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Columna
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Granadina

Confieso que Pilar del Castillo me ha sorprendido. Pensaba yo que iba a tardar mucho tiempo en asimilar el carácter, la vida, el aire de Granada. Pero han bastado unas pocas semanas y una jornada electoral. Así que estaba confundido. Equivocarse es propio de humanos, y a mí me queda algo de humanidad después de estos cuatro años de mayoría absoluta de Aznar. Se equivocaban también los teóricos del ser granadino al decir que hace falta respirar desde niños el aire de la Fuente de las Batallas para conocer los secretos de la malafollá. El rebote histórico de Pilar del Castillo ante los resultados electorales, el deseo de invalidar las elecciones, esconde en su combustión interna un guiso de gatos del Darro, aguas del Genil y paseos por la Acera del Casino. Una verdadera lección de malafollá. Y vuelvo a confesar que consideraba un disparate, propio de un PP sumiso con el jefe y prepotente con la sociedad, haber encomendado a Pilar del Castillo la representación política de nuestras aspiraciones provincianas. Granada es una ciudad dolida por su abandono oficial, con malas carreteras, malos trenes y un aeropuerto mal utilizado. Sólo nos queda el consuelo de la cultura y de una importante tradición educativa. Cuando me enteré de que el PP colocaba como cabeza de lista a Pilar del Castillo en Granada, pensé que el PP había perdido la cabeza, o que alguna cabeza se pasaba de lista. Más que una ministra que viniera a representar al Gobierno ante Granada, parecía conveniente una granadina que fuese capaz de representar a la ciudad ante el Gobierno. Por si faltaba poco, se imponía desde Madrid a una ministra de Educación muy reaccionaria, desacreditada entre los enseñantes por fabricar leyes injustas, discriminatorias y sectarias, utilizando métodos poco amigos del consenso. En fin, que me parecía un disparate, una ofensa a la estrategia política y a la ciudad de Granada. Pero confieso que estaba equivocado, porque esta señora tiene malafollá en sus declaraciones como para representarnos a los granadinos en cualquier institución nacional o internacional. Es tan granadina que podemos nombrarla emisaria del Legado Andalusí en el Extremo Oriente, sin sentirnos olvidados por ella.

Por su parte, también se ha equivocado Pilar del Castillo al pensar que la indignación contra el Gobierno era una maniobra electoralista. Si fuese así, pasadas las elecciones, a mí se me habría pasado la indignación, como ya se me han pasado muchas maniobras electoralistas que he asumido para procurar que Aznar perdiera el poder. Más que un asunto de indignación, lo consideraba una prioridad democrática. La verdadera indignación, esa que va más allá de cualquier proceso electoral, me empezó a morder en el centro de mi malafollá granadina al comprobar que un Gobierno que nos había metido innecesariamente en una guerra ilegal, que había decidido descomponer a Europa para apoyar a la extrema derecha norteamericana, que había utilizado las inexistentes armas de destrucción masiva para justificar un genocidio en Irak, era también capaz de mentir a los españoles y de jugar impunemente con los muertos de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia. Esa indignación no vale ni un descalabro electoral del PP. Así que será mejor que hagamos todos un esfuerzo por calmarnos.

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