El despertar de Honda
Honda parece haber despertado. Probablemente, la llegada del gigante japonés Toyota, con el presupuesto más grande de la fórmula 1, haya hecho sonar la alarma en su hermana pequeña. Las primeras señales llegaron durante los ensayos de invierno en forma de una vuelta récord de Jenson Button a Montmeló, pero nadie les dio demasiado crédito. Honda, la fábrica nipona más ligada a la competición, llevaba mucho tiempo desdibujada en el pelotón, muy lejos de los tiempos, a finales de la década de 1980, en que sus motores, sobre chasis McLaren, dominaban sin competencia conducidos por Ayrton Senna y Alain Prost.
Honda es uno de los nombres más veteranos del circo. Su entrada en 1965 fue espectacular. Aquel mismo año, el norteamericano Ritchie Ginter se permitió ganar el Gran Premio de México. Pero en 1966 cambió la reglamentación y Honda no consiguió poner a punto un motor competitivo de 3.000 cc. Sí lo hizo al año siguiente, cuando contrató a John Surtees y obtuvo una de las victorias más espectaculares de la historia del automovilismo. En Monza, el británico marchaba destacado en primer lugar en la última vuelta, pero se quedó sin gasolina a escasos 200 metros de la meta. Se hizo el silencio en las tribunas mientras el bólido blanco con el sol naciente pintado sobre el capó, empujado sólo por el impulso, se deslizaba parsimoniosamente hacia la línea de llegada y por detrás Jack Brabham apretaba los dientes y el acelerador. El australiano llegó dos décimas de segundo tarde.
La marca nipona equipó a los McLaren de Senna y Prost que dominaron los ochenta
No tan emocionante, pero también con escaso margen sobre el Ferrari de Rubens Barrichello, fue el tercer puesto de ayer del joven Button, el británico que estaba llamado a heredar la antorcha de la tradición más potente del automovilismo. Su frustrante inicio con Williams y su mala experiencia con Renault parecían condenarle a ser uno más en el pelotón, saltando de escudería en escudería. Pero la apuesta de Bar de deshacerse de Jacques Villeneuve para concentrarse en Button parece empezar a dar frutos.
El equipo Bar, por su parte, ha hecho también los deberes. Y el principal tiene que ver con la humildad. Cuando Craig Pollock compró lo que quedaba de la escudería Tyrrell y, con los bolsillos llenos de dinero de las tabaqueras, fichó a todo un campeón del mundo, creyó que ya lo había hecho todo. Sólo ahora, cinco años más tarde, empiezan a encajar las piezas.
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