario, viene el estudio pormenorizado de lo que Ismael Iglesias (Durango, 1974) ha querido mostrarnos. A sus trabajos los denomina Hypermedia dreams (o sea, sueños hipertecnológicos). Obviamente, su origen proviene del universo del ordenador y la tecnología. Traducido al lenguaje visual del espectador lo presentado posee una gran afinidad con el mundo de las formas geométricas...

Encontramos un exceso de vías por donde discurren la mayor parte de las obras. Las innumerables propuestas parecen substanciarse en un zoco geométrico, cuando no en un embarullado mercado persa de ideas, por más que en muchas obras se juegue con las formas circulares -ya en círculos simples o en círculos concéntricos con más o menos intensidades volumétricas- insertadas en unos cuadros y en otros.

Es decir, que obras de distinto signo tengan alguna forma común condigna -por mínima que fuere-, que las haga de equivalente filiación. Como hay una figura, representada por un distorsionado paralelepípedo irregular, que aparece en cinco de sus obras (dos en el tríptico), entre otros ejemplos recurrentes.

Se perciben algunos ecos que vienen del op-art, y de la obra del injustamente olvidado Richard Mortensen, sin excluir la influencia de Luis Gordillo en este artista. Prueba clara esta última en el tríptico, al punto de ser lo más logrado de la pieza, y aún de toda la exposición.

Respecto al hábito de poner los títulos de las exposiciones en inglés (como si los artistas estuvieran de vuelta después de vivir una temporada en Nueva York), empieza a ser tan bobalicón y manoseado, que el primero que titule en senegalés, por ejemplo, habrá que nombrarle chanciller de la originalidad.

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