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Reportaje:MATANZA EN MADRID | Víctimas

Hablando de Sanaa

La familia de la marroquí de 13 años fallecida el 11-M se reúne en Tánger para compartir sus recuerdos

La última noche que vivió Sanaa Ben Salah fue una niña feliz. Cuando se fue a la cama, ya tarde, lo hizo especialmente contenta: había terminado los deberes escolares y el Real Madrid, su equipo, acababa de eliminar al Bayern de Múnich de la Liga de Campeones. Sanaa tenía 13 años.

"Los exámenes del segundo trimestre de 2º de la ESO los llevaba muy bien preparados", recuerdan sus tíos Ahmed Oulad Alí y Fatiha, con los que esta niña marroquí vivía en Alcalá de Henares. Dicen que para ella estudiar era lo primero. Quería ser veterinaria.

Después del partido de fútbol, Sanaa y su tía Fatiha, de 29 años, se quedaron "bromeando sobre lo guapo que es Casillas" y "lo bien que juega Zidane". Ahmed no estaba en casa: tenía jornada nocturna en la empresa de construcción donde trabaja. "Eso me salvó la vida, porque Sanaa y yo íbamos siempre juntos por la mañana, en el mismo tren", relata.

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Antes de irse a dormir, Fatiha se interesó por "la alegría desbordante" que mostraba la niña últimamente. "Se ponía sus mejores vestidos y los zapatos recién estrenados para ir al colegio. Yo se lo reprochaba. Pero ella insistía y se reía. Es como si presintiera que algo iba a ocurrir".

La mañana del jueves 11-M, Sanaa se levantó exultante a pesar de haber dormido muy poco. Salió corriendo de casa para coger el tren de las 7.10. Pero antes se volvió desde la puerta "tres veces" para besar a su tía y animarla. A las 8.15, Kalia, la amiga ecuatoriana de Sanaa, llamó a la madre de la chica, Jamila, desde el instituto Juan de la Cierva, en la zona de Acacias. Extrañada, le dijo que ella no había llegado aún.

La casa tangerina de la abuela de la niña, Rikia el Morabet, se ha convertido en un lugar de encuentro. Desde el domingo 14 de marzo, día del entierro de Sanaa, no ha parado de llegar gente. "Sanna", recuerda su abuela, "siempre estaba dispuesta". "Era muy alegre. Ella unía un poco a toda la familia. Se llevaba muy bien con todos los primos; los de Alemania, los de Tetuán...".

Rodeada de los suyos, Jamila, la madre de Sanaa, acalla el dolor por la pérdida de su única hija. Esta mujer de 35 años, pionera de la diáspora familiar, reside desde hace 15 años en España, donde ha tenido trabajos precarios. El padre de su hija la abandonó cuando estaba embarazada de cuatro meses. La niña nació en el hospital Gregorio Marañón el 12 de noviembre de 1990. En cuanto pudo, Jamila mandó a su niña a casa de la abuela, a Tánger. Aquí iniciaría su vida escolar en el colegio español de primaria Ramón y Cajal, donde estudió tres cursos. Luego, la madre se la llevó de nuevo a Madrid y con ella ha vivido, "siempre entre la precariedad de su casa y la ayuda que, de tiempo en tiempo, le ha proporcionado la familia", explica Jamila.

"Es cosa de Dios"

El pasado verano la niña le propuso irse con los tíos a Alcalá de Henares, al piso de tres habitaciones que habían comprado. "No le importó tener que levantarse todos los días a las 6 de la mañana para venir al instituto", recuerda la madre. La víspera de la tragedia estuvo con su hija. "Hablamos de cosas sin importancia. Estaba muy contenta y nos reímos mucho".

Jamila asegura que está muy tranquila. Acepta lo ocurrido porque son "cosas de Dios". Su cuñado Ahmed, triste y enfadado, piensa que ahora a los marroquíes les va a ir peor en España. "Hay mucho racismo", repite. Cuenta que al pasar la aduana en Barajas para acompañar el cadáver de su sobrina, la Guardia Civil le retuvo y le cacheó. "Sólo por ser marroquí", afirma.

La familia de Sanaa, reunida en la casa de su abuela en Tánger (Marruecos), e imagen de la niña.
La familia de Sanaa, reunida en la casa de su abuela en Tánger (Marruecos), e imagen de la niña.J. M.

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